Nefarious

PREFACIO.

Servicios Secretos de Phoenix: Zona 86.

15 de marzo, 1953.

1:59 am.

—¡Doctor, Morgan! —gritó la muchacha, corriendo por el pasadizo.

—¿Sí? —Volteó encorvado el hombre.

—Se necesita apoyo en la sala de experimentos del ala "B". —Recobró aliento la mujer—. El elemento "Wake" necesita reanimación.

El doctor sacó de los bolsillos de su bata una jeringa llena de un líquido amarillento y aligeró el paso junto a la muchacha.

—¡Llama a "El Jefe" y avísale de la situación! —ordenó a la joven. Ella se perdió corriendo en uno de los pasillos transversales y dejó al anciano caminar solo hacia la sala.

Tembloroso, sostenía con fuerza la jeringa en su mano derecha. Apretó los ojos, tragó saliva y giró la manija de la puerta. El anciano entró a la sala y encontró al ser antropomórfico chillando, siendo contenido por seis de los oficiales que lo habían cuidado desde que lo encontraron hace dos días en Phoenix.

—¡Ha despertado, ha despertado! —exclamó uno de los hombres que sujetaba la extremidad derecha del ser pálido, que parecía tener una fuerza descomunal.

El doctor Morgan se acercó pronto a la camilla y contempló con horror la escena, como si fuera la primera vez que la presenciaba: los grandes ojos ovalados y negros del espécimen lucían exaltados, el pecho se le inflaba y desinflaba a gran velocidad. El monitor de signos vitales marcaba y pitaba con rapidez la frecuencia cardiaca del ser:

190, 191, 192.

En sus veinticinco años de servicio al gobierno, el doctor Morgan se sentía aún novato en este tipo de situaciones. Las luces de esa habitación parpadearon, la electricidad parecía cortarse y el miedo a lo desconocido se apoderaba de todos.

El anciano corrió hacia el ser.

La luz se apagó.

Unos minutos después, el lugar se iluminó nuevamente. El doctor Morgan estaba con los ojos cerrados, apretando la jeringa que había clavado y vaciado en el centro del pecho del ser cósmico. Lentamente abrió los ojos y suspiró aliviado al ver al individuo adormecido. El anciano había controlado la situación por quinta vez.

—Morgan, necesito que esto no vuelva a suceder —advirtió un hombre albino de terno impecable y buen porte que entraba a la sala. Se acercó a la camilla donde descansaba el ser alienígena y lo observó—. Debemos darle un buen trato a nuestro huésped.

La muchacha que llamó a "El Jefe" escuchaba atenta tras la puerta, impulsada por un extraño pensamiento que le invadía la mente desde hace un tiempo: no permitir el desarrollo de tremenda atrocidad.

—Ya tenemos todo listo para el inicio del Proyecto "Wake" —informó el hombre, mirando ahora al anciano—. Los sujetos están en el salón C.

—Señor, es muy arriesgado empezar las prácticas en humanos sin tener previas bases científicas en los animales de prueba. —Quiso persuadirlo el doctor, tratando de alcanzar el lado humano de "El Jefe".

Un intento fallido.

El hombre rubio buscó con la mano un objeto que conservaba camuflado bajo su saco. El brillo de un arma negra y aparentemente pesada relució ante los ojos de los espectadores. Apuntó a la puerta y disparó.

El cuerpo de la muchacha cayó inerte en el suelo.

—Cada eslabón que intenta perderse o que intenta traicionar a su patria, querido Morgan —dijo "El Jefe" con tono místico. Tomó tiempo para continuar con su parlamento analizando fríamente la humeante boca del cañón de su arma, con una sonrisa en los labios—, necesita ser castigado.

Los oficiales mantenían la mirada hacia abajo, aceptando, sin decir una sola palabra, la crueldad de su líder.

—Señor, ella era un elemento confiable —argumentó el anciano con temple.

—Los planes que esa pequeña mujer tenía, llegaron a mis oídos —explicó "El Jefe", guardando el arma nuevamente bajo su saco—. Mi deber y el de todos los que firmaron el contrato de confidencialidad desde que entraron a esta zona, es defender el avance tecnológico que este Proyecto nos puede generar. Y tú, Morgan, lo sabes muy bien.

—Iniciaremos el Proyecto en este momento, señor —le sonrió el anciano al hombre rubio.

Ambos se dirigieron a la sala "C" en completo silencio. Dentro de ese lugar retenían ocho personas entre mujeres y hombres, quejándose entre llantos. Adultos, jóvenes, niños y ancianos estaban atados a las camillas con cinturones que sujetaban sus extremidades y cabezas. Cada uno tenía una sonda intravenosa en uno de sus brazos, todas esas vías se conectaban a una máquina principal dispensadora de líquidos. Líquidos que pasarían por las delgadas mangueras y llegarían directamente a su sangre. Ocho enfermeras de uniformes pulcros entraron a la sala para encargarse de cada uno de los sujetos. Una a una se acomodó de pie al lado de los pobres desdichados, sin inmutarse, sin protestar por lo que estaba a punto de suceder.

—Los sacamos del Hospital Mental de Rellow Village. Si algo sale mal, no podrán defenderse ni acusar al gobierno porque no tienen los medios y... —matizó al voltear, sonriéndole con malicia al doctor Morgan— nadie les creerá.

El anciano se dirigió a la máquina principal y suministró la nueva droga que formó parte de su investigación durante años. Mientras el líquido se dispensaba, las enfermeras colocaban una mordaza bucal a cada uno de los internos: el proceso había iniciado.

—La M. E. D ha sido suministrada sin dificultades. El efecto de hipnosis inmediato esperado fue exitoso —informó el doctor Morgan.

Accionó unos botones en el aparato y automáticamente las camillas se elevaron, quedando los sujetos en forma vertical. Cuando los internos estuvieron conectados mediante cables a la misma máquina, se inició la terapia electroconvulsiva de alta frecuencia. Temblaban con las manos hechas puños e intentaban levantar las muñecas que seguían aseguradas. Gemían y gruñían de dolor desgarrador. Blanqueaban los ojos y mordían fuertemente el material bucal. "El Jefe", inquieto, miraba la escena con pavor en los ojos. Pero esa sed de poder que lo incitó a aceptar todo lo que sucedía volvió a dominarlo, así que, aún inmerso en su perplejidad, tomó un respiro y se puso firme nuevamente, insensible como el primer día.




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