A la mañana siguiente, Emma se despertó con el temor de encontrarse con Lucas a primera hora, sin haber tomado su café. Bajó a la cocina con sigilo, esperando que la casa aún estuviera en calma.
Para su alivio, fue la primera en levantarse. Todo seguía en completo silencio y, al llegar a la cocina, no había nadie allí.
Se preparó una taza de café bien cargado; lo necesitaba. La noche había sido larga, se había despertado varias veces y, aunque odiaba admitirlo, Lucas había sido una presencia constante en sus pensamientos.
Se sentó en uno de los taburetes de la isla y disfrutó del amargo sabor del café. Su mente divagó hacia la cena de la noche anterior, reviviendo cada momento desagradable. No había podido ni disfrutar de los tacos que habían hecho en su honor.
—Maldito Lucas —murmuró con fastidio.
Un suave carraspeo la hizo dar un respingo. Se giró hacia la puerta y, para su desgracia, allí estaba el causante de sus problemas.
—¿Qué se supone que he hecho yo ahora? —preguntó Lucas con su típica arrogancia.
Pero Emma captó algo más en su tono, algo que no esperaba: dolor.
Por un instante, él apartó la mirada, como si estuviera cansado de que ella siempre lo viera como el villano de la historia.
Lucas entró a la cocina y empezó a trastear en los armarios. Al igual que ella, se preparó un café. Emma observó de reojo las ojeras que marcaban su rostro. A juzgar por su aspecto, tampoco había pasado una buena noche.
Por un fugaz segundo, sintió pena por él. ¿Le habría afectado también la cena de ayer?
—¿Quieres otro? —preguntó Lucas, señalando la taza vacía de Emma.
Ella parpadeó, sorprendida. Ni siquiera se había dado cuenta de que había terminado su café. Lo miró, dudando, pero terminó negando con la cabeza.
Lucas apoyó una mano en la encimera y la observó con seriedad.
—¿No piensas hablarme?
Su tono ya no tenía rastro de burla.
Emma lo miró, con el resentimiento aun ardiendo en su interior.
—No sé de qué quieres que hablemos. No tenemos nada que decirnos.
Un largo silencio se instaló entre ellos. Lucas apretó los labios, conteniendo algo, hasta que finalmente explotó.
—¿Acaso no te acuerdas de todo lo bueno que he hecho por ti? ¿Solo recuerdas lo malo?
Sus miradas se encontraron, chocando con la misma intensidad de siempre.
Emma dejó escapar una risa irónica.
—Me acuerdo de las veces que me escondías las muñecas, de cuando me disparabas agua con tu pistola de juguete, de todas las veces que te burlaste de mi ropa… ¿sigo?
Lucas resopló y negó con la cabeza, frustrado.
—¿Y el día que te regalé el llavero de conejo? Ese que tanto te gustó y que aún guardas —soltó con furia.
Emma sintió que el aire se atascaba en su garganta.
Lucas apartó la mirada por un segundo, como si se arrepintiera de haber dicho aquello en voz alta.
“¿Cómo demonios sabía él que todavía tenía ese llavero?”, se preguntó Emma.
Lucas se acercó y se sentó en el taburete junto a ella. Sus ojos grises la taladraron con intensidad.
—También me acuerdo del día en que esos idiotas te molestaban en aquella fiesta de verano y yo los hice largarse.
Emma parpadeó y, sin poder evitarlo, su mente viajó a aquel recuerdo enterrado en el tiempo…
Cada año, el pueblo organizaba una gran fiesta al aire libre. Emma tenía quince años aquella vez, y estaba sola esperando a Sergio cuando un grupo de adolescentes se acercó a ella.
Al principio, solo parecían bromistas, pero pronto se volvieron insoportables.
—Vamos, solo un beso —dijo uno, con una sonrisa engreída.
—Uno para cada uno —añadió otro, acercándose demasiado.
Emma retrocedió, frunciendo el ceño.
—Sois unos babuinos. Largo de aquí.
Pero ellos no parecían dispuestos a dejarla en paz.
Y entonces, de repente, Lucas apareció de la nada.
—¿Algún problema? —preguntó con un tono tan afilado como un cuchillo.
Antes de que Emma pudiera reaccionar, él la agarró por la cintura y la pegó contra su cuerpo en un gesto protector… y posesivo.
Los chicos se miraron entre ellos y dieron un paso atrás.
—Vaya, haber dicho antes que tenías novio —masculló uno antes de irse con los demás.
Lucas y Emma se quedaron en silencio. Aquella palabra resonó en sus cabezas como un eco ensordecedor.
Se miraron, dándose cuenta de la cercanía, de cómo sus cuerpos encajaban perfectamente.
Y como si el contacto les quemara, se separaron de golpe.
Lucas no dijo nada, pero Emma vio algo en su mirada que nunca había notado antes.