A la mañana siguiente, Emma se despertó y miró por la ventana. El día amaneció gris, y finas gotas de lluvia golpeaban suavemente el cristal. Suspiró con resignación. Aquel no sería un día para la piscina.
Bajó las escaleras con el peso de los acontecimientos del día anterior aún en su cabeza. Sentía que algo había cambiado, como si ayer hubiera marcado un antes y un después en su vida. Sin embargo, no podía dejarse llevar tan fácilmente por lo que estaba ocurriendo entre ellos.
Al llegar a la cocina, encontró a Elena preparando el desayuno. Estaba haciendo tortitas mientras tarareaba una canción.
—Buenos días —saludó Emma con una sonrisa al ver el despliegue culinario.
—Buenos días, cariño —respondió Elena con calidez—. ¿Has dormido bien? Ayer te fuiste a la cama sin cenar… —añadió con tono reprobatorio. Sabía que Emma no comía bien últimamente, y eso la preocupaba.
—No tenía mucha hambre… —dijo sin darle importancia—. Pero ahora sí que me comería unas cuantas tortitas de las que estás haciendo. —Le sonrió.
—Sírvete tú misma, querida —señaló Elena con un gesto.
Emma no esperó ni un minuto más. Cogió varias tortitas recién hechas, añadió sirope y se sentó en el mismo taburete que la mañana anterior.
Elena siguió tarareando mientras cocinaba, y Emma devoraba su desayuno con satisfacción. Estaban deliciosas.
Poco después, los hermanos Ruiz hicieron su entrada en la cocina.
Sergio, con su buen humor de siempre, se acercó a Emma y la abrazó con efusividad antes de saludar a su madre con un sonoro beso en la mejilla.
Lucas, en cambio, se quedó en la entrada, sin saber muy bien qué hacer. Sus ojos no se apartaban de Emma, como si temiera que, si dejaba de mirarla, ella desaparecería.
Por su parte, Emma tampoco le quitó la vista de encima desde el momento en que entró.
Sergio y Elena intercambiaron una mirada cómplice. No pasó desapercibido para ellos que algo entre Emma y Lucas había cambiado. Sus planes parecían estar dando resultado.
—Buenos días —interrumpió Fernando al entrar en la cocina.
Todos lo saludaron mientras Emma continuaba con su desayuno y Lucas preparaba café.
Sergio y su padre cogieron su comida y se sentaron juntos a la mesa, charlando animadamente.
De repente, una taza humeante de café apareció delante del plato de Emma.
Lucas se había dado cuenta de que no tenía y le había servido una.
Emma levantó la mirada y le sonrió en silencio.
Lucas sintió que, tal vez, las cosas entre ellos empezaban a ir mejor.
Un sonido estridente proveniente de las habitaciones interrumpió el desayuno.
Emma reconoció de inmediato el tono de su móvil y corrió a buscarlo.
Su padre.
Qué raro. Era muy temprano, y además domingo. Su padre solía dormir hasta tarde ese día.
Descolgó mientras regresaba a la cocina.
—¿Ha pasado algo, papá? —preguntó alarmada.
—Nada demasiado grave —respondió Héctor al otro lado de la línea, seguido de un largo suspiro.
—Me estás preocupando —dijo Emma, cruzando el umbral de la cocina.
El silencio se apoderó del lugar. Todos dejaron de hablar y la observaron con atención.
—¿Te acuerdas de lo que te dije ayer del coche?
—Sí. ¿Lo llevaste al taller?
—Por eso te llamo. Me pasé toda la noche haciendo cuentas —para reforzar su punto, Héctor soltó un enorme bostezo.
—¿Es muy caro? —preguntó Emma, sintiendo cómo el peso de la preocupación se instalaba en su pecho. Los problemas económicos siempre habían sido la sombra constante en su familia.
Lucas, que hasta el momento se había mantenido al margen, se acercó discretamente a Emma sin que ella lo notara. Su expresión se tensó al ver el semblante de Emma. Algo no iba bien.
—Mucho —admitió finalmente Héctor—. No sé cómo voy a pagarlo…
Emma reaccionó al instante.
—Tranquilo, papá —dijo con firmeza, ya pensando en posibles soluciones—. Puedo buscar otro trabajo a tiempo parcial por las tardes. Te ayudaré a pagarlo.
Héctor suspiró al otro lado de la línea.
—Siempre tan atenta, hija… —su voz sonaba cargada de culpa. Odiaba que Emma siempre terminara haciéndose cargo de sus problemas. Justo cuando parecía que las cosas iban mejor, surgía un nuevo imprevisto.
—Yo te puedo dar ese trabajo —intervino Lucas de repente.
El silencio en la cocina se hizo aún más denso.
Emma lo miró, desconcertada. Estaba tan cerca que tuvo que dar un paso atrás para observarlo mejor.
Lucas no tenía su típica sonrisa arrogante ni un brillo burlón en los ojos. Parecía completamente sincero.
—¿Qué pasa, hija? —preguntó Héctor, extrañado por el prolongado silencio. ¿Se habría cortado la llamada? No, la línea seguía activa.