Nereida

CAPÍTULO 18

Parpadeé tres veces seguidas y aquí seguía estando.

— Esto no puede ser real...

No me había dado cuenta que había apretado las manos con tanta fuerza, hasta que Dionisio tomó mi mano y la puso en su mejilla.

— Comprueba por tí misma que soy tan real como una roca.

Su voz venía acompañada de una notable ironía.

Sentí la escasa barba sobre su piel y lo tersa que era.

Me quedé entonces sin aire observándolo allí, tan cerca de mí, pero de pronto una ira surgió de mis entrañas y lo empujé lejos de mi.

No me importó que hubiese caído sentado sobre la tierra, y mucho menos me importó que su pantalón era blanco.

Me levanté como una flecha y escuché su risa a lo lejos.

— Cuánto te falta aprender, Nerea...

Con esas simples palabras logró que me detuviese por completo.

¿Aprender?

¿Sobre qué o quién?

Fue entonces cuando sentí un brazo rodearme los hombros y una mano poco conocida recorrer mi brazo con un gesto cotidiano.

Me recorría de arriba hacia abajo.

Apreté los dientes y gruñí.

— ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?

Sentí sus labios pegados a mi oreja y un incesante escalofrío me recorrió lleno de indignación.

— Te prometí hacer temblar al Olimpo, y siempre cumplo con mi palabra.

Pellizqué su mano cuando dibujó un círculo en la piel de mi cuello y me sacudí con ímpetu.

— Por el Olimpo y sus siete mares...

Una especie de exasperación me inundó de tal manera que le pegué a su brazo hasta que me soltó.

— No te necesito, ni a tí, ni a quien sea que venga con dichas intenciones, no quiero saber absolutamente nada de...

Sentí su dedo presionar mis labios con fuerza silenciándome.

Visualicé entonces como me detenía frente a él y con una mirada completamente oscurecida recorrió mis rasgos escrudiñándome.

Me sentí desnuda ante su mirada, de una manera nada agradable.

Dionisio recorrió con su mirada cada mínimo detalle de mi rostro y sentí el calor acumularse en mis mejillas de manera vergonzosa.

Fue entonces cuando con un tono de voz muy bajo y gutural habló.

— Decidí premiarte con mi presencia, y espero lo disfrutes porque por el contrario tú vida será un infierno, y hay cosas que todavía ignoras, Nerea.

Tuve que tragar saliva con cada una de sus palabras.

Todo lo decía muy en serio.

Su cejo se había fruncido levemente y sus ojos parecían dos balas.

— Considera esto un favor, ya después me darás las gracias.

Y sin dejarme siquiera reaccionar me tomó de brazo y seguimos andando.

Mi estómago se cerró de tal manera que lo que antes había comido parecía dar más vueltas que nunca.

¿Ahora qué iba a hacer?

Sentí que nos deteníamos y observé entonces al hombre que estaba junto a mi escrudiñándome.

— ¿Así serás en todo momento?

Arqueé una ceja sin entender su pregunta.

— Ya entiendo por qué se fijó en tí, eres su propio talón de Aquiles.

Cuando estuvo dispuesto a continuar andando yo fui la que se detuvo, sus cejas se alzaron ante mí y negué rápidamente.

— ¿Eso dirás en todo momento?

Noté la sorpresa en su rostro al utilizar sus mismas palabras.

Pero mi expresión era tan seria como mi pregunta.

— ¿Eso qué?

Solté un leve suspiro de frustración separando mi brazo del suyo.

— Pretendes venir hasta acá de la nada a repetirme más de 5 veces por segundo su nombre, sus debilidades, sus gustos, su todo, cuando yo ni siquiera lo he pedido, para tener la ironía de preguntarme a qué me refiero.

Noté como su mandíbula se apretaba y toda gracia se iba de su pronunciado rostro.

— Nerea, solo una vez lo voy a decir y espero que me escuches con atención.

Noté cómo mi pulso se aceleraba y cómo me acorralaba en el medio de la nada, aún sabiendo que tenía espacio detrás de mí, ni siquiera me moví de su extraña cercanía.

Observé la seriedad que habitaba en su mirada y tragué saliva sin poder evitarlo.

— Por primera vez en mi vida dejo lo más sagrado que tengo por una buena intención, así que mientras menos me presiones nos llevaremos mejor, ya que tampoco estoy aquí por toda disposición y voluntad...

Antes que pudiera siquiera seguir hablando lo interrumpí.

— ¿Ah, no? Entonces deslumbra mi mente, ¿Por qué estás aquí sino es por tu propia voluntad, señor de la fiesta?

Las últimas palabras las pronuncié con una lentitud que jamás creí expresar.

Tenía todas las de perder.

No sabía lo que estaba haciendo siquiera.

Vi su mirada oscurecerse con mis palabras y cómo después volvieron a la normalidad.

— Tú lo has dicho, no es mi propia voluntad, pero la promesa de un dios se debe cumplir, sea lo que sea y con quien sea.

Sentí que me encogía ante su mirada.

Entendía cada vez menos que antes.

Tan solo cerré los ojos y respiré profundamente.

Vale, lo entiendo.

Diga lo que diga no se irá.

Abrí un solo ojo observándolo con resignación.

— ¿Aparecerás en todas partes?

Mi voz sonó más gentil de lo que pensé y noté como su mandíbula se aflojaba.

— En las menos oportunas...

Solté un bufido y él sonrió con su respectiva arrogancia.

Pero en ese instante un grupo de mujeres pasaron por nuestro lado y el suspiro que resonó dejó una estela en el aire.

Estaban babeando por él.

A decir verdad no podía juzgarlas.

Dionisio era atractivo, la verdad más que cualquier mortal sobre la tierra y yo más que nadie sabía lo que significaba admirar a un dios...

Tus ojos jamás se apartarán y de tus pensamientos más profundos jamás se irá.

Lo vi entonces sonreír con mayor arrogancia y alzar su mano ante mí.

— ¿Amigos?

Arqueé una ceja sujetando su mano.

— Una tregua, mejor dicho.

Mi respuesta pareció ser la mejor ya que soltó una breve carcajada y volvió a rodearme con su brazo para que continuáramos caminando.




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