Nereida

CAPÍTULO 11

Sus brazos me transmitieron una calma inhumana.

Sus ojos me dieron luz en medio de la tempestad.

Cuando su cuerpo rodeó el mío todo quedó atrás.

Estaba temblando, pero mi pecho sintió tanta plenitud al instante en el que su cuerpo me tomó, que todo el océano se sacudió en su presencia.

Me aferré a él como si nadie más hubiera existido en el mundo.

En ese instante él volvía a ser aquellos ojos azules...

La misma mirada que alguna vez me reclamó.

Y cuando sentí que una fuerza nos impulsaba y un calor emanaba fuego hasta dar de lleno con nuestros cuerpos, pude notar que estábamos en la superficie.

Su mirada y la mía en ningún instante se separaron, sus brazos me rodeaban con fuerza manteniendo mi cuerpo pegado al suyo.

Y mis manos rodeaban su cuello como si mi vida dependiera de eso.

Mis labios se abrieron en grandes bocanadas de aire, su mirada estaba tan ardiente como el sol y me evaluaba con tanta profundidad que sentía desvanecerme.

Su cabello caía mojado sobre su rostro y sus labios se veían más rosados que nunca.

De pronto no quería que ese instante se terminara.

Me observaba como si del mundo entero se trataba.

— ¿Estás bien?

Su voz sonó tan ronca junto al sonido del mar, que ahora era mi nueva melodía favorita.

Pegué mi frente a la suya sin temor alguno.

Sentía la necesidad de no marcharme de tal comodidad y protección.

De pronto mis ojos se llenaron de lágrimas y alzando mi mirada hacia él logré encontrar las palabras correctas.

— Siempre has sido tú...

Sus cejas se fruncieron y un extraño brillo deslumbró su mirada.

— Tus ojos azules...

Recorrí con lentitud sus facciones y un leve temblor acompañaba el trazo de mis dedos en su piel.

— Tú...

Él cerró sus ojos ante mí tacto, y apretando la mandíbula caminó conmigo en brazos hasta que nos encontramos sobre la arena, solo que mis piernas rodeaban sus caderas, y me cargaba entre sus brazos.

Sentí sus manos apretando la piel expuesta de mi espalda y aferrándose a mi cintura.

Jamás lo imaginé conmigo en la humanidad...

No sabía cómo explicarlo.

Pero él era...

Tan perfecto.

Cuando obligué a mis piernas a reaccionar sentí el escozor de la arena bajo mi piel, y aunque sus manos seguían apretando mis cintura, cedió causando que mi cuerpo bajara centímetros ante él.

Tuve que alzar mi rostro para que aquella conexión jamás se acabara.

Tal vez era un dios griego...

Tal vez todo era cierto y no estaba enloqueciendo...

Pero tal vez me gustaba saber que existía.

Sin importar la realidad.

Bajé mi mirada cuando los pensamientos me abrumaron, y aún con mis manos en su cuello sentí la necesidad de abrazarlo.

Y así lo hice, pegando mi mejilla a su pecho y sintiendo el calor que emana su vibrante piel.

Suspiré sonoramente y sentí como sus manos se tensaban pero en ningún momento me separaba de él.

Al observar el mar sentí paz.

De pronto el miedo se había desvanecido de mis pensamientos y su aroma traía pequeñas sonrisas y grandes momentos.

Tal vez debía marcharme del océano y volver a mí realidad, pero...

¿Lo volvería a encontrar?

Una pena me afligió y sentí la caricia de sus manos recorrer mi espalda en respuesta a lo que rondaba por mis pensamientos.

— ¿Ahora qué haremos?

El susurro abandonó mis labios y sentí su respiración en mi cabeza.

Subí mi mirada nuevamente hacia su rostro queriendo pronunciar algo muy diferente a lo que había dicho.

No me quiero ir de aquí.

Sus ojos mostraban una pelea interna.

Y Shakespeare habitó en mis pensamientos...

¿Ser o no ser?

Mis manos bajaron lentamente hasta su pecho, y observé cómo su respiración aumentó al mismo instante que el latido de mi corazón.

— Acompáñame esta noche...

Sus palabras parecían una fantasía irresistible.

— Una noche más y te podrás ir.

Su voz sonó ronca y mis labios se resecaron ante los suyos.

Estábamos tan cerca...

«Una noche más y te podrás ir...»

¿No me querría más?

Eso era todo.

Y nada más...

De pronto una corazonada habitó en mis pensamientos.

Me imaginé las palabras que me dirían las chicas que hace tan solo unos días se hicieron mis amigas.

«Ve, disfrútalo, y haz que sea inolvidable»

¿En qué universo el señor de los siete mares me volvería a escoger a mí?

No sabía lo que hacía.

Incluso, no sabía de dónde venía.

¿Quién era realmente?

¿Y si tal vez antes de todo lo conocía?

Mi madre siempre decía que no podía tener dudas.

Sólo respuestas.

Sólo hechos.

Y en la eternidad de segundos que mi mirada bajó de sus ojos hasta sus labios y viceversa, solo pude pensar una cosa...

Esto jamás lo volvería a vivir.

¿Qué más podría perder?

Y sosteniéndome en la punta de mis pies uní mis labios a los de él en un segundo interminable.

En ningún instante mis ojos se cerraron, y los suyos me seguían observando llenos de sorpresa y un voraz y oscuro destello que los inundó al instante en el que nuestros labios comenzaron a bailar bajo el compás de las olas.

Una corriente de fuego punzó en lo más profundo de mis instintos haciendo que mi piel se erizara como nunca antes.

Sus manos me sostuvieron con tanta seguridad y fuerza que sabía que jamás podría caer en este instante.

Sus labios me respondieron sedientos del mismo deseo desgarrador que anhelaban nuestros corazones.

Sentí su lengua recorrer mis labios, sus labios succionar los míos, sus manos causar estragos en mi piel, su pecho vibrar ante mí.

Y cuando sus dientes rasparon mi labio y un suspiro entrecortado se escapó de mis labios, sus manos me levantaron hasta que mis piernas volvieron a rodear sus caderas.




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