Necesito que me ames

Capítulo 1

Clayton

Espero a que mi abuelo entre a su oficina, deseando que esté de buen humor, pues han sido unos días pésimos y lo último que necesito son malas noticias.

Todavía no puedo creer que Clarissa me dejara. No puedo culparla, mas lo hago porque yo fui claro con respecto a mi esterilidad.

Desde el principio le conté la verdad, nunca le mentí y ella siguió adelante diciendo que me amaba y que le bastaba con tenerme a mí. Aceptó casarse conmigo, lo aceptó y dos meses antes de la boda salió con la tontería que no podía enterrar su deseo de ser madre.

«Te amo ahora, lo seguiré haciendo, nada más que en el futuro puede ser diferente y no quiero que terminemos por mal por la decisión que tomé. Lo siento», fueron sus palabras, las cuales quedaron grabadas en mi mente y se reproducen una y otra vez como disco rayado.

¿Por qué cambió de opinión después de dos años de relación y de aceptar casarse conmigo? Sigo buscando la respuesta a la pregunta por no estar convencido con explicación que me dio.

¿Pudo haber cambiado de opinión al ser consciente que nos uniríamos en matrimonio? Claro que sí, es posible.

Mi amigo Emir dice que Clarissa me hizo un favor dejándome porque me iba a casar con una mujer a quien no amaba y solo creía que era la correcta porque me aceptaba con mi mal carácter y con mi esterilidad.   

Sacudo la cabeza borrando a Clarissa de mi mente. Debo olvidarla. No importa los motivos que tuvo para dejarme, lo hizo, ya no forma parte de mi vida y fue ella quien lo decidió.

Es mejor dejar de creer que hay una mujer ideal para mí en este mundo. Un fracaso tras otro. Primero, Melanie; y ahora, Clarissa. El amor no sirve.

Es mejor enfocar mi mente y tiempo en el trabajo y con alguna mujer casual cuando lo necesite.

Mi abuelo hace presencia en su estudio, no me molesto en ponerme de pie, me quedo sentado esperando que él se siente en su silla, mas lo hace en el sofá con su taza de café en la mano.

—Abuelo, no debes beber tanto café.

Él enarca una ceja.

—Clayton no empieces tú también. Con tu madre y tu abuela tengo suficiente.

Sonrío.

Mi abuelo goza de buena salud. Le gusta nadar, montar y jugar al golf. Sin embargo, tiene algunos problemas de tensión y debe cuidarse con la cafeína y las comidas. Con las comidas no le queda opción porque mi abuela manda en la cocina y es quien le da órdenes a la cocinera, el café es un tema aparte.

A Jack Lennox no se le puede decir que hacer, excepto su esposa, a ella no la puede contradecir.

—Bien, no digo nada. Me pediste que viniera a tu casa para tratar un tema importante.

Pasa la pierna por encima de la otra y se acomoda las gafas.

—Tu madre me dijo que Clarissa y tú dieron por finalizado el compromiso.

—Ella me dejó. No quería casarse conmigo y creo que sabes el motivo.

Él asiente.

—Lo lamento. Sé que para ti tampoco es fácil aceptar esa situación—bajo la mirada por un momento y la vuelvo a levantar—. Sin embargo, necesito que te cases. Te dejé claro que si querías seguir frente a la empresa y quedarte con ella cuando yo me muera, debes estar casado.

En realidad nunca me afectó la noticia de no poder tener hijos propios. No tenía intención de ser padre antes, menos ahora. Los niños y yo no somos compatibles.

Cuando el médico me dio la noticia, quedé sorprendido, pero, a su vez, no cambió nada en mí. Todo lo contrario, no tenía que andar preocupándome por los niños.  

No puedo decirle a mi abuelo que me da igual tener hijos o no. Prefiero que piense que eso me tiene triste o quedaré como un desalmado.

—No entiendo porque debe ser así. No necesito ahorcarme para manejar la empresa. Lo he hecho bien desde la muerte de papá y de eso estoy seguro.

—No lo dudo, pero un empresario casado da mejor imagen ante los clientes y los inversionistas. Necesitas una mujer a tu lado que te brinde apoyo. Casarse no es ahorcarse, aunque en ocasiones desees hacerlo. Míranos a tu abuela y a mí. Si tu padre siguiera vivo, seguiría feliz al lado de tu madre.

—Son casos contados con los dedos de la mano. Conozco más parejas infelices y divorciados que felices.

Pongo los ojos en blanco, me levanto, me acerco a la mesa de bebidas y me sirvo un coñac sin importar que mi abuelo diga que es temprano para beber.

—Es temprano para beber alcohol.

Se los dije.

—Son las seis de la tarde, no es tan temprano—me defiendo—. No soy un alcohólico, abuelo. No me la paso bebiendo.

—Haz lo que quieras—exclama, frustrado—. Tienes que conseguir esposa y es mi última palabra. Entiendo que en este momento no quiere saber nada tras el rompimiento con Clarissa, pero deberás casarte antes o después.

Bebo el coñac de un trago y volteo hacia él.

—Mi prometida me dejó hace unos días. No tengo intención de meterme en otra relación. Tampoco me casaré con alguna mujer interesada en el dinero y en lo que la fortuna pueda brindarle.




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