Héctor Vega llegó esa noche a casa y se encontró con todas las luces apagadas. Frunció el ceño. "Qué extraño", pensó. A esta hora, Emma ya debería haber vuelto y estaría preparando la cena, como siempre.
Entró en casa y la estancia se sintió fría en comparación con el bochornoso calor que aún hacía a estas horas fuera.
—¿Emma? —la llamó.
El único sonido que obtuvo como respuesta fue un gruñido apagado que venía desde su habitación.
Inquieto, se acercó a la puerta y dio unos toques. No esperó respuesta y entró.
Había imaginado muchas cosas, pero no esto. Emma estaba tumbada boca arriba en la cama, con la mirada perdida en el techo, como si el mundo a su alrededor no existiera.
—Em, ¿te ha pasado algo? —preguntó, sentándose en el borde de la cama. Le tomó la mano y la acarició con suavidad.
Ella abrió la boca, pero su voz tembló.
—Papá… —intentó decir, pero un sollozo ahogado la interrumpió.
Héctor se puso de pie de inmediato, alarmado. Rara vez veía llorar a su hija, y cuando lo hacía, siempre había una razón de peso detrás.
—Me han despedido —susurró finalmente Emma, con la voz rota. Alzó la mirada y sus ojos enrojecidos se encontraron con los de su padre.
Héctor sintió un nudo en el estómago. Dudó en si debería tocarle el hombro o incluso en si debería abrazarla. No sabía qué hacer en situaciones como esa. Nunca había tenido mano para consolar a nadie. Y cuando eso pasaba, solo había una persona en quien confiaba para ayudar.
—Voy a llamar a Elena… —dijo mientras sacaba su móvil del bolsillo.
—¡No! —gritó Emma, incorporándose de golpe. Su respiración era errática, como si luchara contra el llanto—. Luke…
Héctor se quedó inmóvil. No entendía nada.
Pero no iba a quedarse de brazos cruzados. Ignoró la súplica de su hija y salió de la habitación mientras marcaba el número de Elena.
Sin embargo, justo en ese momento, el timbre sonó.
Héctor frunció el ceño, cortó la llamada y fue a abrir la puerta.
Para su sorpresa, ahí estaba Elena.
—¿Me llamabas? —preguntó con una enorme sonrisa.
Héctor soltó un suspiro.
—No sé cómo lo has sabido, pero la tienes en su habitación —respondió, sin molestarse en invitarla a entrar mientras se dirigía a la cocina—. Ah, y gracias —añadió al final, asomando la cabeza por el umbral antes de desaparecer.
Elena ya había cerrado la puerta y caminaba con paso decidido hacia la habitación de Emma.
Al entrar, encontró a Emma en la misma posición en la que la había dejado Héctor: tumbada boca arriba, la mirada perdida en un punto indefinido del techo.
Elena la observó en silencio durante unos segundos, esperando a que su presencia fuera notada.
Sergio le había contado todo. En cuanto lo supo, no dudó en ir a la casa de los Vega. Para ella, Emma era como la hija que nunca había tenido.
No soportaba verla así, y menos aún que la culpa la tuviera su hijo pequeño, Lucas. Lo mataría cuando lo viera, pensó con rabia. Pero el muy cobarde se había esfumado antes de que ella llegara a casa.
—Em… —murmuró con suavidad.
Emma giró la cabeza y, al verla, chasqueó la lengua.
—Mierda… Mi padre no puede evitar llamarte a la mínima.
—No ha sido tu padre, ha sido Sergio —corrigió Elena mientras se acercaba y se sentaba en el borde de la cama.
La miró con esa expresión que todas las madres tienen, como si entendiera todo, como si pudiera leer cada pensamiento de Emma.
Emma se incorporó lentamente y, sin dudarlo, se abrazó a ella. Lo necesitaba.
Elena le devolvió el abrazo con la ternura de siempre, acariciándole el cabello en un gesto tranquilizador.
—Había trabajado tanto… —sollozó Emma contra su hombro.
—Tranquila, encontrarás algo mucho mejor que ese horrible trabajo. Al fin y al cabo, siempre te estabas quejando de que no era bueno —intentó consolarla Elena.
Mientras hablaba, una idea comenzó a tomar forma en su cabeza. Solo tenía que plantar la semilla.
—Tómatelo como unas vacaciones —dijo de repente, apartándola con suavidad y tomándola por los hombros para mirarla a los ojos.
Emma frunció el ceño, confundida por el repentino cambio de tema.
—¿Vacaciones? —repitió, sin comprender del todo.
—Sí. En unos días nos vamos, como todos los años, a la casa de verano. ¿Por qué no vienes? Como en los viejos tiempos.
Emma la observó, empezando a entender. La casa de verano de los Ruiz. Tenía muy buenos recuerdos de aquel lugar.
—¿Estará…? —comenzó a preguntar con cautela.
—No, él tiene que quedarse en la ciudad para encargarse de su nuevo estudio —respondió Elena sin titubear. Sabía que esa sería la primera pregunta.
No insistió más. Sabía que convencer a Emma no sería fácil.