Necesito irme.

13. Las 5 piedras.

 

Resulta que Depstor era más grande de lo que Ximena se había imaginado. La casa de mamá Aga estaba ubicada en el extremo más oculto del pueblo.

Lo extraordinario de su hogar no era su tamaño, pues se trataba de una pequeña choza cubierta de un manto verde de enredadera que se expandía a los costados. Lo que dejó cautivada a Ximena fue ver que la casa estaba frente a unas montañas pequeñas, y rodeada por agua cristalina en la que flotaban verdes plantas acuáticas con algunas flores blancas.

Caminaron sobre el agua con cuidado de no pisar nada. El líquido les llegaba a las rodillas pero a Ximena no le importó mojarse el pants. Unos metros más tarde, el agua perdió profundidad y apenas les cubría los pies. Irene tocó a la puerta de la choza y ésta se abrió.

―Pasemos ―dijo Hendrick entrando a la casa―, ella nos espera.

Por dentro se veía todo más grande, predominaba el color café de la madera y el anaranjado de las luces en las paredes. El suelo estaba desigual y el lugar carecía de muebles en general. Solo un largo canapé al fondo pero sin cojines o contraparte para recargarse. Únicamente el asiento. Había unas escaleras que conducían hacía abajo y otra puerta en la esquina más lejana.

Ximena olfateó el dulce aroma del pastel que ya antes había probado y sus glándulas salivales entraron en acción.

―Pásenle, pásenle ―dijo una suave vos procedente de las escaleras― anden que a la ocasión la pintan calva.

Pronto apareció frente a ellos una dulce ancianita de cabello blanco hasta la cintura. Traía un vestido azul cielo y se movía con cuidado. Sus ojos azules tenían un intenso brillo.

―¿Cómo están, niños? ―saludó con una simpática sonrisa.

A Ximena le enterneció verla y le devolvió la sonrisa.

―Mamá Aga, me da mucho gusto verla ―dijo Cielo mientras la abrazaba con cariño.

―A mí también Cielo azul ―contestó cuando el abrazo terminó, saludó a todos con la mirada hasta terminar en Ximena y comentó―: hola niña, es bueno conocerte.

―Me alegra conocerla también, hablan muy bien de usted ―dijo Ximena.

―Si pequeña pero al mal paso darle prisa ―La viejecita se alejó y caminó hasta el extraño sofá―, siéntense que debemos hablar.

En orden, se colocaron los cinco en el sofá, desde los hermanos en una esquina seguidos de Damián y Cielo hasta terminar en Ximena. Apenas tenía el espacio adecuado y mamá Aga permaneció de pie. Ximena se sorprendió al ver que los chicos no le ofrecieron su lugar, sin embargo cuando ella intentó cederle el asiento, la viejecita explicó que nunca lo hacía pues era exclusivo para quién iba a verla.

―Mamá Aga, anoche los cinco estuvimos a punto de morir ―explicó Irene con serenidad y calma, fue la primera vez que Ximena la vio portarse tranquila―, todos al mismo tiempo y al último nos atacó un rayo.

―Si Irene, me di cuenta ―exclamó mamá Aga― estas noches han estado inquietas, las almas rondan suplicantes y saben que el momento se acerca. 
 

Ximena confundida, miró como los cuatro chicos prestaban total atención a las palabras de la ancianita, como sí cada palabra salida de su boca fuera la última pista del encuentro de un gran tesoro.

―Mamá Aga, los rayos casi alcanzaron a Ximena cuando se quedó aquí ―añadió Damián, preocupado.

―También lo sé, fue su llegada quién inquietó a las almas ―Ximena tragó saliva cuando mamá Aga la miró con sus grandes ojos azules, después de un momento prosiguió a ver a los demás―, nuestros ancestros ya ven de cerca las cinco gemas.

Cielo se removió en su lugar y se abrazó a Damián cómo si lo que estuviera por venir le asustara.

―¿Qué son las cinco gemas? ―preguntó Ximena rompiendo el inquietante segundo de silencio.

Todos se giraron en su dirección para divisarla, los chicos la reprendieron con la mirada por interrumpir a la viejecita.

―Buena pregunta pequeña ―dijo mamá Aga―, pero antes de responderte, debes saber que si Actaea te dejó entrar fue porque creé que eres la pieza faltante en la conjetura.

Se detuvo e inhaló aire, dándole tiempo a Ximena para procesar sus palabras.

―Mamá Aga de verdad no entiendo, ¿qué conjetura? Y ¿por qué la diosa intentó dañarnos? Porque fue ella la de anoche ¿verdad? ―inquirió Irene desesperada por saber que pasaba.

―Sí, es la diosa Algiz quién está intentando matarlos ―declaró con voz neutral y sobrevino un nuevo silencio abrumador.

El mismo aire se heló de pronto y Ximena sintió como su piel se erizaba a la par que su cuerpo se tensó. Se escuchó afuera un zumbido sordo y pronto una fuerte tormenta comenzó a golpear el techo. La casa carecía de ventanas pero el sonido de la lluvia era suficiente para corroborar su presencia.

―Mamá Aga, ¿por qué nos quiere hacer daño? Yo por ejemplo nunca he roto ni la más mínima ley, ni siquiera he salido de Depstor ―preguntó Cielo en voz baja, atemorizada.

―Oh mi Cielo azul, pero no es porque hayas hecho algo malo, tu pureza es innegable ―la consoló con tono triste―, lo que pasa es que la diosa creé que ustedes son los que encontrarán las cinco piedras e intentará evitarlo a toda costa.

―No tengo idea de que piedras habla y en mis planes no están encontrarlas, la diosa no tiene por qué atacarnos si no le hemos hecho nada malo ―protestó Hendrick―, no es justo.

La vida nunca es justa, pensó Ximena, la justicia es un mito.

―Cálmate hijo, a los jóvenes como ustedes nunca se les nombran las cinco gemas por si acaso llegan a ser los elegidos para encontrarlas. Así ha sido desde hace cuatro generaciones.

―Mamá Aga, cuéntenos la historia por favor ―pidió Cielo tomando a Hendrick del pecho para que se tranquilizara.

―Muy bien, escuchen con atención ―dijo moviéndose al otro lado. Inhaló y se preparó para narrar la historia―, la diosa Algiz recurrió a cinco gemas especiales para la creación de Depstor, cada una fue un regalo de un dios distinto. Cinco piedras preciosas y únicas, forjadas especialmente para la creación de Depstor y con un incomparable poder. Sin embargo cuando se fundó este pueblo, las piedras se perdieron y la diosa no volvió a saber de ellas. Se dice que nadie puede encontrarlas jamás pues su cantidad de magia las protege. En su condena eterna, Actaea se aferró a la esperanza de que si encontraba las gemas, lograría salvar a su amado del limbo y liberarse ella misma de su tormento. Pero ella está destinada a no encontrarlas jamás pues las gemas eligen la persona por la quiere ser encontradas. Ellas los eligieron a ustedes.



#17959 en Otros
#2283 en Aventura
#12586 en Fantasía

En el texto hay: carretera, nuevavida, romanceyamistad

Editado: 09.09.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.