Nereida

CAPÍTULO 19

- Meses atrás -

Toda historia tiene una versión diferente según quien la cuente.

Y cada una de las personas que conforme una misma historia describirá los hechos desde su propia experiencia.

Eso no tenía fallas.

Así eran las cosas...

Pero, ¿Qué era lo que había pasado realmente aquella mañana?

Una noche cambió sus vidas.

Los gritos inundaban la Atlántida entera.

El placer rebosaba en cada partícula de agua.

El mar vibró de diferentes maneras.

Sus emociones estaban desatadas y exaltadas de tal manera...

Poseidón siempre fue un hombre de pocas palabras, pocos sentimientos.

Había enfrentado tantas veces tantas injusticias que su corazón fue perdiendo fuerzas.

Capa tras capa perdió el significado del amor, latido tras latido se fue convirtiendo en una brillante piedra.

Desde niño había sido culpable de muchas cosas que jamás lo enorgullecían...

Pero todas y cada una de sus acciones forjaron su nombre bajo el hierro más fuerte.

Había sido un niño con tanto poder abandonado en las profundas aguas donde los titanes esperaban ansiosos acabar con él.

Había superado tantas adversidades en silencio...

En aguas indomables logró habitar.

Logró dominar todo bajo la superficie.

Construyó un imperio desde cero.

Construyó su propio hábitat y hogar.

Tanto estuvo acostumbrado a perderlo todo y ser abandonado, que se abandonó a sí mismo.

Se convirtió en alguien frío, cruel y despiadado en su propia adolescencia.

Todo dios ha recibido un castigo, una cucharada de su propia medida...

Y al dios de los siete mares solo le hacía falta una cosa mucho peor que cualquier otra...

Sentir.

Volver a tener un corazón capaz de latir...

Capaz de destruirlo todo por alguien.

Por eso se pactó su propia condena.

Alguien...

Alguien que jamás creyó conocer, ver o siquiera encontrar.

Alguien capaz de cambiarlo.

Por eso cuando algo es pactado por el Olimpo se cumple tan rápido como el chasquido de un rayo.

Por esa razón hace muchísimos años una pequeña niña comenzó esta historia sin saberlo...

Al momento en el que su cuerpo tocó las impenetrables aguas, todo se encendió en señales de alerta para aquel joven niño que ya había vivido y atravesado más cosas que una humanidad entera.

Pero desde ese instante supo que algo había cambiado.

Él no tenía corazón.

¿Cómo había sido capaz de rescatar a aquella hipnotizante criatura?

Y el latido que lo acompañó al verla partir...

¿Qué era eso en su interior?

Con ella se sentía vulnerable.

Y para él eso no era un beneficio, sino una debilidad.

Pero cuando ella volvió a aquellas aguas donde todo comenzó, no creyó encontrarse allí...

Admirándola sin saber cómo había llegado a ese lugar nuevamente...

Cómo si una gran resaca tiró de él hasta ese lugar, donde años más tarde quedó deslumbrado con la persona que se había encontrado.

Ya no era una niña.

Ahora era una mujer.

Y en todos esos años había llenado su vulnerabilidad de tantas maneras inhumanas que se sintió sucio al observarla.

Era una belleza que nunca jamás había observado.

Y si algo podía haber visto por años eran todo tipo de mujeres y bellezas.

Pero nadie había despertado ese sentimiento que pensaba maldito.

Lo peor de todo era que no podía alejarse de ella, porque al hacerlo le faltaba el aire y su mundo parecía ponerse de cabeza.

Era una pesadilla.

Era horrible para él.

Y tenía tanto odio por dentro que no sabía qué hacer ahora que había vuelto.

Pero cada día, cada segundo la entendía más.

La veía más que a nadie.

Había entendido que su vulnerabilidad había vuelto y no pretendía irse.

Y las ansias que tenía de asustarla y enviarla lejos picaban en sus manos, en sus pensamientos.

Pero estaba allí.

Una y otra vez.

Tentado como el imán llama al metal.

Y sus pensamientos se fueron perdiendo.

Y esa pelea interna se hacía cada vez más fuerte...

Pero había algo que sucedía con ella...

Al observarla romperse. Al observarla llorar. Al observarla gritarle al océano sabiendo que había alguien más allí, riéndose de ella.

Nadie era como ella.

Y sintió que el peor error de todos fue llevarla a su hogar cuando la vio transformarse.

Pero no había otra manera.

No para él.

No para ellos.

Y entre el querer y el deber, descubrió que había un sentimiento mucho más fuerte que cualquiera...

Aún era muy temprano para etiquetarlo.

Pero allí estaba.

En cada irritable latido.

Y por eso aquella noche sintió que todo había cambiado para él.

Su voz pronunciado su nombre de aquella manera tan única se había grabado en su alma.

Sus manos recorriendo aquella tersa piel que despertaba tantas fantasías en su mente.

Sus labios entre abiertos y sus cuerpos entrelazados.

Nerea era más de lo que alguna vez imaginó.

No tenía escapatoria porque en realidad, no quería irse jamás de ese sentimiento.

Y no dudó en aquel momento cuando observó su rostro sobre su pecho.

Cuando aquellos labios que tantos gemidos habían soltado reposaban en su piel de manera tranquila.

Cuando sus piernas hacían un perfecto nudo con las suyas...

Cuando sus pechos parecían sincronizados en un mismo latido.

Jamás había sentido algo así.

Y estaba seguro que ella tampoco.

Y sintió tanto miedo de perderla que quiso sostenerla de la misma manera para siempre.

Cuando dijo esas palabras quiso que ella lo hubiese escuchado de verdad.

Se sintió vulnerable nuevamente al darse cuenta que ella yacía dormida entre sus brazos, pero con ella no tenía apuros.




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