Emma llegó a casa con las últimas palabras de Lucas aún resonando en su cabeza.
Hoy no había nadie esperándola en la cocina para comer. De hecho, la casa estaba prácticamente vacía.
Rebuscó en la nevera y se preparó un sencillo sándwich. No tenía demasiada hambre, pero algo debía comer. Con el primer bocado en la mano, salió al jardín y se dejó caer en una de las butacas del porche trasero.
El aire era cálido, pero una brisa ligera hacía el ambiente agradable. Cerró los ojos un momento, disfrutando del silencio. Sin embargo, no tardó en volver a lo mismo.
Revivió cada instante de la mañana con una claridad molesta. El abrazo de Lucas, la forma en que la había sostenido… Se tapó la cara con las manos, frustrada consigo misma. Parecía una adolescente, ¿qué demonios le pasaba?
Sacó el móvil del bolsillo, dispuesta a distraerse con cualquier cosa. Pero daba igual cuántas veces deslizara el dedo por la pantalla o cuántos mensajes leyera. Nada conseguía alejarlo de su mente.
Lucas volvía una y otra vez, como una canción pegajosa de la que no podía escapar.
Tras lo que le pareció una eternidad, Sergio apareció por el porche acompañado de sus padres.
—¡Aquí estabas, Em! —exclamó Sergio con entusiasmo.
Emma se levantó y se acercó a ellos con una sonrisa.
—¿Has comido algo? —preguntó Elena, siempre preocupada por ella.
—Sí, tranquila —respondió Emma, agitando la mano como si no fuera importante—. ¿Dónde estabais?
—Fuimos a comprar algunas cosas para la cena de hoy —contestó Fernando Ruiz.
Emma no lo veía tan a menudo. A pesar de estar de vacaciones, el padre de familia siempre estaba ocupado, manejando su empresa desde donde fuera que estuviese. Se podría decir que era un adicto al trabajo. Aun así, era un hombre cariñoso y protector, y siempre la había tratado como a una hija más.
—¡Vamos a celebrar tu primera publicación con una gran cena! —exclamó Sergio, dando pequeños saltos de emoción.
Emma lo miró con una mezcla de diversión y ternura. Ahora entendía su entusiasmo desde el momento en que apareció.
—Vamos a hacer tu comida favorita: tacos —añadió Elena con una sonrisa.
—Y de postre, natillas —finalizó Fernando.
Los tres estaban visiblemente emocionados con la cena. Sabían lo mucho que a Emma le había costado llegar hasta allí, y se alegraban por ella como si fuera parte de su propia familia.
Emma los miró con adoración. Lo eran.
Justo en ese momento, su móvil empezó a sonar.
Vio en la pantalla el nombre de “Papá”. Era obvio que ya le habían contado la noticia.
—Hola, papá —saludó mientras se alejaba de los Ruiz. Ellos, al notar la llamada, le dejaron su espacio y entraron en la casa mientras charlaban animadamente.
—Enhorabuena, hija mía —dijo Héctor al otro lado de la línea.
—Gracias, papá. Estoy muy contenta, no esperaba que publicaran mi artículo… y con mi nombre —confesó Emma con emoción. Aún le costaba creerlo.
—Sabía que lo conseguirías. Tarde o temprano, todo tu esfuerzo tenía que dar frutos —respondió su padre con orgullo.
Lo que Emma no sabía era que Héctor tenía un ejemplar de la revista en sus manos en ese preciso instante. Se la había dado la misma persona que le contó la noticia. Pero eso, por ahora, era su pequeño secreto.
Emma suspiró, con un deje de melancolía.
—Ojalá estuvieras aquí, papá.
Le encantaba estar en aquella casa, disfrutando del cariño de los Ruiz, pero echaba de menos a su padre más de lo que quería admitir.
—Bueno, hoy es viernes… Quizá pueda acercarme el domingo —dijo Héctor pensativo—. Pero no te prometo nada, tengo que terminar algunas cosas en casa.
—No importa, papá. Si al final no puedes, hacemos una videollamada.
—Sería genial, Em.
En ese momento, el timbre sonó en casa de Héctor.
—Tengo que dejarte, hablamos mañana.
—Vale, papá.
Emma miró la pantalla del móvil tras colgar. Su padre siempre estaba pendiente de ella… y eso le reconfortaba más de lo que quería admitir.
Suspiró y se adentró en la casa en busca de la familia Ruiz.
Los encontró en la cocina, cada uno ocupado en su tarea, con todos los ingredientes y utensilios desplegados para la gran cena. Se apoyó en el umbral de la puerta y los observó con una sonrisa. Era toda una estampa.
—Em —dijo Elena al notar su presencia—, ¿podrías poner la mesa, por favor?
—Por supuesto —respondió Emma, moviéndose de inmediato para coger los platos y cubiertos.
Puso la mesa para cuatro con rapidez, mientras los Ruiz seguían concentrados en la preparación de la cena.
De pronto, el timbre sonó.
Emma giró la cabeza con curiosidad. ¿Esperaban a alguien?