Nefarious

DEBILIDADES OCULTAS.

Caminé a lo largo del pasadizo de la escuela para reunirme con mi grupo de amigos y saber qué pasó con ellos la noche anterior. No llamé a ninguno después de quedarme dormida pensando en Eron Haggard, ni Winchester me llamó de nuevo. Aún no sé si recibió de sus padres el recado que le dejé anoche.

Llegué al salón de comidas y encontré a todos, excepto a Matt, sentados alrededor de una de las mesas, hablando con Barbara que lucía muy triste y cabizbaja. Me senté en silencio al lado de Win que me observó y asintió saludando.

—¿Cómo salió todo ayer?

—Estuve un tiempo afuera de la casa de Matt para asegurarme que no cometiera un error y luego dejé a los demás en las suyas.

—¿Dónde está él ahora? —le pregunté entre dientes.

—Lo dejé en el baño hace unos minutos, supongo que ya vuelve —respondió, bebiendo de su jugo.

Tomé mi sándwich y le di un mordisco.

—Drya —dijo Barbara, mirándome con ternura—. Lamento que ayer hayas tenido que irte a casa sola. No teníamos previsto que esto sucediera... Ya sabes cómo es Matt.

—Tranquila —repuse comprensiva, poniendo mis manos sobre las suyas.

Cambió su expresión de inmediato y me dio una sonrisa, intentando evitar ponerse triste. Su personalidad es así, es de esas chicas que no pueden mostrarse afligidas y que siempre están sonriendo, coquetas y bellas.

—¿Te fue bien con el niño bonito? —interrogó pícaramente.

—¿El niño bonito?

Ella asintió.

—El tipo adinerado más abrumante que conoces y que viene justo allá —dijo, señalando discretamente hacia una zona del comedor.

Eron ingresaba al salón de comidas sosteniendo una bandeja, vestido desenfadadamente: camisa de cuadros pequeños rojos y negros con una abertura en el pecho por donde sobresalía una cadena militar que colgaba de su cuello; el peinado perfecto hacia atrás, mostrando su frente como un atributo más que encaja con las facciones de su rostro; el anillo en su dedo anular derecho y un gran reloj de plata en la otra muñeca; su estilo era enmarcado, finalmente, por pantalones y zapatos negros. Atrás llegaba Kendra, elegante al igual que su hermano: con botas negras altas hasta la rodilla, un abrigo color vino del mismo tono que su labial y el cabello lacio.

Los colores que ambos eligieron en sus atuendos resaltaban la palidez de sus pieles.

Eron volteó la mirada justo hacia mí.

Genial, nuevamente me había pillado observándolo.

Sonrió de lado levemente y continuó caminando junto a Kendra.

Rèagan se les unió poco después y los tres se sentaron en la mesa junto a otros dos chicos muy pálidos. Uno de ellos tenía el cabello largo, lacio y pelirrojo; facciones masculinas simétricas y a la vez un poco delicadas; de contextura similar a la de Eron; un arete en el lóbulo derecho y una bandana del rojo más oscuro cubriéndole la frente, tapada por un gorro negro que traía hacia atrás; un saco largo también negro que cubría la camiseta del mismo color, con las mangas enrolladas mostrando una cantidad impresionante de pulseras y cadenas que traía en sus muñecas y el tatuaje en forma de tres rombos entrelazados uno tras otro en forma horizontal en el antebrazo izquierdo. El otro muchacho de cabello rapado y facciones finas parecía nervioso, mirando hacia todos lados como si estuviera expectante o a la defensiva. Asustado, deslizaba constantemente una de sus manos por su hombro contrario. La camiseta blanca ancha que traía le hacía ver más delgado de lo que seguramente es. Eron lo observaba ligeramente enojado, causando que el nerviosismo del muchacho aumentara.

Un tercer sujeto corpulento, de cabellera larga y del castaño en su tonalidad más oscura, llegó a la mesa de ellos. La barba que traía le hacía ver un poco mayor; sin embargo, la actitud fresca que aparentaba hacía un contraste con su aspecto. Riendo, le palmoteó el hombro dos veces al muchacho nervioso y se sentó a su lado. Kendra parecía reprenderlos a todos, como una madre a sus hijos. Creo que ella tenía esa posición frente a todos. Al menos, fue la impresión que tuve de ella cuando la vi por segunda vez en la reunión de la Iglesia.

Nunca había visto en la escuela a los Haggard y menos a los otros tres sujetos que estaban en esa mesa.

El sonido de los pasos apurados de alguien llegando al salón de comidas me sacaron del trance en el que permanecí durante unos minutos analizando a todos los nuevos. En seguida, todos hicimos silencio y esperamos atentos enterarnos qué sucedía.

—¡Suéltenme! —gritaba Matt a los tres policías que lo sujetaban en medio del salón—. ¡Ya les dije que yo no lo hice, maldita sea!

—¡Matt! —exclamó Barbara.

Todos fuimos rápidamente tras de Barbara para que no se metiera en medio del forcejeo o le faltara a la autoridad y las cosas salieran peor de lo que ya estaban. H.G la sujetó fuerte en un abrazo, mientras ella gimoteaba y lloraba desesperadamente.

—Oficial, ¿qué pasa? —alzó la voz Win, siguiéndolos para tratar de acercarse.

—¡Suéltenme! —voceó Matt, siendo arrastrado por los policías al llevárselo. La presencia calma de la directora ingresando al salón de comidas nos hizo saber que ella estaba de acuerdo con lo que sucedía—. ¡Barbara!

—¡Atrás, muchacho, si no quieres hacerle compañía a tu amiguito! —le advirtió un oficial a mi mejor amigo, enseñándole el puño. Win levantó las manos y retrocedió unos pasos.

—¡No te vamos a dejar solo! —le prometió Win como despedida a Matt y regresó con nosotros con las manos en la cabeza, muy preocupado.

—Matt... —repitió Barbara entre sollozos.

—Barbara, no vamos a dejarlos solos —le di ánimo—. Se lo deben haber llevado por error, tranquila.

—Pronto esto será solo una equivocación y Matt regresará con nosotros —agregó Sam, acariciándole el cabello.

Me separé un poco de ellos y fui a un lado para hablar con Win. Teníamos que ayudar a Matt.




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