Nereida

CAPÍTULO 7

Me levanté sobresaltada esperando despertar de la pesadilla en la que me había metido, pero al momento en el que divisé el lugar en el que me encontraba supe que esto era más que un simple sueño.

Observé el mármol impecable, la gigantesca cama en la que me encontraba...

Una cosa llamó mi atención.

Y fue entonces cuando divisé la perlada tela del vestido que se encontraba a un lado de mí en la inmensa cama.

Me encontraba cubierta por las cálidas sábanas, y la habitación parecía estar en una oscuridad perfecta para ver aún sin molestar para dormir.

Parecía habitar en ella una profunda luz azul.

Me puse de pie con cuidado y bloqueé los recuerdos anteriores intentando enfocarme en una sola cosa a la vez.

El piso estaba más frío de lo que esperaba, y solté un gemido al entrar en contacto directo con él.

Me acerqué con cautela hacia el bonito vestido que reposaba sobre la cama y lo tomé observando lo parecido que era a mí.

Sin dudarlo me quité la ostentosa bata de seda que me cubría y sentí mi piel erizarse al instante en el que la cálida tela amoldó mi cuerpo de manera perfecta.

El vestido me llegaba más allá de las rodillas y tenía mangas tres cuartos talladas con pequeños acertijos dorados.

Aún descalza caminé hacia el espejo donde pude observar mi cuerpo en su forma natural.

Había perdido la cabeza.

Me observé como si fuera necesario asegurar de que todo estaba bien conmigo y decidí entonces buscar algunos zapatos que me protegieran del frío.

Atravesé los corales sintiendo como mi piel volvía a erizarse y me encontré con una diversidad de cosas.

Me detuve entonces ante unas sandalias que parecían perfectas.

Me quedaban exactas.

Ya sentía que algo más ocurría en este lugar...

Sin contar mis diez mil preguntas.

— Tengo que volver al hotel...

Eso era lo único cuerdo que podía pensar.

Abrí la gran puerta sin poder creer lo que me atrevía a hacer.

Noté el silencio que envolvía todo, y los grandes y lujosos pasillos que se dibujaban ante mí.

Todos del mismo mármol reluciente y oscuro.

Sin ventanas.

Decidí seguir hacia la derecha e intentar buscar una salida de este laberinto, pero parecían ser eternos los pasillos.

Crucé nuevamente a la derecha y perdí la cuenta de cuántas veces caminé.

Esto era una mansión.

Divisé unas escaleras y decidí seguir por allí...

Un escalofrío envolvió mi piel con cada paso que daba.

Los escalones fueron eternos.

Todo parecía interminable.

Y al llegar al final de ellas habían más pasillos, por lo que decidí seguir por el del medio.

Caminé sigilosamente hasta que crucé a la derecha y me di cuenta que no habían más pasillos a los cuales cruzar.

Sólo uno.

¿Dónde me encontraba, en el reino sinfín?

Sentí que mi corazón latía desbocado fue entonces cuando al cruzar en mi último intento de salir de este lugar, una luz me llamó la atención.

Eran velas.

Me acerqué con sumo silencio y mis labios se resecaron cada vez más.

¿Y si estaba cometiendo un error?

Mis pasos no dudaron, y fue entonces cuando le observé.

Tenía una espalda ancha...

Se veía fuerte y varonil.

Y parecía ser alto, ya que el sillón en el que se encontraba lo resaltaba aún más. Observé el cabello oscuro y algo largo desde donde me encontraba escondida.

Su piel era tan blanca...

Y cuando observé su mano sostener una copa tuve que tragar en seco.

¿Quién demonios era él?

Mi corazón agonizaba con cada latido.

Y ni siquiera le había visto el rostro.

Y como si hubiese escuchado mi pensamiento giró su rostro dejándome ver el perfil más varonil y poderoso que había visto en mi vida.

Nariz recta...

Cejas pobladas.

Mandíbula definida.

Observé cómo se relamía los labios y mi pulso se descontroló sin siquiera poder pensarlo.

Mi respiración se aceleró de tal manera que temí ser escuchada, pero simplemente no podía moverme de dónde estaba.

Él se puso de pie ajeno a mi presencia y mis manos se apretaron.

«Que ninguna apariencia te engañe, Nerea»

Pero era imposible respirar ante él.

Mi piel se contraía una y otra vez permitiéndome quedar completamente rigida sobre mis pasos.

Él caminó hacia una pequeña despensa y se sirvió más en la copa de lo que sea que estaba tomando.

Observé sus piernas largas y su cuerpo fornido.

Vestía tan solo con un pantalón negro que me hizo jadear.

Su espalda era tan musculosa.

Y no, no eran sus músculos.

Había algo en él que me hizo detenerme de una manera que no podía explicar.

Su cabello apenas rozaba sus hombros y cada vez que se movía se flexionaban en un movimiento específico que me hipnotizó.

Fue entonces cuando le vi tensarse.

Sintiendo mi mirada.

Y mi cuerpo tuvo el estúpido impulso de salir corriendo.

Pero a lo más lejos que llegué fue a la pared del pasillo, donde me recosté expulsando todo el aire que mis pulmones parecieron guardar.

Jadeaba.

Sin razón alguna...

O sí...

Llevé mis manos a mi cuello y a mí rostro sintiendo la temperatura emanar de manera inhumana.

Sentía que me estaba quemando.

¡Por los mares Nerea!

No entendía lo que me estaba sucediendo, pero no podía dejar de temblar.

Así que el instinto de mi cuerpo al escuchar sus pasos acercarse fue salir corriendo como si algo muy malo estaba a punto de arrastrarme por los suelos.

Sólo sé que corrí.

Corrí tanto que mis labios soltaban pequeños jadeos con cada paso.

No podía dejar de pensar en él.

Su imagen se repetía en mi cabeza tantas veces seguidas...

Observé las escaleras que antes había bajado y seguí de largo a través del pasillo, pero esta vez hacia su otro extremo.




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