Necesito irme.

17. Beso robado.

 

―Combustión espontánea ―dijo Hendrick para nadie en particular. Los chicos nuevamente tenían sus maletas sobre los hombros y caminaban por la carretera pero esta vez con una mezcla de desconcierto y curiosidad en sus estómagos―, leí sobre eso. Todavía no tiene explicación científica, una persona se reduce a cenizas en unos minutos sin fuego cerca. Nadie lo ha sabido explicar.

―Escuché sobre eso alguna vez ―comentó Ximena sin demasiado ánimo―, ¿podemos dejarlo pasar? Es desagradable.

―Henry -lo llamó Cielo que estaba a su lado, tenía los ojos hinchados y lucía triste-, tenía mucho miedo de que murieras por el golpe de aquél hombre, sangraste mucho.

―Tranquila Cielo azul ―respondió con cariño, recitando las palabras de mamá Aga. Se acercó a la chica y la abrazó. Después se dirigió a los demás―, ¿saben qué? Más adelante hay una desviación. Los voy a llevar para descansar un rato.

―¿Y a dónde lleva la desviación, hermano? ―preguntó Damián. Ximena lo volteó a ver y sonrió. ¿De dónde habrá sacado esa palabra? Se preguntó.

―Sorpresa -continuó Hendrick.

A todos les pareció buena idea. Caminaron los próximos metros con un exceso de cansancio pero más que nada en silencio.

Cielo continuaba inquieta y asustada. Hendrick estaba tenso pero intentaba disimularlo al tener a su hermana al lado. Irene tenía una calma increíble, se veía totalmente relajada y contenta. Damián a la derecha, se veía cansado y sucio. Ximena al último, tenía la mirada perdida. Pero todos deseaban algo; descansar y olvidarse de la misión por un rato.

Metros más adelante, entraron a una desviación indicada por Hendrick, no se trataba de una carretera o un pasadizo, simplemente era caminar entre el monte después de un árbol que Hendrick ya tenía "señalado".

Los chicos tenían los rostros apagados, todos menos Irene, por supuesto.

Un kilómetro más adelante, se adentraron a un bosque húmedo que quedaba cerca de las montañas, ahí se sentía el aire más el frio y el ambiente era mucho más verde. Todo se veía claro y luminoso por los rayos filtrados del sol, en realidad era muy agradable.

No se encontraron muchos animales por el camino, más que algunas ranas y aves.

Otro par de kilómetros más tarde, el suelo había cambiado y el caminar se volvió más cansado pues estaban yendo costa arriba, sin darse cuenta había llegado a terreno montañoso.

Hendrick, quien iba al frente, quitaba del camino las hojas o el monte que obstruyeran el paso. 
Una hora más adelante, escucharon un zumbido a lo lejos y el corazón de Ximena comenzó a latir más fuerte. Ella conocía el sonido, lo tenía resguardado en su memoria.

Caminaron unos metros más encontrándose cada vez más enormes piedras cubiertas de musgo.

El zumbido se intensificó y Ximena lo reconoció perfectamente. Todos se detuvieron, había llegado.

Oh my god ―exclamó con una sonrisa. Aceleró el paso en dirección de Hendrick.

―Cuidado ―advirtió el pelirrojo, la sujetó del hombro y la obligó a parar antes de traspasar el monte que impedía la vista al otro lado.

Los otros chicos se quedaron atrás todavía son comprender las cosas.

El suelo se había vuelto rocoso y húmedo. Los demás avanzaron entre las rocas para por fin descubrir el origen del sonido. Hendrick mantuvo unos segundos más de suspenso y quitó las ramas que obstruían la vista.

Todos quedaron cautivados y se acercaron todavía más para observar mejor. A través de las hojas se visualizaba a unos quince metros el otro extremo del terrero, como si estuvieren en la cima de una montaña y estuvieran viendo otra. Pero no era el caso, cuando Ximena agachó la cabeza para ver hacía abajo, se encontró con un gran descenso del terreno: Era como un enorme agujero en la tierra, pero lleno de agua.

Siguió con la mirada la fuente del líquido y se encontró con una pequeña y delicada cascada que se perdía entre los árboles que la rodeaban.

―Así que aquí vienes cuando te escapas, weon ―dijo Irene, sonriente, era su forma de decir que el lugar le gustaba a pesar de estar en el bosque. Ella siempre prefería la cuidad.

―¡Que hermoso! ―gritó Cielo seguido de un suspiro prolongado.

La cascada tenía unos siete metros de altura hasta terminar en pequeño lago que se formaba al interior de aquella depresión. Después, al otro extremo; una pequeña cantidad de líquido se escurría en entre las rocas y formaba un diminuto rio. El agua era cristalina y fina, y su caer era tan delicado que cautivaba. El sonido del agua se juntaba con el canto de las aves para formar una dulce melodía.

―Es increíble ―murmuró Ximena levantando la cabeza―, ¿se puede bajar allá?

―Claro, pero tienes que brincar desde aquí ―respondió Hendrick.

Cielo inmediatamente se negó pero Ximena bajó la mirada para examinar la altura, la misma que la cascada.

―Me parece bien ―dijo Ximena con un toque de emoción en el estómago.

Hendrick borró la sonrisa burlona y negó con la cabeza.

―Era broma ―le dijo levantando su ceja izquierda―, cada vez me sorprendes más Xime.

Ximena se puso nerviosa cuando pronunció su nombre y desvío la mirada.

―¿Entonces no se puede bajar?

―Claro, síganme.

Rodearon el descenso y caminaron a la izquierda, entre tantos árboles que confundían su ubicación, sólo les quedó confiar en Hendrick, quién era el guía.

―Oigan, yo no sé nadar ―dijo Damián de pronto― y no me gusta el agua, nada mas les aviso para que no se les ocurra hacerme una broma.

Ximena desaceleró el paso para estar a su lado y esbozó una sonrisa traviesa pero no dijo nada, imaginando cuantas bromas podría jugarle a su amigo.

―Tranquilo, weon ―le respondió Irene―, yo te cuido.

Ximena miró a Irene, menos mal que la pelirroja no estaba al tanto porque Ximena le había dedicado una mirada tan dura que las cosas se abrían complicado. Por algún motivo el comentario le había sentado mal.



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En el texto hay: carretera, nuevavida, romanceyamistad

Editado: 09.09.2020

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