El sol comenzaba a asomarse tímidamente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos. Elena dormía plácidamente cuando el sonido insistente de su teléfono la despertó.
Parpadeó con pesadez y tomó el móvil de la mesita de noche. Al ver el nombre de Héctor en la pantalla, contestó de inmediato, con un atisbo de preocupación en la voz.
—¿Hola, Héctor?
—Elena, necesito que vayas a ver a Emma. Está muy afectada por lo que pasó anoche.
El tono de Héctor era grave, y aunque sus palabras fueron breves, bastaron para que Elena entendiera la urgencia de la situación.
Sin dudarlo, se vistió rápidamente y salió rumbo a la casa de los Vega. Mientras encendía el coche, su mente no dejaba de pensar en Emma. Ojalá pueda hacer algo para ayudarla... Pero también sabía que a veces la mejor ayuda era simplemente estar ahí.
Las calles aún estaban solitarias. Elena conducía con prisa, distraída por sus propios pensamientos. Su mente iba más rápido que el coche, repasando posibles palabras de consuelo, pensando en lo que podría decirle a Emma.
Fue un instante.
No vio la señal a tiempo.
Un coche apareció de repente, adelantándose a gran velocidad. Elena reaccionó con un frenazo brusco, intentando retomar el control, pero la curva inesperada la tomó desprevenida. Sus manos se aferraron al volante con desesperación, pero no pudo evitarlo.
El coche patinó, derrapó y, en cuestión de segundos, volcó sobre un costado de la carretera.
El impacto fue fuerte.
Elena sintió cómo su cuerpo era sacudido violentamente dentro del vehículo. El mundo pareció detenerse por un instante antes de volver a girar de manera caótica.
El silencio que quedó después del choque fue ensordecedor.
Permaneció inmóvil unos segundos, con la cabeza aturdida y la visión borrosa. Apenas escuchaba el sonido lejano de su teléfono vibrando contra el suelo del coche.
Respiró hondo. Intentó moverse.
Respiró hondo y trató de moverse, pero un latigazo de dolor le recorrió el brazo, arrancándole un gemido ahogado. Algo no estaba bien.
Con esfuerzo, logró salir del coche por sus propios medios. Sus piernas temblaban, y su respiración era irregular, pero lo peor parecía haber pasado. Sin embargo, su brazo le dolía cada vez más, y la confusión seguía nublándole la mente.
La situación estaba empeorando.
Mientras tanto, en casa de los Vega, Emma comenzaba a tranquilizarse. Había pasado la noche llorando, pero el vacío que sentía ahora parecía haber perdido parte de su intensidad.
Hasta que su padre contestó una llamada.
El cambio en la expresión de Héctor fue inmediato.
—¡Papá! —exclamó Emma, sintiendo cómo la preocupación volvía a apoderarse de ella.
Él levantó la vista, con el teléfono aún pegado a la oreja y el rostro tensado por la angustia.
—Elena acaba de sufrir un accidente —dijo, su voz grave—. Estaba en camino a casa y ha volcado.
El aire pareció escaparse del pecho de Emma.
—¡No! ¡¿Está bien?! —su pregunta salió en un susurro ahogado, mientras su corazón latía con fuerza desbocada.
—No lo sé, Emma. Tenemos que ir al hospital.
Emma no lo pensó dos veces. Cogió sus cosas con las manos temblando y un nudo en el estómago.
En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba junto a su padre en el coche, rumbo al hospital. Su mente no dejaba de dar vueltas. Todo había sucedido demasiado rápido.
Al llegar al hospital, Lucas ya estaba allí, de pie en el pasillo, con la expresión tensa y los ojos recorriendo cada rincón. Emma no pudo evitar mirarlo, sintiendo que algo había cambiado entre ellos. Aunque se resistía a aceptar cualquier transformación en su relación, en ese momento, la preocupación por Elena los unía en un silencio compartido.
Sergio y Fernando también estaban allí, conversando en voz baja, sus rostros reflejando la ansiedad del momento.
Fue entonces cuando la puerta de una de las consultas se abrió y Elena salió, con el brazo escayolado.
Emma corrió hacia ella, con el impulso de abrazarla, pero se detuvo al notar sus magulladuras y la evidente fragilidad de su estado.
—Tranquilos —dijo Elena, intentando calmar a todos—. Solo tendré que llevar esto el resto del verano y hacer mucho reposo.
Emma dejó escapar un suspiro de alivio. A su lado, Lucas hizo lo mismo. Sus miradas se encontraron por un breve instante antes de apartarse con rapidez.
—Te llevaremos a casa para que descanses —dijo Fernando, acariciando con ternura el rostro de su esposa. En su expresión se reflejaba el alivio que sentían todos los presentes. Había sido un susto.
Emma se giró hacia su padre.
—Papá, me voy con ellos.
—De acuerdo —respondió Héctor, asintiendo con un gesto de preocupación.
Todos se despidieron de él, pero Héctor permaneció inmóvil en su sitio, sintiendo el peso de la culpa carcomiéndolo. Si no la hubiera llamado tan temprano, ella no habría tenido el accidente.