Aún recordaba la primera vez que había visto a Chloe. ¿Cómo podía olvidarla? Ella se pavoneaba de un lado a otro como la reina del lugar, como si solo ella importara y como si solo ella mereciera las miradas y la atención del instituto.
Annalise no era nueva en el instituto, y los pocos amigos que tenía eran hombres; incluso ellos volteaban a mirarla, lo cual claramente ella odiaba. ¿Acaso era por celos o envidia? Annalise quería creer que era una cuestión de honor o meritocracia; para ella, el valor de una persona estaba relacionado con su esfuerzo y sudor, no con cuántos kilos de maquillaje se ponía al día. Quería decírselo a sus amigos, gritarlo a toda la escuela, pero sabía que incluso sus amigos más íntimos la tomarían como “otra chica envidiosa más”.
¡Y no era envidia lo que sentía!
Simplemente… ni siquiera la propia Annalise sabía cómo expresarlo correctamente sin llegar a malentendidos. Porque no era ninguna de esas cuestiones; era más bien un término de… ¿impotencia? ¿Acaso podía llamarlo así? Puede que sí o puede que no, pero era el sentimiento que más se acercaba a lo que sentía cuando veía a Chloe.
Impotencia cuando había luchado por su lugar en el equipo de béisbol del instituto, ganando el campeonato, y aun así, todos estaban más ocupados viendo la rutina de Chloe que el jonrón de Annalise. Impotencia al estudiar día y noche para una tarea, y que Chloe, con un movimiento de pestañas y unas palabras dulces, hiciera que al maestro se le olvidara la tarea. Impotencia al luchar para conseguir una beca deportiva y ver que los reclutadores estaban más impactados por el liderazgo del grupo de porristas de Chloe que por sus propios logros individuales. Impotencia al simple hecho de no poder decir lo que pensaba sin ser tomada como una exagerada. Sí, impotencia era una de las palabras más exactas que podría decir, que podría expresar.
—¿Me odias? —preguntó Chloe, muy cerca de ella.
Annalise tragó saliva mientras apretaba los dientes. Se sentía pequeña junto a Chloe, quien era alta y, aun así, usaba tacones.
—¿Por qué odiaría a alguien como tú? —dijo, aunque sus palabras no resultaron amenazantes—. No te tolero, eso es seguro. ¿Pero odiar? Ni que fueras tan importante.
Chloe solo sonrió de medio lado, arrogante.
<<¿Por qué sonríe?>> pensó Annalise, frunciendo el ceño.
—Pero qué triste —ronroneó Chloe mientras se acercaba y acorralaba a Annalise—. Muy triste.
Chloe la miró a los ojos antes de proceder a observar y tocar sus propios labios con una uña postiza y pintada de rojo.
—Demasiado, supongo —murmuró, mordiendo su labio inferior y quedándose un rato así—. Mucho.
Annalise no movió ni un músculo mientras Chloe retrocedía. Su sonrisa era tan falsa como la naturalidad de su rostro, no reflejaba esa arrogancia innata que la caracterizaba como tampoco irradiaba esa seguridad que atraía todas las miradas.
—Nos vemos en clase… —dijo Chloe, dándose la vuelta sobre sus tacones de punta color rosa.
Pero entonces, Annalise la tomó por la muñeca. Con la velocidad de un látigo, Chloe giró la cabeza para observar a la deportista y tomboy por excelencia del instituto; Annalise ni siquiera se había dignado a levantar la cabeza para mirarla.
—Espe… espera —exhaló, como si se quedara sin aliento. Lo cual era casi imposible; la gran capitana Annalise Baker nunca se cansaba y mucho menos se quedaba sin aliento.
—¿Espera? ¿Espera por…?
Antes de terminar su "¿Por qué?", Annalise Baker la atrajo con la delicadeza y la fuerza con la que sostendría un bate de béisbol, juntando sus labios con los de Chloe. Sabían a fresa, y ella odiaba la fresa. Aun así, ¿por qué no paraba de besarla y se alejaba?
Ni siquiera ella misma lo entendía. Trataba de hacerlo, pero la realidad era que no entendía cómo podía odiar todo lo que Chloe era y representaba, y aun así querer tenerla tan cerca.
La acercó más, apretándola por la cintura, mientras entrelazaba sus dedos en el cabello de Chloe. Su gorra cayó, y a Annalise no pudo importarle menos. La empujó contra los casilleros.
—Ven —ronroneó Chloe, tomándola de la muñeca y empujándola hacia el baño de mujeres que tenían al lado. Annalise la siguió sin dudar.
Ambas perdieron la clase de matemáticas ese día.
FIN.