Never be the same // omegaverse // larry stylinson

Parte 6.

El frío de una habitación dándole la bienvenida a una vida que no había deseado, que no se había imaginado jamás. Ni las más terribles pesadillas le hacían la piel erizarse, sus poros abriéndose el miedo que estaba viviendo en carne propia.

El pequeño ser sollozando en busca de lo mismo que él. El calor de su omega que se desvanecía en su mente, y temía con fuerza al día en que su rostro fuera solo un recuerdo perdido y que al ver a su hijo solo pudiera sentir el rencor en su piel por haber sido la última persona que pudo tenerla, desaprovechando esa maravillosa oportunidad. La palabra era fuerte, pero todavía no podía mirarlo a los ojos, ni siquiera podía tenerlo en sus brazos por demasiado tiempo antes de que su alfa sintiera el odio floreciendo como una flor en su primera vez en la tierra.

Podía oír aun las voces de las enfermeras indicándole cómo hacerlo, sus gritos cuando se enojaba y pedía que lo retiraran de sus manos con urgencia, que tocar su piel le revolvía el estómago hasta tal punto de no desear nunca más verlo. Pero él estaba allí, dormido y sin saber qué ocurría a su alrededor y maldito Harry por tenerle envidia, por mirarlo y desear que él nunca haya existido. El dolor en su pecho no merecía tener su nombre, no merecía ser de él.

—Está bien —le gruñó cuando supo que debía hacerlo. Lo tomó entre sus manos, sin llevárselo al pecho, y con una velocidad que sería juzgada por cualquiera que lo viera, colocó al bebé en su cuna. La cuna que su omega había comprado para él entre risas, entre besos dejados en los labios de Harry, otro recuerdo que temía perder—. Está bien —susurró mirándolo fijamente, viendo sus dedos moverse hacia la nada, en busca de algún dedo que sostener.

Harry no le daría el suyo. No le daría nada, porque lo que le había sido quitado sin aviso nunca le sería pagado. Todas las risitas que el bebé había soltado en el auto no le devolverían al amor de su vida, por mucho que lo deseara.

Suspirando, giró sobre sus talones hasta estar fuera de la habitación, un bufido saliendo de sus labios cuando la puerta se cerró detrás de él con delicadeza, como le habían indicado mil veces las enfermeras que habían estado dándole atención innecesaria al niño en la cuna.

—Debería darlo en adopción —le había recomendado una, una mueca en sus labios luego de que él no pudiera alimentarlo con su biberón—. Si no lo quiere, debería dárselo a una familia que desee tener un bebé.

Debería de haber aceptado, no debería de haber llorado por la noche pensando si sería lo que su omega haría. No debería haber negado los papeles que le habían dado al siguiente día con un gesto de cabeza, mirando al suelo y soltando las últimas lágrimas de la noche anterior.

—Lo siento por haberme sentado aquí —El omega frente a él se sonrojó, quejándose cuando estuvo de pie. Lo sacó de sus pensamientos y lo regresó a una realidad que seguía sin ser atractiva.

—Está bien —le dijo. Lo miró de pies a cabeza, analizando la vestimenta maltratada que llevaba puesta. Fue inevitable mirar alrededor de la casa con la frente fruncida, en busca de algo que hiciera falta y no era como si importara.

Había dejado la casa durante todo el tiempo que estuvo en el hospital, regresando solo una semana después de que enterrara a su omega. Solo regresó para tirar todo en la habitación donde la había encontrado, rompiendo muchas cosas que quedaron tiradas en el suelo después de que cerrara la puerta con llave, negándose a volver a pisar esa habitación por el resto de sus días.

—¿Qué edad tienes? —Su voz sonó gruesa, casi enojado. No le importó demasiado, ni cuando el omega se encogió sobre sí y parpadeó demasiadas veces.

—Tengo veinticuatro —susurró de respuesta, miedo en sus ojos azules y desconfianza en cada gesto—. Sé...Sé hacer muchas cosas... Podría cocinarle, limpiar...

Asintió y miró su rodilla asomándose en sus viejos pantalones, la sangre manchando la piel sana que podía verse.

—Primero deberías limpiarte esa herida —le dijo, fue con calma pero él volvió a temblar, viéndose cada vez más débil y pálido.

Una hoja en blanco que ocultaba muchas cosas, fue lo que Harry pudo ver a través de sus ojos por la forma en que lo miraba de regreso.

Dudó sin apartar la mirada, arrugando sus labios y viendo el cuello al descubierto del omega desconocido, ninguna marca asomándose. Solo sus huesos sobresaliendo de él como si fuera un muerto de hambre y sus huesos reclamaran comida para su dueño.

—Pensé haberte dicho que podrías limpiarte —Su omega solía rodar los ojos cuando él le daba una orden, pero ella las seguía. Brincaba por todas partes y hacía lo que se le daba la gana, sin embargo, terminaba obedeciendo a Harry para verle sonreír, así se lo había confesado una noche.

Sus pensamientos podrían llevarle a la muerte, fue lo que supo cuando caminó hasta el fregadero, una mueca en sus labios ante cada recuerdo que lo atacaba. No lo dejaban en paz y se había arreglado durante una semana entera para no llorar, para no verse más como un alfa inservible que, pese a ya haber fracasado por no haber cuidado a su omega de todos los males, seguía llorando en los rincones. Un cobarde que suplicaba regresar al pasado para reparar un error que le estaba arruinando la respiración, porque en voz baja pedía volver a estar con ella.

Remojando una toalla de la cocina, evitó quejarse del dolor que le provocó el agua caliente sobre su piel. Fue solo un recordatorio de que seguía con vida, seguía sintiendo pese a que le había prometido a su omega hace muchos años que sin ella no volvería a amar, a sentir algo por alguien más, que las gotas de agua cayendo sobre su rostro en cualquier día o noche sería nada.

—Ten —susurró. El desconocido asintió antes de tomar la toalla y, sin vergüenza, se sentó en el suelo.

Harry quiso reír mientras lo miraba limpiarse la herida con un gesto extraño en sus labios, pero arrugando la frente con extrañeza, se agachó hasta estar a su altura.




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