Necesito irme.

11. Los 5 juntos, el juego comienza.

Ximena sospechaba que no encontraría a los pelirrojos si caminaban al lado opuesto del puente por el que a duras penas acaba de cruzar, sin embargo mantuvo la esperanza de que estuviera equivocada y pronto todos se reunieran.

El bosque estaba húmedo y frío, las ramas bajas cada vez abundaban más y le rosaban los brazos descubiertos. Poco a poco se adentraron a la profundidad del oscuro bosque, solo levemente iluminado por la luz de luna. No dejaba de rondar en su cabeza la idea de que estuvo a punto de morir y se mantenía cerca de Damián por si acaso.

―Xime, lamento mucho lo que pasó antes de que te fueras. Mi actitud no fue buena y no es por justificarme pero esa noche, todos nos volvemos algo locos ―dijo Damián avanzando en frente de ella. Trataba de alejar las ramas que se oponían en su camino y abrir paso pero la mayoría todavía se las topaba Ximena―, bueno y sé que ahora con esto piensas todavía más peor de Depstor.

―Hum no veo como Depstor pudiera tener la culpa de que atropellara a Hendrick y me perdiera en el bosque ―respondió vacilante, por lógica sabía que esa respuesta era correcta, no obstante algo en su cabeza le indicaba lo contrario―, ¿sabes? Ya no te pido que me expliques que pasa con este pueblo, sólo que de verdad no entiendo porque tanta discreción respecto a eso.

Pasó un momento de silencio hasta que Damián volvió a hablar, sin detenerse ni voltear.

―Es una de las más antiguas leyes desde la fundación de este lugar ―explicó―, nadie ajeno a Depstor puede irrumpir en él, ni saber nada ni tocar tampoco, no sé, yo nunca he estado totalmente conforme con nada de esto.

Ximena apresuró el paso, disimulando la curiosidad y el júbilo que yacía dentro de sí por haber tenido una diminuta respuesta. Pero como derroche de buena suerte, antes de que ella pudiera abrir la boca para preguntar más, Damián continuó hablando.

―Bien, aunque creo que ya estás bien metida en esta locura así que ya no creo que importe ―añadió, dio un suspiro y retiró con fuerza y brusquedad una rama de su camino―. La leyenda dice que Depstor es un lugar mágico, el paraíso que Algiz, la diosa fundadora, creó para sus hijos, nuestros ancestros. Si bueno, se supone que todos los descendientes debemos respetar la guía de leyes o atenernos a su castigo. Un ejemplo son los rayos mortales cada fin de mes.

Ximena parpadeó un par de veces e incluso redujo su velocidad. Pero pronto siguió caminando para no volver a quedarse sola. Se consideraba de pensamiento realista, disfrutaba de la mitología pero en ningún momento había llegado a considerarla real.

―¿Tu crees que todo eso sea cierto? ―le preguntó.

―No sé ―contestó―, toda mi vida me han dicho que es así y sí acaso es real, la diosa Algiz debe estar muy enojada porque casi me mata.

De pronto, hizo una pausa y se detuvo en seco. Levantó la mano para indicarle a Ximena que hiciera lo propio. Ella escuchó un murmuro a la lejanía y avanzó un par de pasos para quedar al lado de Damián.

Cuando reconoció las voces, corrió en esa dirección sin previo aviso, llevándose a tirones a Damián consigo. Dio traspiés entre los tallos de los árboles y casi tropieza pero logró mantener su ritmo.

Entre la oscuridad, pudo distinguir siluetas de personas y apresuró todavía más el trote. Metros más tarde, se encontraban Hendrick, Irene y Cielo frente a ellos.

No necesitó invitación para envolver a Cielo en un abrazo y luego contenerse para no brincar a hacer lo mismo con los hermanos Handal.

―Que curada, valla que te alegras de vernos ―exclamó Hendrick.

El rostro de Ximena se ensombreció al verlo con atención, aún con la oscuridad cubriendo los daños, su aspecto era desastroso. Tenía la ropa hecha tirones y la cara cubierta de golpes.

―¿Qué te pasó? ―preguntó seria.

Cielo ya estaba pegada a la cintura de Damián y sollozaba en su pecho. Ximena notó que su ropa estaba cubierta de barro y sintió una desagradable descarga de energía negativa en su pecho.

Para corroborar sus pensamientos, echó un vistazo a Irene. Ella lucía bien en general, sin embargo sus ojos tenían un toque de adrenalina reciente y una luz peligrosa en la mirada que le pareció inquietante. Irene miró de reojo a Ximena y luego pasó su vista a Damián.

―Ya veo culiao, que también recibiste lo tuyo ―le dijo.

Damián abrazó con ternura a Cielo y asintió con una evidente tensión en su rostro.

―Un tigre blanco, ¿también los atacaron, cierto?

Irene se pasó la lengua por los labios y se quitó el sudor de la frente con el torso de la mano.

―A mí un oso, Henry rodó por barranco y a Cielo casi se la beben las arenas movedizas.

Ximena abrió la boca y miró a Damián en busca de una respuesta lógica. El chico no respondió pero apartó a Cielo y se dejó caer al suelo, recargando su espalda en el árbol más cercano y con la vista directa al cielo.

Irene lo imitó, se le veía agotada y se acomodó en el suelo cubierto de ramas viejas y quebradizas.

―¿A ti no te pasó nada, verdad Xime? ―preguntó Cielo que se mantenía de pie.

Ella no contestó de inmediato, Hendrick se sentó al lado de su hermana y observó a Ximena esperando escuchar la respuesta.

―Casi caigo de un puente colgante, Damián me salvó.

Cielo frunció el ceño y evaluó las expresiones de los demás. Todos levemente sorprendidos, Ximena notó como el ambiente se cubría de incertidumbre y presintió como todos sabían algo que ella no. Después de una larga pausa, Cielo continuó.

―Si esto fuera obra de la diosa Algiz ¿Por qué afectaría a Ximena? Ella no es de aquí.

―Como sea, tal vez solo fue una simple coincidencia ―dijo Irene y se acostó en la tierra haciendo un gran intento por no tomarle importancia.

Cielo no estuvo de acuerdo pero se mantuvo en silencio al ver que Hendrick se dirigía a Ximena.

―Ximena, dime más de ti, quien eres y porqué llegaste a Depstor. ―pidió con voz serena sin embargo Ximena lo sintió como una acusación y tensó el rostro.



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Editado: 09.09.2020

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