Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 10

Emma aprovechó que Fernando se había puesto a hablar con sus hijos para escabullirse del jardín y refugiarse en su habitación.

Se quitó el bañador y se puso ropa cómoda.

"¿Por qué demonios le di las gracias? ¿Qué me pasa?", se preguntó mientras empezaba a dar vueltas por la habitación, igual que un torbellino de pensamientos giraba en su cabeza.

No podía dejar de pensar en él.

Era molesto, irritante… y totalmente inaceptable.

Durante años había construido una imagen de Lucas en su mente: el niño insufrible que nunca se tomaba nada en serio, el hombre arrogante que se había cruzado en su camino como si el destino tuviera un retorcido sentido del humor. Y, sin embargo, ahí estaba, rompiendo una y otra vez las ideas que ella tenía sobre él.

Primero, había llevado su coche al taller sin decirle nada. Luego, la había descolocado con su actitud en la cena familiar. Y ahora, estaba completamente de vuelta en su vida, y ella no sabía qué hacer con eso.

Emma dejó escapar un suspiro pesado mientras se sentaba en la cama.

¿Era posible que Lucas realmente hubiera cambiado?

La idea le resultaba incómoda. Si lo aceptaba, si bajaba la guardia aunque fuera un poco, significaba admitir que tal vez había sido injusta con él. Que tal vez, solo tal vez, no era el villano que había creído durante tanto tiempo.

Pero, ¿estaba lista para eso?

Emma se levantó. Había decidido bajar al salón y dejar de esconderse.

Al llegar, se encontró con Sergio y Fernando, que conversaban animadamente.

—Ah, hola, Em —saludó Sergio al verla.

—Ahora que estás aquí, Emma, os dejo solos. Tengo unos papeles que terminar antes de la cena —dijo Fernando, saliendo del salón con rapidez. Parecía que había estado esperando una excusa para escaparse a trabajar.

—¿Y Lucas? —preguntó Emma, y en ese mismo instante se arrepintió. ¿Por qué le importaba dónde estaba? Pero, sí, le importaba.

—Se ha ido con mamá a hacer unos recados —contestó Sergio sin darle importancia a la pregunta, aunque por dentro estaba dando saltos de emoción al darse cuenta de que ella empezaba a buscarlo.

—Sabes que tenemos una conversación pendiente desde hace unos días —soltó de repente Emma. Necesitaba saberlo.

Sergio la miró sin terminar de entender a qué se refería.

—El tiempo que Lucas estuvo en el extranjero… ¿puedes contarme la verdad sobre lo que pasó? —preguntó Emma al ver que él seguía sin reaccionar.

—Ah… eso —murmuró Sergio sin mucha convicción.

—Sergio… —La paciencia de Emma empezaba a agotarse. Sabía perfectamente que intentaba darle largas.

—Es que… igual es mejor que él te lo cuente.

Sergio hizo un leve gesto con la cabeza, señalando algo detrás de ella.

Emma se giró.

Allí estaba Lucas, mirándolos sin comprender.

—Emma tenía curiosidad por cómo habían sido tus años fuera.

Sergio le guiñó un ojo a Emma y se largó corriendo, dejándolos solos.

Lucas lo vio marcharse y luego volvió la mirada hacia Emma. Ella se quedó congelada, sin saber muy bien cómo salir de aquella situación.

—Así que te interesa mi vida —dijo Lucas, acercándose a ella.

Emma retrocedió instintivamente hasta que su espalda chocó contra la pared. No tenía escapatoria.

Él siguió avanzando hasta que sus respiraciones se mezclaron.

Emma lo miró a los ojos y tragó saliva.

—Tu… tu hermano… —tartamudeó— me dijo que lo habías pasado mal.

Lucas se quedó inmóvil. La frase pareció transportarlo a otro tiempo, a otro lugar.

De repente, ya no estaba en ese salón.

Estaba en aquella fría ciudad desconocida, solo y desorientado, sintiendo el peso de los kilómetros que lo separaban de su hogar.

La primera noche fue la peor. La soledad se le clavó en el pecho como una daga helada. Estaba lejos de su familia, de sus amigos, de todo lo que conocía. Siempre había estado acostumbrado a que lo arroparan, a que su nombre significara algo, a que su presencia no pasara desapercibida. Pero allí, en ese nuevo mundo, era solo un desconocido más.

Los primeros meses fueron un golpe de realidad. Esperaba que irse al extranjero le abriera las puertas a miles de oportunidades, pero estaba equivocado. Nadie iba a regalarle nada. El mundo real era más cruel de lo que imaginaba.

Recordaba con claridad el día en que presentó un proyecto fotográfico para obtener una beca que le permitiría trabajar tres meses en una importante agencia de publicidad. Era la oportunidad perfecta. Pero no la consiguió. La competencia fue brutal, el nivel demasiado alto. Era bueno, sí, pero no lo suficiente.

Y esa noche, cuando se quedó solo en su pequeño apartamento, con las luces apagadas y el teléfono en la mano, se dio cuenta de que no tenía a quién llamar. Su familia siempre le respondía, claro, pero la soledad era su única compañía en el día a día.




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