Creo que hay, por lo menos, cuarenta pares de ojos frente a mí.
Me quedo inmóvil. ¿De verdad está pasando de nuevo? ¿De nuevo la supuesta «fama»? Suspiro y sus risitas suenan de la misma forma que hace unos años. Pensé que con el paso del tiempo superarían esta atracción hacia mí, la admiración o lo que sea que sientan porque es una estupidez, pero sigue siendo como antes. Estar en cualquier lugar y que todos te observen, sin disimulo, que hablen de ti y crean saber todo lo que has hecho.
Lo odio.
Me obligo a sonreírles a todas esas chicas y con mi máximo esfuerzo bajo los escalones de forma casual. Ya lo aprendí con Madeline y sus amigas: no te metas con el sexo inteligente si no quieres terminar descojonado. Hay que andar con cuidado con las mujeres, más si andan en manada.
—Buenas tardes, chicas.
A mi saludo se escuchan grititos ahogados pero no responden, tan solo me siguen mirando con los ojos muy abiertos, como si me fueran a saltar encima en cualquier momento. Mejor salgo de aquí rápido antes de que se abalancen sobre mí y me arranquen la ropa con los dientes.
—Las veo luego en clase, señoritas.
Cuando las dejo atrás, miro sobre mi hombro y encuentro todos sus ojos siguiendo mi recorrido hasta la salida de la universidad, así que les regalo un saludo militar y apresuro disimuladamente el paso. A medida que camino por el campus, las miradas —masculinas y femeninas— recaen en mí, me escanean sin vergüenza. Solo falta que me sigan y tenga que salir corriendo como esas estrellas de rock. Esto es ridículo, tampoco he asesinado a ningún presidente ni soy tan atractivo.
No estoy muy seguro de dónde se metió mi novia y eso me molesta. Estoy bastante nervioso por lo que ella pueda decidir después de lo que ocurrió en el salón. Se suponía que nada de esto debía suceder, no imaginé que ella se llegaría a enterar de mis asuntos tan pronto y de una forma tan poco delicada. Mi intención era buscar el momento adecuado para explicarle todo, hacerla comprender las cosas correctamente y así evitar que saliera huyendo. Pero los planes cambiaron y me vi forzado a mostrarle el retazo de una realidad que ahora mismo está atormentando su cabeza.
Desearía poder evitarle todo esto, pero es imposible. Ella debe saberlo todo, pues no sé qué podrá ocurrir más adelante y necesito que esté preparada, por más que la idea de revivir los recuerdos me estremezca.
Ahora mismo desconozco su paradero, si está molesta o no conmigo, pues solo se marchó tan pálida y confundida que mi corazón se hundió con pesar. Una de las cosas que había temido por fin había ocurrido, y ahora solo puedo esperar y rezar porque ella aclare sus pensamientos pronto y quiera escucharme. Si no, yo encontraré la manera de arreglar esto, pues no pienso permitir que nada nos llegue a separar, mucho menos un pasado turbio y una demostración de violencia y fuerza bruta.
Saco el móvil de mi bolsillo delantero y entro a la aplicación en la cual registré el móvil de Maddie hace meses. Sé que sueno psicópata, obsesionado, pero yo conozco mi vida y no planeo poner en peligro la suya por estar conmigo. No es justo y lo menos que le debo es tratar de mantenerla segura.
El individuo rojo se posiciona en el mapa y, mientras camino, amplío hasta encontrar el punto exacto en el que se encuentra ella. Está quieta en un departamento a unas manzanas de aquí. Es una de las pocas zonas seguras de Manhattan, de muy buena ubicación y alto costo económico. Lo sé porque mi padre nos había regalado a mis hermanos y a mí unos departamentos en ese edificio hace años.
La cuestión es, no entiendo qué puede estar haciendo Madeline allí. No conoce a nadie en Nueva York, con excepción de…
Admito que soy posesivo. Nunca había tenido sentimientos tan fuertes por alguien y mi peor temor es que me la quiten, pero realmente no tolero a ese Nicolás. Cuando veo su cara lo único que quiero es estrellar mi puño en ella; cada vez que le sonríe deseo tomarlo del cuello y presionarlo hasta que se ahogue.
Siempre he conseguido mantener mis impulsos violentos bajo control, pues no necesito más que un par de palabras cargadas de odio y una mirada amenazadora a los demás hombres para que se alejen. Cuando se trata del mejor amigo de mi novia, en verdad quiero hacer que desaparezca y se aleje de ella, que no la toque ni camine a su lado porque algo en mi interior se retuerce al verlos juntos.
Sé lo que son los celos porque los experimento continuamente en nuestro noviazgo, pero lo que siento contra el chico va más allá. Estoy en proceso de averiguar por qué mi cuerpo se pone rígido y alerta cada vez que ambos están muy cerca, por qué siento que debo enterrarle una bala en el cráneo cuando le dice un cumplido.
Esto va más allá de marcar el territorio. Se trata de la forma en la que mi instinto protector despierta cuando él aparece. Y si de casualidad es porque le gusta mi novia, le aconsejaré que tome un vuelo a Sudáfrica antes de que yo lo encuentre.
Pero en este momento tengo algo muy importante que hacer, algo que no puede esperar, y no me queda de otra que llenarme de paz y confiar en que todo en ese departamento irá bien. De igual forma, pasaron un mes estando juntos sin que yo pudiera salir a la luz, por un día no ocurrirá nada.
Debo calmarme. La adrenalina y el sentimiento de anticipación por lo que voy a hacer me están volviendo un energúmeno desde ya.
Cuando llego al estacionamiento de la Universidad de Columbia, me paro en seco. Los flashes comienzan a dispararse sobre mí como locos y los reporteros se comienzan a empujar unos a otros contra el portón para tener un mejor enfoque de mí, allí parado, mirándolos sin dar crédito. ¿Paparazzi? ¿De verdad? Las preguntas son lanzadas a gritos, pidiendo que sonría, dé respuestas, comente qué pienso del nuevo socio de mi padre. Miles de cuestiones sin cesar, las brillantes luces me dañan la vista y doy un par de pasos hacia atrás.