Ni contigo, ni sin ti

Prólogo

Todos los veranos, desde que tenía memoria, Emma pasaba los días en la casa de verano de los Ruiz, los mejores amigos de sus padres y también sus vecinos en el barrio. Era una tradición que nunca se rompía, ni siquiera tras la muerte de su madre, cuando Emma tenía apenas ocho años.

Durante esos meses, se sumergía en un mundo compartido con Sergio y Lucas, los hijos de los Ruiz. Sergio, tres años mayor que ella, siempre había sido como un hermano mayor: protector, amable y confiable. Lucas, en cambio, solo le llevaba un año, pero era con él con quien peor se llevaba.

Con su sonrisa encantadora y una confianza que parecía innata, Lucas era un verdadero dolor de cabeza para Emma. Disfrutaba burlándose de ella y aprovechándose de su carácter impulsivo para sacarla de quicio. Robarle las muñecas, esconderle los libros o simplemente provocarla hasta hacerla estallar eran sus entretenimientos favoritos.

—¡Eres una tonta! —gritó Lucas un día de verano, corriendo por el jardín mientras Emma, enfurecida, lo perseguía.

Él reía a carcajadas, adelantándose con una velocidad que la dejaba sin aliento. Miró hacia atrás, y sus ojos grises destellaron con diversión… y algo más. Sonreía con esa arrogancia que la sacaba de quicio, pero había un matiz en su expresión que Emma aún era demasiado joven para comprender.

—¿Qué pasa, Em? ¿No sabes que siempre te voy a ganar? —se burló Lucas, saltando con agilidad por encima de una pequeña cerca.

Emma apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en la palma. Lanzó un bufido antes de echar a correr de nuevo, decidida a alcanzarlo, aunque le costara el aliento. Lo odiaba. Odiaba la forma en que siempre la hacía sentir pequeña, como si no fuera más que un juguete para él. No importaba que fueran vecinos, amigos de toda la vida o hijos de familias unidas. Para Lucas, ella era un desafío constante, alguien a quien provocar por pura diversión.

—¡No me toques! —le gritó cuando él intentó arrebatarle el balón, pero Lucas solo rió más fuerte, disfrutando del espectáculo.

A pesar de su frustración, Emma no podía ignorar esa chispa en su rostro. Había algo en su actitud, en la forma en que la retaba, que parecía más que simple diversión. Pero Emma, demasiado joven e inexperta, no le dio mayor importancia. Prefería concentrarse en su rabia, en la manera en que él siempre conseguía hacerla perder el control.

El tiempo pasó, y su relación cambió. A medida que crecían, los veranos juntos se acortaron, y cada uno comenzó a rodearse de su propio círculo de amigos. En el barrio dejaron de juntarse. Emma ya no iba a la casa de los Ruiz a buscarlos para jugar y, en los breves encuentros que tenían, apenas se dirigían la palabra.

La distancia entre ellos se hizo cada vez más evidente, hasta que, finalmente, un verano, Lucas, con 18 años recién cumplidos, se fue a estudiar al extranjero, persiguiendo su sueño de convertirse en fotógrafo. Emma, en cambio, se quedó. Siguió con su vida, marcada por la ausencia de su madre y la lucha constante por encontrar su lugar en un mundo que siempre parecía ir un paso por delante de ella.

Con el tiempo, dejó de pensar en Lucas. Para ella, no era más que un recuerdo borroso de su infancia, un niño molesto que, por suerte, ya no formaba parte de su vida.

Lo que Emma no sabía era que el destino aún no había terminado con ellos. Y cuando sus caminos se cruzaran de nuevo, el resentimiento que había guardado todos esos años volvería con fuerza, acompañado de algo mucho más complejo. Algo para lo que no estaba preparada.




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