Suelen decir que cuando ves toda tu vida pasar por tus ojos tú alma se está separando de tu cuerpo.
Por esa milésima de segundos la vida se resume en un instante, en un sentimiento que te dice que algo está ocurriendo y no puedes hacer absolutamente nada para detenerlo.
En ese instante tu cuerpo ya no reacciona, no eres capaz de asimilar o pensar en las partes de tu cuerpo y no sabes ni cómo se llaman.
Apenas existe una breve y fina capa de consciencia que muy en el fondo te indica que llegó la hora...
Que eso que estás viendo correr frente a tus ojos, que se desliza cada vez más y va cayendo como una espléndida cascada de ilusiones; es tu vida.
Y por ese instante solo puedes pensar en una cosa, solo se puede experimentar un sentimiento...
Miedo.
O tal vez alguien podría experimentar felicidad... Pero siempre será un sentimiento, al que te aferras de tal manera como si tu vida dependiera de ello, y en ese instante sí termina siendo así.
Lo más curioso de ese pequeño transe entre la vida y la desconexión de tu cuerpo, es que se supone que piensas en quienes más amas, piensas en todo lo que quisiste hacer y aún no has hecho, piensas en tantas cosas... Tantos «quisiera» o tantos «tal vez» que solo se puede saber entonces que es demasiado tarde, y aunque por ese momento descubres realmente a quién más necesitas o debías decirle algo antes de que fuera demasiado tarde...
Ya lo es.
Y todo se apaga... Como una película que queda a oscuras.
Donde más que una película, tú mente se vacía y solo puedes admirar la oscuridad, pero entonces no sabes ni siquiera dónde te encuentras y no piensas en nada más porque simplemente no sabes qué significa pensar o admirar...
Tú consciencia está en un plano muy diferente a la realidad, donde tú ser se convierte en uno solo con el universo.
Para entonces jamás creí experimentar tal circunstancia, al menos no tan pronto, y mucho menos como en las películas que te dejaban con el trago más amargo encerrado en la cúspide de tu garganta y se arremolinaba en lo más profundo de tu corazón, donde sabías que si alguien decía una palabra más o simplemente te besaba el viento por un segundo, las lágrimas caerían.
Una tras otra, sin detención.
Y así lo supe entonces, que si en mi peor sueño hubiese tenido que adivinar lo que mi mente me mostraría en ese instante de inconsciencia y desconexión de la realidad, jamás lo hubiese imaginado.
O al menos, no así...
Estuve segura de que mi cuerpo quiso reaccionar, de que quería moverme, quería gritar.
Pero un solo pensamiento en forma de grito fue la información que mi memoria a largo plazo logró hilar a través de cada docena de neurotransmisores hasta mi cerebro, y allí conectar en un solo pensamiento, una palabra en el vacío que llevaba por nombre...
«Poseidón»
Y cuando los colores de la vida fueron desapareciendo a mi alrededor y sentí que mi cuerpo caía lentamente en una ráfaga de viento contra el piso de piedra y tierra de la Acrópolis, una luz lo suficientemente fuerte como esa mirada fue lo último que pude apreciar.
Lo último que pude apreciar sin siquiera tener la conciencia de distinguirlo o identificarlo...
Porque la ansiedad estaría carcomiendo mis entrañas, pero más allá de emociones y sentimientos solo sentí un vacío que seguía cayendo, donde mi vida aparecía como miles de ráfagas de imágenes y cintas volando alrededor de mí en el aire con miles de escenas.
Me vi entonces riendo en Pascuas mientras Lourie se quemaba con la vela que llevaba en la mano.
Distinguí a Helena peinando el cabello de una niña pequeña e indefensa que temblaba de miedo. Observé la oscuridad de la noche y los gritos ahogados al tocar el agua aunque fuera un milímetro. Y apareció ante mí el reflejo de una joven curiosa en el océano.
De pronto Milos estaba de vuelta ante mis ojos, tantas emociones liberadas y tantos sentimientos encontrados...
Vislumbré el recuerdo de unas manos rodeando mi cadera, recorriendo mi cintura, la vibra tan varonil y protectora que encontré entre sus brazos.
Su mirada, hipnótica y penetrante hasta en un vano pensamiento.
Y cuando un muelle lejano se reflejó ante mí, vi a una niña, una pequeña niña que caía lentamente al mar, pero de pronto se detenía...
Era como si todo quedaba paralizado allí, por ese instante, donde al otro lado del océano estaba yo, allí observándola, pero esta vez tenía escamas, y detrás de la silueta se vislumbraba una cola de sirena haciendo que su piel brillara con fuerzas.
Intenté avanzar ante la materialización de mis propios deseos.
Sentí el agua bajo mis pies, y di varios pasos sin siquiera hundirme y allí me esperaba ella...
Y cuando estuve tan cerca como para tocarla, choqué contra una barrera firme que me impedía el paso, observé sus ojos azules mirarme fijamente, retándome a avanzar, y lo intenté, chocando una y otra vez contra mis recuerdos.
De pronto el frío caló en mi piel y una sonrisa se dibujó en sus labios.
— Nerea...
Su voz resonó de una manera tan intensa en mi mente que estuve segura que lo que fuera esa barrera entre las dos, era lo suficientemente poderosa como para impulsarme unos centímetros atrás.
Cerré los ojos ante la viva imagen y nuevamente la vi sonriéndome.
Su pequeña mano se alzó y tocó la barrera entre las dos, y allí como si algo me llamara coloqué mi mano a la par de la de ella.
Un nuevo escalofrío envolvió mi piel, quemándome lentamente y estuve segura de soltar un quejido cuando su voz nuevamente resonó.
— Nerea...
Sentí que una corriente de fuego habitaba entre nuestras manos y calaba entre mis dedos.
De pronto sus ojos me observaron de una manera que me desvelaron por completo.
— Nerea del mar, donde siempre volverás y tú alma ha de reclamar.
Sus palabras salieron como el cántico hipnótico de una sirena, su voz que era la mía, sus ojos que eran mis ojos, su cuerpo que era yo...
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Editado: 26.01.2025