Harry sentía que la conexión que le faltaba entre su hijo y él se estaba formando poco a poco. Mientras lo miraba dormir sobre la cuna que él mismo había armado, entendió que la rapidez con la que iba su corazón se debía a su presencia en sí y no a lo que pensaba que provocaba. El pecho se le acaloraba y los ojos se le colocaban borrosos, pestañeando mejor para no perderse su repetida respiración que alzaba su barriguita más de lo normal. Estaba allí y Harry también, arrodillado entre las rejillas de la cuna, observándolo y lamiéndose los labios para evitar sonreír. Y sí, la conexión se iba formando tan lentamente que casi podía sentirlo. Pero pensar demasiado en por qué había estado ciego como para captarlo sólo lo volvía a llevar al camino perdido de desespero.
Cuando Louis cerró la puerta detrás de él después de sonreír tiernamente, Harry comenzó a sentir que no debía tenerlo cargado en brazos. Sintió lo mismo que había sentido cuando lo había visto por primera vez dentro de la incubadora cuando bajó la mirada a verlo entre sus brazos. Casi lo soltó, abrumado por el choque, pero se obligó a respirar profundo y concertarse en el momento que habían vivido. El olor de ella vivía en sus cabellos cuando lo acercaba demás a su rostro, recordó, y sus rastros se dejaban ver en su pequeña cara incluso cuando dormía. Era ella en su versión más pequeña, y ni siquiera lo había apreciado lo suficiente como para comenzar a adorarlo y reconfortarse. Verlo dormir le produjo el alivio y la misma inquietud en una más baja dosis.
Harry se durmió en ese mismo lugar, recargado sobre la cuna en una posición que lo hizo moverse varias veces durante la madrugada. El frío no le insistió demasiado como para aceptar ir a dormir a su cama, llegó incluso a cuestionarse si era necesario tener una habitación totalmente sola para el bebé. Pero se tomó todo con calma cuando se levantó a la mañana siguiente, cerciorándose del estado de Tristán mientras estiraba sus extremidades entumecidas. Respiró profundo mientras alejaba la mirada, recordándose mentalmente la invalidez de su odio hacia alguien que no sabía aun lo que era sentir la falta de alguien amado, alguien que se había ido casi como dejando reemplazo en su lugar. Quería dejar de buscar culpables, porque no tendría justicia.
Justo cuando acabó de salir de la habitación de Tristán, su celular sonó en algún lado de la casa. Cuando lo encontró, los hombros se le tensaron y la neblina jugó a la burla mientras llevaba el teléfono a su oreja.
—Tienes que venir —le dijo Jeff al otro lado de la línea—. Ya sé que es muy temprano ahora, pero es una urgencia. Algo sobre la corrección que necesita ser visto desde aquí. Tu hermana me dijo que tienes niñera, ¿no?
—Apenas lleva unas semanas trabajando —balbuceó—. No puedo dejarlo aquí solo. ¿Qué si pasa algo...?
—No va a pasar nada —le apresuró su amigo—. Harry, de verdad te necesitamos aquí. Nadie hablará de nada, ¿está bien? Vamos a trabajar y nada más que eso.
La última vez que había visitado su oficina, la sonrisa que llevaba sobre sus labios había presumido todo lo que tenía. Había contado su historia de amor a muchos, recibiendo felicitaciones, llegando a casa para deshacerse de ellas. La última vez que había estado en la oficina, Tay lo había despedido con un abrazo y un beso.
—Ya sé que nadie lo hablará —Rodó los ojos—, pero todos me verán con pena. Es lo último que necesito justo ahora, Jeff. Básicamente, tengo un año de permiso para trabajar desde casa. Tristán es muy pequeño todavía.
—Gemma irá para allá —dijo con rapidez—. Debe estar llegando en unos minutos. Así de grave es la situación, Harry. Muchos podrían perder su trabajo.
Harry suspiró, sosteniendo su cabeza con el dolor de sus extremidades haciéndose más latente por la mala noche que había pasado.
—Está bien —cedió en voz baja—. Dijiste que ni una mala palabra...
—Ella era mi amiga también, Harry —Jeff murmuró en reclamo—. Era amiga de muchos aquí.
Harry colgó interrumpiéndolo por el nudo comenzando a atarse en su garganta. El timbre sonó, también interrumpiendo su momento de tedio. Deseó en voz baja encontrarse con los ojos de Louis, aún si era muy temprano como para darle la bienvenida de vuelta. Pero era Gemma, luciendo casi igual que la última vez que se habían visto, con el cabello en una cola y una mueca en los labios. Harry tuvo que hacerse a un lado para dejarla pasar por lo apurada que iba caminando.
Ella suspiró mirando el lugar cuando cruzó el marco y luego a Harry.
—¿Dónde está? —fue lo primero que dijo, casi a la defensiva.
—Está dormido —Harry cerró la puerta, mirando sin mucha atención a la calle vacía que desapareció frente a sus ojos. El café de la madera en la puerta le llamó más la atención cuando Gemma se acercó a él con los brazos cruzados—. No voy a ir, Gemma. Pierden el tiempo.
—Es un problema grave, en realidad. Te necesitan. —Gemma se paró a su lado y tomó su mano. Le sonrió de lado, con la misma pena que no quería tener que ver y que sabía que obtendría si volvía a su oficina—. Te ves muy bien. ¿Cómo va todo?
—Oh, todavía no lo he regalado. Ya te dije que está dormido —comentó con acidez—. Muchas gracias por haberme ayudado, de todas formas.
Gemma borró la sonrisa y dejó ir su mano. Se sentó en el sofá, casi encogiéndose de hombros.
—No podía y lo sabes. Es mi sobrino y estoy segura que lo amaré cuando lo vea, pero los primeros días de un cachorro son complicados. No querías que me confundiera con su madre, ¿verdad? Además, yo no sé nada sobre bebés. Que asumas que sé algo sobre ellos por ser omega es muy grosero.
Harry cruzó los brazos sobre su pecho, sabiendo la dirección absurda que la conversación tendría.
—Cómo sea —Se alejó de ella, dándose por vencido—. No veo la salida en esto. Vendré lo más pronto posible.
—Buena suerte —Gemma le dijo en broma—, la vas a necesitar. Es un verdadero desastre.