Su respiración era una ligera brisa que no podía mover nada, solo se sentía. Tal como su tristeza irradiaba en el ambiente, fingiendo ser algo bueno por hacerse notar con tanto atrevimiento.
—¿Louis Tomlinson? —Llevaba horas mirando el mismo punto invisible en ese lugar de mala muerte, donde la sangre se olía y se sentía en sus fosas nasales. Le dolía el estómago y los ojos de llorar tanto.
Lo habían recogido del suelo como una basura siendo tirado a una camilla que apenas podía aguantar su peso y el de su bebé, porque lo habían colocado a orillas de sus pies cuando lo subieron a un auto que fingía ser una ambulancia. Los gritos de ayuda eran falsos, las lágrimas eran verdaderas y eran lavaba sobre sus mejillas, quemando todo a su paso y dejando un rastro de recuerdos para siempre.
—Louis Tomlinson —volvió a llamar el desconocido, exigiendo que el cuerpo sobre la cama reaccionara. Pero el omega había olvidado cómo hablar, cómo seguir con vida—. Escúchame, omega.
Su voz de alfa le erizó la piel y le obligó a parpadear, sus labios resecos separándose para aspirar el aire que no quería. Lo miró, exigiendo con su mirada de cachorro herido que todo, una vez más, fuera solo una pesadilla. Que él despertaría en su vieja casa, estirándose lo que su vientre le hubiera permitido, sintiendo las pataditas de su cachorro exigiendo la atención de su mami.
Pero el extraño lo miró con sequedad, analizando su cuerpo y deteniéndose en su estómago, que seguía hinchado en una mala burla a su falta de embarazo.
—Tenemos que realizarte un aborto —declaró como si nada. Louis parpadeó y frunció su frente, todo de él doliendo.
—Pero... Pero yo lo vi —susurró, incapaz de decir palabras que dijeran la verdad dolorosa—. Estaba... Lo trajeron conmigo... ¿Dónde...?
—En la basura —dijo. Revisó los papeles sobre sus manos y suspiró, volviendo su vista seca al omega—. ¿Te vas a realizar el aborto o no? No salió del todo, ¿es que no lo viste?
La corriente que subió por todo de él fue lo único que le indicó que seguía con vida. Su respiración seguía siendo una brisa sin importancia, y sus lágrimas eran las pequeñas gotas que caían del cielo sin mojar a nadie.
—... ¿Qué? —Se ahogó con su saliva y vio por primera vez donde estaba. Ni siquiera era un hospital—. ¿Dónde estoy?
—No tengo tiempo para esto, Louis Tomlinson —exclamó y rodó los ojos, la profesionalidad no estando en él. En nada de su alrededor—. Existen pastillas que también te ayudarán, pero te costarán un dineral. ¿Cuánto tienes?
Sus mejillas revivieron como una flor oculta bajo un manto de blanca nieve.
No estaba seguro si tenía un lugar dónde ir, si todavía quedaba un hogar para él en alguna parte del mundo. No tenía nada, solo le quedaba su cachorro, el que estaba en la basura.
—No tengo... —Se detuvo cuando su voz sonó quebrada, perdida—. No tengo dinero.
Él siguió sonando quebrado cuando terminó de hablar. Él siguió luciendo quebrado cuando comenzó a vestirse, toda la vergüenza en él ante solo llevar una bata de hospital, pese a no estar en uno. No quería preguntar por sus pantalones, ni por su camisa.
No quería preguntar en qué bote de basura estaba su bebé.
(...)
Llovía. Su poca ropa, el trapo sobre su piel se pegaba y le permitía que la lluvia limpiara la sangre entre sus piernas y el sudor sobre su frente.
Seguramente, sus pies dolían por la cantidad de calles que había recorrido. Las miradas de los curiosos no ayudaban en su caminata, solo lo hacían más pesado a cada paso que su cuerpo se veía obligado a dar. La noche le ayudó, apiadándose de él y haciéndole invisible bajo la lluvia, sintiendo su propia vergüenza ante las miradas que había recibido desde que había salido de la dichosa clínica.
Cuando llegó a casa, sus ojos querían cerrarse para siempre.
—¿Qué te pasó? —La voz ronca le hizo bajar la mirada a sus pies, a su redondo estómago vacío.
—Lo perdí —se obligó a decir, respirando con fuerza para que el azul de sus ojos no escapara, no huyera con pena por pertenecer a un cuerpo tan patético.
Él rió, tirando el cigarrillo a sus pies e inclinándose para besar su frente. Un beso que no le produjo nada. Un simple beso que no merecía ser llamado de tal forma por su falta de sentimiento.
—Ve a dormir —le ordenó. Cuando intentó entrar a la casa, lo escuchó con claridad—: Te dije que no sobreviviría.
Y había tenido razón, como siempre.