Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 5

Elena escuchaba a su hijo sin poder creer lo que estaba oyendo.

—Yo la traigo para que descanse y tú la pones a trabajar —dijo, estupefacta—. ¿Era realmente necesario?

—Mamá, tengo un plan —explicó Sergio. Su madre lo observó con indecisión—. Confía en mí, ¿vale?

—Espero que sepas lo que estás haciendo —murmuró con resignación.

En ese preciso momento, Emma entró en la cocina y ambos se callaron al instante.

—¿De qué estabais hablando? —preguntó con curiosidad.

—Esperaba que dijeras que sí a lo que te propuse ayer —respondió sin rodeos Sergio—. Pero no te veo con muchas ganas de salir de casa hoy.

Emma bajó la mirada y se examinó a sí misma. Todavía llevaba puesto el pijama. Se pasó una mano por el cabello, intentando desenredarlo en vano.

—No sabía que la oferta era para ya —bostezó—. Además, creo que no me apetece mucho trabajar aquí. Tendría que quedarme… —añadió pensativa.

Sergio miró a su madre, suplicando ayuda. Si Emma no aceptaba, todo se iría a la mierda.

—¿Y qué tienes pensado hacer hoy? —intervino Elena.

Sergio la miró con confusión. O no había funcionado la telepatía madre-hijo o no entendía a dónde quería llegar con esa pregunta.

—Pues… tomar el sol, disfrutar de la piscina… igual leer algún libro.

—Ah, genial, nada importante —dijo Elena con una sonrisa—. Entonces puedes ayudarme a organizar unas cajas que tengo en el garaje. Quiero donar todos los juguetes viejos de Sergio y Lucas…

Emma abrió los ojos como platos mientras Elena seguía hablando. No había cosa que detestara más que organizar ese tipo de cosas.

—Sergio, me visto y vamos —soltó de repente antes de salir corriendo.

Sergio miró a su madre y estalló en carcajadas. Elena le dio un par de palmaditas en el hombro antes de salir también de la cocina.

En menos de diez minutos, Sergio y Emma estaban en su coche, camino al centro del pueblo.

Según le había contado Sergio, Daniela, la dueña de la revista, le haría una pequeña entrevista para ver si encajaba en lo que estaban buscando.

Sergio estacionó frente a un edificio de ladrillo. Un gran letrero sobre la puerta indicaba: La Bruma Matutina.

A Emma le hizo gracia el nombre.

—Te espero aquí —dijo Sergio mientras Emma salía del coche con una sonrisa.

Anoche, cuando se fue a dormir, había decidido no aceptar la oferta. No quería quedarse allí, tan lejos de su padre. Sin embargo, ahora, de pie frente al edificio, sintió que esta nueva oportunidad podía ser beneficiosa para su futuro. No tenía por qué quedarse al final de la temporada; simplemente podría disfrutar haciendo lo que realmente le gustaba mientras aprovechaba el verano. Cuando este llegara a su fin, ya se preocuparía por encontrar trabajo en la ciudad.

Inspiró hondo, se armó de decisión y entró en el edificio. Subió las escaleras con avidez hasta llegar a un escritorio de mármol donde la esperaba una recepcionista.

—Buenos días —la saludó la joven con una amable sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Buenos días, soy Emma Vega. Tengo una entrevista con Daniela Gómez.

—Sí, la está esperando. Siga este pasillo —señaló a la derecha—, su despacho es el último a la izquierda.

—Muchas gracias.

La recepcionista se despidió con una leve inclinación de cabeza.

Emma sintió cómo los nervios comenzaban a hacerle sudar las palmas de las manos. Se las secó en el pantalón, se arregló la ropa y tocó la puerta.

—Adelante —respondió una voz al otro lado.

Emma entró y se encontró con una chica pelirroja de aproximadamente su edad, que se levantó de inmediato y se acercó a ella.

—Tú debes de ser Emma —dijo con una sonrisa, estrechándole la mano—. ¿Nos conocemos?

—Eso mismo estaba pensando yo —respondió Emma, pensativa.

De repente, cayó en la cuenta de dónde la había visto antes.

—¡Eres Pecas! La chica que siempre sacaba de quicio a nuestro tranquilo Sergio.

Apenas pronunció el mote, Emma se arrepintió. Sin embargo, Daniela estalló en carcajadas.

—La misma —respondió con una sonrisa—. Y tú eres la que Lucas siempre fastidiaba. Me caes bien, siempre me has caído bien. Por mí, el trabajo es tuyo.

—Genial —aceptó Emma sin dudarlo.

Pasaron casi una hora poniéndose al día, hablando de todo menos de trabajo. Sin saberlo, ambas habían seguido trayectorias similares y estudiado lo mismo.

—¿Qué te parece si quedamos mañana a las nueve y te pongo a trabajar?

—Aquí estaré.

Se despidieron y Emma salió del edificio con un nuevo trabajo y, esperaba, una nueva amiga. Era la primera vez que tenía tan buena conexión con un jefe. Sin duda, había sido un gran comienzo.

Sergio la esperaba en el coche, concentrado tecleando en su teléfono. Tan pronto la vio salir, dejó el móvil y bajó del auto.




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