Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 18

Emma no podía creer lo que acababa de pasar. Con el corazón aun latiendo a toda velocidad, siguió corriendo por la calle, ignorando las miradas desconcertadas de los transeúntes con los que se cruzaba.

No sabía a dónde iba, solo que necesitaba huir. Huir de Lucas, de sus sentimientos, de todo lo que acababa de desbordarse en su vida.

Con manos temblorosas, sacó el teléfono y marcó el número de Sergio. La llamada tardó unos segundos en ser respondida.

—¿Emma? ¿Qué pasa? —preguntó Sergio, sorprendido.

—Sergio… por favor, ven a buscarme —susurró con la voz quebrada. Apenas pudo decir más antes de colgar. No podía permitirse hablar, no podía poner en palabras lo que sentía.

Menos de diez minutos después, él llegó. Emma, aún agitada, se metió en el coche sin decir una sola palabra. No quería hablar. No quería procesar lo que había sucedido. Simplemente, se dejó llevar.

Al llegar a casa, subió directo a su habitación y cerró la puerta con más fuerza de la que pensó posible. Se dejó caer al suelo, abrazando sus rodillas, intentando calmarse. Su respiración entrecortada llenaba el silencio de la habitación.

¿Qué había hecho? ¿Por qué había huido de él? No lo entendía.

La claridad del día siguiente la despertó. Aún seguía en el suelo de su habitación. No recordaba en qué momento se había quedado dormida.

Se estiró, sintiendo el cuerpo entumecido por haber pasado la noche en esa posición. Con un suspiro cansado, se puso en pie y se preparó para ir a trabajar.

Como no tenía su coche, tomó las llaves del de Sergio y salió a la calle.

Lo que no esperaba era encontrar a Lucas esperándola.

Estaba apoyado contra el coche de Sergio, con los brazos cruzados y la mirada firme, como si llevara horas allí.

—No te vas a ir sin escuchar lo que tengo que decirte —dijo con voz tajante.

Emma sintió una punzada en el pecho, pero la ignoró.

—Tengo que ir a trabajar. Aléjate del coche —le exigió, empujándolo ligeramente.

Lucas ni se inmutó.

—Por favor… —suplicó ella, su voz apenas un susurro. No podía escucharlo. Sabía lo que iba a decirle, y si lo decía, no habría vuelta atrás.

Lucas la miró con intensidad.

—Emma, necesito que me escuches —le pidió, con el peso de una súplica disfrazada de firmeza.

Sus miradas se encontraron. No hacía falta decirlo en voz alta: ambos sabían que, después de esa conversación, nada volvería a ser igual.

Emma comenzó a caminar en círculos sobre la acera, como si pudiera huir de las palabras que estaban a punto de romper su mundo.

Lucas no la dejó escapar. Se acercó y la sujetó con suavidad por las muñecas, deteniéndola.

—Solo escúchame. Es lo único que te pido —dijo, mirándola a los ojos.

El gris de su mirada era como el cielo antes de la tormenta. Cargado de emociones contenidas, tan turbulento como su dueño.

Emma lo sostuvo la mirada, un pequeño gesto que bastó para darle la respuesta que él necesitaba.

Lo escucharía.

—No puedo seguir ocultando que te quiero —confesó Lucas, su voz cargada de emoción. En sus palabras se reflejaba todo lo que lo consumía por dentro.

Emma tragó saliva con dificultad. Un nudo se le formó en la garganta mientras un torbellino de emociones la sacudía por completo.

—Siempre te he querido —continuó él—. Cuando éramos niños, mi manera de demostrarlo fue… tratarte como te traté.

Lucas la soltó con un suspiro frustrado y se pasó ambas manos por el cabello, como si intentara domar el caos dentro de él.

—Sí, fui un idiota. Pero era un niño, inexperto. No sabía cómo manejar lo que sentía.

Emma retrocedió un par de pasos. Necesitaba aire, espacio… necesitaba alejarse de él.

—Cuando me fui al extranjero… —Lucas dejó escapar una risa amarga—. No supe cómo decirte lo que sentía. Por eso, simplemente, me fui.

Sus palabras se derramaban sin freno, liberándose del peso que había cargado durante años.

—Incluso allá intenté olvidarte, porque no sabía si lograría volver con éxito. Y si no lo lograba, sentía que no sería suficiente para ti.

Los ojos de Lucas se clavaron en los de ella con una intensidad que le robó el aliento.

—Pero aquí estoy —prosiguió—. Conseguí todo lo que tengo porque tú estabas en mi mente. Porque me impulsaste a no rendirme.

Emma temblaba. Se abrazó a sí misma en un intento de contener el torbellino dentro de ella. Lucas dio un paso al frente, dispuesto a tocarla, a darle algo de calidez.

Pero antes de que pudiera hacerlo, ella levantó las manos y lo frenó.

—Luke… —su voz se quebró. Le costaba hablar, como si cada palabra se atascara en su garganta—. No puedo. Lo siento, pero no puedo corresponderte.

Lucas retrocedió de inmediato, como si le hubieran dado un golpe en el pecho.




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