Harry se había aprendido el horario en que el timbre sonaba, con poco margen de error si el cielo no estaba lloviendo. Louis aparecía casi siempre a la misma hora, pareciendo apenado por estar frente a la puerta de Harry para realizar su trabajo, con esa mirada que hacía a Harry preguntarse varias cosas que no tendrían preguntan. Louis, cuando la puerta se abría, parecía estar esperando ser echado o no ser reconocido por Harry, que la mayoría de las veces trataba de darle una sonrisa cuando le permitía el camino al interior de su casa.
Había sido la misma rutina por una larga semana llena de caídas y bajadas, Harry teniendo menos bajas que antes cuando descubrió que las lágrimas regando la piel en sus mejillas no haría que creciera algún milagro. Aun así, hubo sólo pocos días en la semana donde se encerró en su oficina y no comió seguido, el ligero toque en la puerta por parte de Louis que le avisó con timidez en esos días que la comida estaba servida. Harry después se había disculpado como de costumbre, aún temeroso por sostener el bulto en sus brazos que chillaba cada día menos. Incluso Tristán parecía ya darse por vencido en buscar una salida mediante un largo llanto, sólo haciéndolo cuando Louis lo desprendía de su pecho muy temprano antes de que estuviera del todo dormido. Louis, que también había aprendido en poco tiempo a moverse por toda la casa con una escoba en mano o con el mismo bulto prendido de su pecho. En poco tiempo, Louis dejado de llamar a Harry cada que quisiera algo, tomándolo con vergüenza en sus mejillas y siguiendo con su trabajo.
Harry también descubrió que había extrañado la compañía humana, que la tristeza no era un buen acompañante como había creído desde el inicio.
—¿Dónde aprendiste a cocinar? —Harry se sentó detrás del mesón, Louis saltando en su lugar y girándose asustado—. Lo siento, pensé que me habías visto.
—No, está bien —Louis suspiró, volviendo la mirada a la olla que seguía hirviendo la comida de la tarde. Harry también aprendió a amar la comida casera de Louis en muy poco tiempo; había días donde repetía el plato, pidiéndole a Louis que le hiciera compañía en la enorme mesa vacía, vagas discusiones que no llevaban a nada—. No aprendí —Louis murmuró sin girarse, sonando tímido mientras revolvía el contenido frente a él.
—¿No? —La mirada de Harry vagó por el cuerpo de Louis con curiosidad, viendo que el omega ya no estaba tan delgado como desde un inicio—. Pareciera que sí. Pensé que habías estudiado gastronomía.
Sorprendido, Harry escuchó a Louis reírse desde su lugar, una risa pequeña que casi no llegó a escuchar. Cuando Louis volvió a girarse hacia él, parecía apenado por su arrebato.
—No, ni siquiera terminé la secundaria —susurró con pena, Harry ni siquiera prestándole atención a ese detalle cuando sus cejas de alzaron con sorpresa.
—¿No? ¿Cómo explicas lo delicioso que cocinas todos los días, entonces? —Louis le sonrió poco, colocando una mano en su cintura y sosteniendo el cucharón de madera cerca de sus labios, soplando para que el contenido se enfriara mientras pensaba en una respuesta para Harry, que no podía apartar la mirada por alguna atrayente razón.
—Tenía un libro de cocina —Louis terminó diciendo al final, mirando concentrado un punto en el mesón y encogiéndose de hombros—. Era lo único que tenía, y lo leía mil veces hasta que las recetas sólo se quedaron en mi mente. Nunca pensé que podría llegar a ponerlas en práctica.
—¿Sí? —Harry se inclinó más sobre su asiento, interesado en la historia. Después de todo, se sintió como un alivio para su mente tener una conversación sin que sus recuerdos nadaran a sus costados con la intención de ahogarlo—. ¿Y dónde está ese bendito libro? —bromeó, disfrutando de la conversación más de lo esperado.
Louis sólo se encogió de hombros, borrando un poco su sonrisa y estirando el cucharón hacia el alfa.
—No lo sé. Desapareció —resumió, más cerca de Harry, justo frente de él—. Aquí... —murmuró, para que el rizado probara de la comida a la cual le había dedicado atención antes, con su aliento soplando lo suficiente para que no queme cuando Harry lo prueba.
—Salsa roja —Harry comentó, lamiendo sus labios—. Está realmente buena, Louis. Tienes manos para esto, porque siento que es lo más delicioso que he probado en años.
Louis se abrazó a sí mismo por unos instantes, sonriendo como si no se lo creyera del todo. Fueron apenas fueron unos segundos los que se quedaron viendo fijamente, en un silencio que no se sentía entre los dos, quizá con el ruido de ambos corazones martillando con fuerza. Cuando el momento terminó tal como vino, Louis se giró de regreso a su olla en el fuego.
—Me gustaría escribir un libro de recetas —Louis le comentó casual a Harry, que rió por ello y se levantó de su asiento—. Es una de las cosas que más me gustaría hacer.
—Hazlo —Harry exclamó a sus espaldas, también entusiasmado demasiado por la conversación y la burbuja inflándose alrededor de los dos, que los dejaba lejos de cualquier cosa que quisiera volver a herirlos—. Tengo contacto que podrían servir. Tú sólo dímelo y ayudaré en lo que pueda.
Louis apagó una de las hornillas de la cocina con un suspiro, volviendo a darle la cara a un Harry ansioso por mantenerse en la fina línea de la normalidad cuando lo demás era tirarse como una pesada piedra en un rincón de cualquier lado de la casa, hundiéndose sin parar en un lago de lágrimas que él mismo creó. Incluso Louis parecía estar disfrutando de la conversación, viéndose más ligero que antes y sin tanto efecto de tristeza sobre los detalles de su rostro.
—No podría —dijo, mirando a Harry a los ojos con pesar—. Ni siquiera he cocinado algo más que no sea lo que recuerdo del recetario —Rió sin gracia.
Harry, manteniéndose parado en el mismo sitio, decidió hacer acrobacias sobre su estabilidad mental. Se acercó, sospechoso, y le sonrió amplio a Louis cuando él lo miró con confusión en sus movimientos.