Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 15

Emma entró apresurada al baño y se encerró en uno de los cubículos. Se sentó en el váter, tapándose la cara con las manos.
El pasado volvía con fuerza, golpeándola sin piedad.

Aquel día había sido gris, lleno de lluvia, como si el mundo estuviera tan triste como ella.
Pasó su última tarde en casa de los Ruiz, absorbiendo cada instante, cada segundo con él. Todo volvía con claridad, como si hubiera ocurrido ayer: el silencio incómodo entre ellos, su voz más fría de lo que hubiera querido.

Lucas estaba a punto de partir, y aunque intentaron mantener la compostura, sus miradas traicionaban lo que sentían.
Esa tarde, todo había cambiado. No hubo gritos ni bromas pesadas, solo una despedida fugaz. Cuando él se acercó para abrazarla, Emma se apartó con una sonrisa forzada.

—Cuídate —le dijo él.

Pero en sus ojos había algo más: ¿arrepentimiento? ¿Miedo? Nunca lo sabría, porque Lucas se fue sin más explicaciones.

Un ruido a su lado la devolvió de golpe a la realidad: una puerta cerrándose. Pero el dolor de aquel día se había instalado en su pecho, y ya no se iría tan fácilmente.

No era solo su partida lo que la había marcado, sino la sensación de haber sido dejada atrás, sin una palabra, sin un adiós real. La rabia que sentía ahora no era solo por verlo irse, sino por todo lo que nunca se dijeron.

Emma cerró los ojos y respiró hondo, intentando ahogar esos pensamientos. Pero su mente siempre volvía al mismo punto: Lucas. Él no era solo el niño que la molestaba. No. También había sido quien desapareció cuando más lo necesitaba. Y en su lugar, solo quedaron vacíos y preguntas sin respuesta.

Lágrimas rodaron por sus mejillas. Todo lo que su mente había bloqueado durante años había vuelto, y el dolor le oprimía el pecho con cada respiración.

Sacó su teléfono y llamó a su padre.

—Papá —sollozó.

Héctor, al otro lado de la línea, se alarmó de inmediato.

—¿Qué pasó, Emma?

—Necesito que vengas a buscarme.

No necesitó más. Héctor salió de casa en pijama y se dirigió a la fiesta sin hacer preguntas.

Emma salió del baño con las lágrimas aun marcando su rostro. Al avanzar por el pasillo, una figura bloqueó su paso.

—Emma —dijo Lucas. Su voz tenía una mezcla de desesperación y timidez que nunca le había visto antes—. Necesito hablar contigo. Hace tiempo que quiero aclarar algunas cosas.

Emma no lo miró. La furia se apoderó de ella, más por la incomodidad de tenerlo tan cerca que por sus palabras. ¿Qué podría decir él que cambiara algo? La rabia, esa vieja amiga, volvió a surgir con fuerza.

—¿Hablar? —su tono se endureció—. ¿De qué? ¿De todo lo que no me dijiste antes de irte?

Lucas pareció desmoronarse por un instante. Sus ojos, normalmente confiados, reflejaban una vulnerabilidad que Emma no recordaba haber visto antes. Dio un paso hacia ella, pero Emma lo detuvo con una mirada gélida.

—No quiero escuchar tus excusas, Lucas. Pasé demasiado tiempo esperando que algún día tuvieras el valor de hablarme. Pero ya no me importa —sus palabras fueron cuchillas afiladas—. Lo que hiciste… lo que no hiciste… ya no tiene importancia.

Lucas entreabrió los labios, pero ella ya no lo estaba escuchando. Sus palabras eran solo ruido. Ruido en medio de un mar de recuerdos que la golpeaban con fuerza.

Entonces vio el coche de su padre acercarse y corrió hacia él.

—Vámonos —le dijo en cuanto subió.

Héctor no hizo preguntas. Arrancó el coche y se alejaron. Emma no miró atrás, pero sintió la presencia de Lucas en la acera, observándola mientras se iba.

Cuando llegaron a casa, Emma se encerró en su habitación sin decir palabra. No tenía fuerzas para hablar.

Solo cuando estuvo completamente sola, su cuerpo se relajó sobre la cama. Pero las palabras de Lucas seguían resonando en su mente. Algo dentro de ella se quebró.

Había cerrado la puerta. Sí. Pero la herida seguía abierta.




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