Nefarious

HUYE.

Rellow Village, Phoenix, Arizona.

23 de octubre, 1988.

9:03 pm

La SPC News transmitía un especial de las mejores diez tiendas de disfraces en el nuevo Centro Comercial Riverdown.

—¿Estoy a la moda? —preguntó el periodista Simon Shine a la audiencia que lo observaba por televisión—. Un lindo atuendo de Batman para este frío y venidero Halloween.

Cuando mi madre va a las reuniones de la Iglesia que duran hasta tarde y me toca quedarme a cargo de la casa, siempre dejo que mi hermana menor se mantenga despierta hasta pasada las ocho de la noche. Por eso, ahora ella juega libre de preocupaciones alrededor de la pequeña mesa central de vidrio y caoba que está frente al televisor. Como buena hermana mayor, la cuido sentada en el sofá de cuero, resolviendo mi tarea de la secundaria y observando de vez en cuando las estupideces que pasan en las noticias.

—El cuerpo de Paul Curtis de treinta y cinco años fue encontrado por los policías hace una hora en la zona deshabitada cerca de la Reserva de Montañas de Rellow, totalmente desgarrado y desmembrado. —Me detuve y le subí el volumen al televisor para prestarle atención a la noticia. La presentadora narraba los detalles mientras exhibían la fotografía del hombre—. Las autoridades han atribuido este hecho a algún animal salvaje de la zona. Es el segundo caso de la misma índole que se ha presentado en nuestra localidad a lo largo de la semana. Profesionales han puesto en marcha un plan para capturar al animal causante de estas atrocidades.

Un carro estacionándose frente a nuestra casa me puso en alerta. Debía llevar a mi hermana a su habitación y recostarla lo antes posible, para evitar el sermón de las mil horas que mi madre nos recitaba cuando no obedecemos sus órdenes.

Liliam ya sabía lo que debía hacer.

Ambas subimos corriendo las escaleras sin decir una sola palabra. Mi hermana se tumbó en su cama y yo la cobijé, apagué las luces de su habitación y dejé la puerta entreabierta como de costumbre. Intenté bajar antes de que mi madre ingresara a la casa, pero era demasiado tarde. La madera de las escaleras rechinó y me delató.

—Fui a revisar si Liliam está bien —excusé desde arriba, ante la mirada de mi madre.

—¿Te he criado para que seas una mujer descortés, Drya? —preguntó sin dejar de observarme, cerrando la puerta a su espalda.

—Buenas noches, mamá.

—Buenas noches —saludó y dio una mirada a la sala—. ¿Me estabas esperando para ordenar y recoger los juguetes de Liliam?

Suspiré y fingí una sonrisa sarcástica al bajar las escaleras.

Me apresuré en reunir y guardar los tres peluches de Lil en el cesto de cartón que había personalizado para ella en un rincón de la sala. Apagué la televisión, guardé mis cuadernos en un aparador y con pesar pisé el primer escalón para subir a mi habitación y perderme la hora y media de oración que mi madre le dedica al rosario.

—Drya —llamó. Me detuve a mitad de la escalera y giré para escucharla—. Mañana a las ocho de la noche debes estar lista para ir a la Iglesia. El pastor nos ha pedido una reunión de urgencia para orar por los fallecidos y pedir que el mal se vaya de nuestro pueblo.

Llamar "mal" a un animal salvaje que anda suelto por ahí, tal vez porque se desvió de su hábitat natural y devora a gente por su mismo instinto de supervivencia, es muy propicio.

Mi madre nunca fue pegada a la religión, hasta hace un año y medio que el pastor de la Iglesia la convenció de ir por el "camino correcto" y arrastrarnos a Liliam y a mí con ella. Pienso que fue la única salida que encontró para tratar de no hundirse en el alcohol después de la muerte de mi padre. Aunque de mucho no ha servido, pues pasa la mayor parte del tiempo con un cigarro en la mano.

Sé que ella solo va a la Iglesia para poner una "fachada" y así hacerle creer al mundo que todo va bien en casa. Sin embargo, cuando ninguno de los vecinos la ve y está en casa con nosotras, encerrada en su habitación o en la oficina de mi padre, llora y fuma una tras otra cajetilla de cigarros. Esa es su manera de expresar que ha intentado buscar en el Cielo y en el vicio un poco de paz y consuelo después de haber visto a su esposo muerto de una manera tan atroz.

Nadie nunca supo cómo mi padre resultó muerto en la orilla del lago Blake, a trescientos kilómetros de la ciudad. ¿Qué hacía allá?, ¿por qué se desapareció después de confirmarnos que iba camino a casa?

La policía determinó que fue un asalto debido a que faltaban algunas de sus pertenencias como su billetera y el anillo de matrimonio. Él nunca tuvo enemigos y no creo que su vida valiera menos que un par de billetes y un poco de oro.

Cuando fui a la escena del crimen junto a mi madre, lo que más nos traumó fue ver que la bala había reventado gran parte de la masa cerebral de mi padre. Según nos explicaron los forenses, eso provocó que su rostro se desfigure y sea complejo el reconocimiento del cuerpo.

Una de las cosas que me inquietó en ese momento, fue encontrar una cadena de plata —que yo misma le regalé a mi padre para su último cumpleaños— a dos metros de distancia de donde se encontraba el lugar del asesinato. Aquella cadena él nunca se la quitó después de recibirla. Ese día, al verla mezclada entre los arbustos, la guardé y desde ahí la mantengo en un cofre en mi habitación, atesorando eso como la única esencia que me queda de él.

Días después de encontrar muerto a mi padre, hallaron al asaltante. Un infeliz que, pregonando su inocencia, murió en el tiroteo que tuvo al enfrentarse a la policía, sin pagar en la cárcel la condena que merecía.

Mi madre y yo estábamos desconsoladas. Liliam la pasó un poco mejor pensando que nuestro padre descansaba en un lugar especial en el Cielo —la protegimos diciéndole eso; una niña de cinco años no merece saber crudamente que a su padre lo asesinaron—. Pero con el paso de los días, pude ver en el rostro de mi hermana un poco de tristeza. Podía sentir a mi corazón afligirse cada vez que ella decía echar de menos a papá.




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