Louis paseó al bebé, de un lado a otro, viendo su rostro dormido y sintiéndose atraído a tenerlo siempre en sus brazos, arrullarle hasta que el color de sus ojos fuera olvidado por él, hasta que sus brazos dolieran, y hasta que se sintiera lo suficientemente malo sostenerlo y sentir que una parte del cachorro le pertenecía.
Le pertenecía a Louis, de alguna forma, porque el cachorro se seguía aferrando a su dedo mientras permanecía dormido. Y Louis no podía, no quería ser soltado, sintiendo que era amor de verdad en esos instantes, siseando melodías que se había aprendido mientras sus manos acariciaban su pancita hinchada en el pasado. Sin embargo, cada buen momento debía llegar a su irremediable final, esperando a que se repitiera más adelante.
—Duerme, mi cachorro —le cantó en susurros, paseándolo sin siquiera cansarse—. Duerme, duerme...
Louis se juró a sí mismo que volvería a suceder, que se cansaría algún día de sostenerlo por la insistencia de su cuerpo por tener al cachorro con su mejilla pegada a su pecho. Algún día, dejaría de necesitarlo tanto como lo necesitaba en ese momento, sus ojos sintiéndose pesados a la vez que se inclinaba en la cuna del bebé. Lo dejó ahí, su dedo aún aferrado entre los deditos del pequeño, que se quejó cuando Louis comenzó a soltar dedito por dedito.
—Lo sé —le susurró, sonriendo de lado—, a mí también me duele. —Y lo dejó ir, llevando esa manita hacia la delgadez de sus labios. Chupó su dedo más gordito mientras Louis giraba hacia la salida de la habitación.
Harry ya no lloraba. Louis lo había dejado de escuchar en algún momento, sin saber con exactitud cuál, pero el alfa había dejado de gritar en busca del final de su sufrimiento.
—Será para siempre —Louis deseó haberle susurrado mientras estaba arrodillado a su lado—. Te acostumbrarás al dolor hasta que dejas de derramar lágrimas, pero lo sentirás para siempre. Cada respiro que tomes, lo hará peor.
Antes de bajar al primer piso, Louis se asomó a la habitación donde Harry dormía, viéndolo casi en la misma posición en la que lo había dejado antes. Harry seguía con su rostro rojo, su olor ya habiendo invadido toda la pieza; sin embargo, sintiéndose diferente al celo de otros alfas. Harry no había saltado encima de Louis, más bien, lo había rechazado cuando su nariz respingona fue curiosa respecto al olor en el cuello de Louis. Harry no lo deseó ni quiso desearlo, a nadie más que a la dueña de sus lágrimas. Viéndolo fijamente, él no parecía estar pasando por un celo. Parecía estar pasando por la miseria de perder a alguien.
Sintió pena por él, hasta que volvió a estar a su lado en pocos segundos. Tocó su frente, comprobando que la fiebre seguía allí pero menos intensa que antes, sólo sintiéndose ligeramente bajo los dedos del omega castaño que se trasladaron desde la frente del alfa hasta su cuello. Harry se erizó bajo su toque, parpadeando y el verde en sus ojos viéndose bajo sus pestañas largas.
—Tengo frío —susurró ronco, erizándose otra vez bajo la piel de Louis, tratando de hacer más pequeño—. Por favor —insistió con voz ronca, acercándose a la mano de Louis cuando esta volvió a subir a su frente. Insistió, Louis no sabiendo qué exactamente.
—Te abrigaré —le avisó, no levantándose de su lugar y su mano aún perdida en el mismo lugar. Sus dedos vagaron por la piel de Harry como si no tuviera ocupaciones qué hacer, hasta que se detuvo.
Abrió el armario y sacó lo necesario, sacudiendo la tela y fortándola un poco sobre su mejilla por la comodidad que sentía en el algodón dentro de la sábana. Él nunca podría tener algo así, una simple tela que valía más de lo que podía pagar. Sus trapos eran basura ante las demás sábanas dentro del armario, llenándose de polvo y yaciendo sin un uso, su comodidad no acabándose pese a ello. Incluso Louis era basura frente a Harry. Harry, que parpadeaba en su cama con rostro de un moribundo que sobreviviría para seguir sufriendo en la realidad del mundo, una donde después de que terminara de llorar su capricho no sería complacido. No era como un niño, que lloraba para conseguir lo que quería como un capricho. Era la realidad que te clavaba una daga en el estómago para que chillaras por todo lo que estaba mal, aunque aquello no se resolvería aun si las lágrimas terminaran.
—Aquí —le dijo con suavidad, Harry saltando en su lugar—, te he traído la sábana más cómoda que he visto dentro del armario. —Le sonrió, sabiendo que no recibiría el mismo gesto en agradecimiento. El alfa sólo se acurrucó contra la sábana, su nariz hundiéndose en la tela y suspirando profundamente, llenando sus pulmones antes de lo que Louis ya esperaba.
Volvió a llorar, sacudiéndose dentro del capullo que había hecho con la sábana, cubriendo toda su cara hasta que apenas se lograba ver sus ojos derramarse como una cascada, cayendo hasta el final de un barranco. Más y más lágrimas que Louis no sabía cómo detener. Harry no tenía la intención de detenerse, de todas formas, viéndose decaído y sin fuerzas como para pensar que debía regresar a sí mismo para tener el control sobre él.
—¿La sábana está bien, Harry? —Louis se apoyó en sus rodillas, regresando sus dedos a los rizos del alfa. Apartó uno a uno de la frente sudada del hombre, un poco de la sábana fuera de su nariz para que respirara y de cuello para que su garganta se secara de la humedad que se había producido de las lágrimas y del sudor—. ¿Necesitas otra?
Harry sollozó, ojos cerrándose con fuerza con una mueca de dolor plasmada en su rostro. Pero asintió, apartando la tela con la cual se había aferrado con dedos apretados. Y Louis obedeció, levantándose otra vez y yendo al mismo lugar. Sacudió la tela de la misma forma, llevándola hasta la cama donde el cuerpo se seguía sacudiendo con fuerza, con desgracia y desesperación.
—No se siente bien —encontró a Harry diciendo en voz baja, susurrando a nadie hasta que el omega lo escuchó—. No huele a ella —siguió entre dientes y voz diminuta.