Never be the same // omegaverse // larry stylinson

Parte 1.

Harry se sentía el mejor alfa de todos, al final del día. Podía sentir la alegría de su omega desprenderse y llegar hasta su sistema cuando ella estaba lejos.

—¿Lo cuidarás? —le preguntó con burla. La rubia rodó los ojos y acarició su prominente estómago de siete meses con una tranquilidad que emocionó el corazón de Harry.

—Lo haré, alfa —ella respondió como todos los días desde que se habían enterado que serían padres. No había sido fácil, ambos habían buscado un cachorro desde hacía años y no lo consiguieron enseguida. El cachorro en el vientre de la omega de Harry era un milagro para todos.

—Está bien —Él sonrió y se inclinó para besar la frente de la mujer, aspirando su olor y llevándoselo en su corazón que no dejaba de latir con fuerza—. Te extrañaré.

—Vete ya —Ella negó divertida y volvió a rodar los ojos.

Harry asintió mientras giraba sobre sus talones y abría la puerta, el viento frío de Londres siendo un saludo como todas las mañanas. Y su omega gritando a sus espaldas lo mucho que lo amaba era la despedida más cálida, con una promesa al final del suspiro que la mujer daba y que Harry podía oír pese a la distancia.

Era el calor que ella irradiaba que lo abrigaba para no sentir frío. Era su lazo no formado, la falta de una mordida en su cuello lo que les demostraba a los demás que no lo necesitaban.

—¿Ella cómo está? —preguntaban algunos en su trabajo. Él sonreía y se inclinaba para dar a presumir su felicidad.

—Muy feliz —susurró a cada pregunta, encogiéndose de hombros y mirando a su escritorio. La foto de ella y a su lado una ecografía—. Estamos muy felices.

Y todos sabían la lucha que habían tenido que vivir para poder cumplir ese sueño. Un cachorro que crecía sano dentro de ella a cada día, que pateaba por las noches y la hacía llorar a ella por no dejarla dormir y Harry sosteniéndola sobre su regazo y recordándole la palabra que escuchó de todos los médicos que la habían atendido y habían dicho que era imposible que ella pudiera darle bebés.

Los días eran eternos, pero al llegar a casa y tener unos brazos envueltos en su cuello junto a un estómago rozando el suyo, le recordaba que valía la pena. 
Sin embargo, ese día había sido diferente.

—¡Cielo! —exclamó en el marco de la puerta, frunciendo su frente y mirando a su alrededor para no encontrarla—. ¡Estoy en casa!

Antes, cuando el bebé no existía, ella solía correr con tanta fuerza de una habitación a otra para saludar a Harry que sus pasos se escuchaban hasta afuera, y Harry reía y la sostenía cuando se lanzaba sobre él.

—¿Cielo? —llamó otra vez.

El silencio le provocó dolor de cabeza y angustia. Ya no la sentía.

Sus pasos no sonaron sobre la vieja madera de la casa, solo su respiración acelerada mientras caminaba hacia la habitación. Pero el vacío le quemó la piel y los ojos cuando no halló una sonrisa de labios rojos exigiendo algún antojo.

—Estoy en casa —susurró.

Ella no apareció.

Siguió y nunca apareció. Harry la encontró, pero ella nunca apareció realmente. Nunca fue a recibirlo y nunca besó sus labios para darle la bienvenida que se merecía.

Ella no se levantó del azulejo del baño cuando Harry abrió la puerta y la encontró desparramada sobre un suelo lleno de rojo y un tercero cuerpo. Algo pequeño, soltando quejidos que hicieron el corazón de Harry acelerarse. No los brazos de su omega, no el sentimiento que ella le daba. Solo los quejidos de un cuerpo pequeñito sobre el suelo, cubierto de sangre y a su lado, la omega con sus piernas abiertas y su cuerpo débil.

 


 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.