Nereida

CAPÍTULO 15

Los días habían pasado volando.

Helena, Lourie y yo preparamos todas las piezas y acordamos alquilar un auto de mudanza que nos permitiera llevar todas las cajas.

Lourie no dejaba de decirme lo feliz que estaba de que fuéramos juntas.

Había enumerado todas las cosas que haríamos en los ratos libres, y a pesar de que comenté que no tendríamos tanto tiempo pareció ignorarlo y meter en mi maleta ropa para una fiesta a la que estaba segurísima que iríamos.

Ella sabía que me había pasado algo en el viaje a la Isla, y también llevaba un buen tiempo llevándome a todos los lugares y actividades que creía necesarias para mí.

La verdad nunca indagó en lo que había sucedido, y se lo agradecía, simplemente resumió todo diciéndome que quien me dejaba ir perdía, y que yo no era para imbéciles que no valoraban tenerme.

Así que no hacía falta explicaciones.

No con ella.

Ella era una chica increíble que le sacaba una sonrisa a una estatua si era necesario.

Era una romántica empedernida en busca de su final feliz, y decía estar segura de que todavía no había besado a su sapo ideal.

En otras palabras Helena nos había advertido de comportarnos, pero no hacía falta conmigo, ya que parecía ser la parte centrada de la misión, pero el encanto de Lorie era indispensable para capturar a los turistas.

Era una extrovertida innata.

Cuando llegamos al centro de Atenas fue imposible no maravillarse de tanta cultura, Grecia nunca dejaba de sorprenderme.

Y aunque ya hubiese venido antes siempre me enamoraba del lugar.

Tuvimos que ir a un hotel cercano a la Acrópolis para dejar nuestro equipaje y seguir al ayuntamiento donde nos dirían el lugar asignado, confirmando nuestra asistencia.

Lourie no dejaba de hablar de que Atenas tenía un aire a amor por todas partes.

Yo ignoraba el hecho de que Atenas era el nido de la mitología, y me hacía pensar de manera indiscutible en Poseidón.

Suspiré centrándome en los papeles que tenía en mis manos y en la amabilidad de la señora que explicaba el proceso de las ferias.

Sin nada más que decir tuvimos finalmente que dirigir las cosas hasta el camino a la acrópolis, a lo largo del camino estarían los diversos kioscos.

- ¡Es tan hermoso!

Lourie observaba maravillada las grandes columnas que yacían a unos metros sobre nosotras, nos hacían sentir minúsculas.

- La verdad sí.

Cuando terminamos de bajar las cajas observamos el pequeño lugar con repisas y un improvisado escritorio.

- Creo que la alfombra le hará lucir mejor a este cuchitril.

- Lourie, ¿Sabías que alguien podría escucharte?

Una carcajada resonó desde el fondo de su garganta.

- Discúlpame Nea, pero esto es un cuchitril.

- Un cuchitril que quedará hermoso cuando comencemos a arreglarlo.

La vi hacer una especie de mímica con sus manos.

- ¡Vale, tu ganas!

Levantó sus manos en señal de resignación y yo sonreí.

Las ferias darían inicio hoy por la noche y debíamos dejar el lugar arreglado.

Luego de unas horas conseguimos colocar una alfombra al mejor estilo griego con formas doradas, en los estantes habíamos colocado todas las artesanías desde las más pequeñas a las más grandes, y los jarrones decorados se encontraban debajo de cada estante con plumas que los hacían lucir hermosos.

Había un espejo entre unos estantes y colgamos al fondo una especie de mapa griego en dorado que hacía que el lugar se viera interesante.

Las bombillas y candelabros se encendieron en luces amarillas, y colocamos dos cojines para las sillas que tendríamos.

Incluso teníamos una especie de letrero pequeño que nos llevó más trabajo de lo que pensamos montar, pero al final había quedado perfecto.

- Retiro lo dicho, ya no es cuchitril...

Lorie sonrió complacida.

- Te lo dije...

Nuestras voces sonaban jadeantes.

- Ahora es nuestro cuchitril con estilo.

Una carcajada brotó de mis labios sin pensarlo y al mismo instante un brisa envolvió mi cuerpo haciéndome estremecer.

Me giré de manera inmediata hacia la sensación de ser observada.

Nada.

Todas las personas parecían organizar sus cosas y absolutamente nadie me observaba.

- ¡Merde!

Giré mi cabeza de manera inmediata a Lourie.

La vi tomar nuestras cosas corriendo.

- ¡Se nos hace tarde Nerea!

Reaccioné al instante en que cerraba las puertas del kiosko y me arrastró por el camino de tierra hasta el taxi que estaba al final.

- ¿Podemos no correr?

Sus ojos verdosos me observaron con malicia.

- ¿Y así dónde estaría la diversión?

Negué nuevamente y le seguí el paso hasta el taxi.

Llegamos al hotel quince minutos después y Lourie se encerró en uno de los baños dejándome el de la habitación que compartíamos.

Dejé que el agua me recorriera entera y cuando la bañera ya estuvo llena me sumergí sintiendo paz.

Mis pulmones se llenaron de agua y logré exhalar un suspiro que dibujó una burbuja en las trasparencias, de pronto cerré los ojos por un instante y mi mente vagó hasta esos ojos azules...

Su mano en mi barbilla y ese azul intenso encontrándome.

Recordé aquella tarde que me quedé dormida en su biblioteca, la manera en la que me veía y sus labios quemaban los míos.

La intensidad de ese hombre era palpable hasta en mis pensamientos.

Me espabilé saliendo del agua y ahogando un quejido.

¿Por qué tenía que pensar en él?

Sabía que jamás lo olvidaría.

Sabía que en el fondo de mi corazón haber aceptado quedarme esa noche fue lo mejor.

Sabía que jamás me sentiría tan viva como cuando él tomó mi mano, o como cuando su mirada recorrió mi cuerpo, o cuando sus palabras prometieron que nadie jamás me podría imaginar.

Saqué el jabón de mi cuerpo con rapidez y al observar mi reflejo ahogué un gemido.

Estaba demacrada.




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