Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 21

Lucas estaba en su despacho, con los codos apoyados en el escritorio y la cabeza enterrada entre las manos.

No podía concentrarse. Frente a él, los currículums de los candidatos que había entrevistado el día anterior esperaban su atención, pero su mente solo giraba en torno a ella.

Sergio le había dicho que estaba enferma, y por un instante estuvo a punto de dejarlo todo y salir corriendo a verla.

No.

No podía.

No debía.

Lo suyo había terminado antes siquiera de empezar. Tenía que olvidarla.

Sacudió la cabeza con fuerza, como si eso bastara para alejarla de su mente. Pero sabía que no se iría. No de ahí. Y mucho menos de su corazón.

A unos cuantos kilómetros de distancia, Emma daba vueltas por su habitación sin saber muy bien qué hacer.

No podía ir a trabajar. Aún no se sentía segura para coger el coche con los mareos intermitentes que iban y venían sin previo aviso.

De repente, recordó que tenía su portátil ahí. Perfecto. Podía aprovechar para terminar el artículo que tenía pendiente.

Se sentó en la cama con las piernas cruzadas, colocó el portátil sobre su regazo y empezó a teclear sin descanso.

Llevaba media mañana inmersa en su trabajo cuando Sergio apareció por la puerta.

—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad.

—Terminar un artículo que tenía a medias —respondió sin apartar la vista de la pantalla.

Sergio sonrió, contento de verla mejor, y la dejó seguir con su trabajo.

Tras unas horas, Emma por fin cerró el portátil y se estiró. Le dolía la espalda por haber estado en la misma posición tanto tiempo. Cogió el móvil y le escribió a Daniela:

Te acabo de enviar el artículo para la revista de mañana.

La respuesta no tardó en llegar.

Eres genial, te adoro.

Emma sonrió al imaginarse a su jefa saltando de alegría por el despacho.

Justo en ese momento, su estómago rugió con fuerza. Se levantó y se desperezó. Se sentía cansada, pero, al menos, empezaba a recuperar energías.

Bajó a la cocina y se encontró con Sergio y Elena, que charlaban animadamente mientras él cocinaba.

—¡Emma! —exclamó Elena al verla y corrió a abrazarla.

Se abrazaron como pudieron, sorteando el brazo escayolado de Elena.

—Me alegra verte de pie —dijo ella al separarse—. Ven, siéntate conmigo, que hoy Sergio es nuestro chef.

—No esperéis gran cosa, solo sé hacer pasta —murmuró Sergio mientras luchaba con los fogones.

Emma y Elena rieron desde la mesa mientras él se quejaba de su falta de talento culinario.

La tarde transcurrió entre risas, juegos de mesa y películas en la televisión. Por un momento, todo le recordó a aquellos días de verano en los que la lluvia les impedía salir de casa. Se quedaban encerrados, pero nunca se aburrían.

Las risas con los Ruiz estaban aseguradas. Sobre todo, con él.

A pesar de que siempre la molestaba, él encontraba la manera de sacarle una sonrisa.

Después de hacerla rabiar, terminaba haciéndole cosquillas. Y si le ganaba en algún juego, al final la dejaba elegir la película que verían más tarde.

¿Cómo había estado tan ciega?

Él siempre había estado ahí para ella.

Sin embargo, se fue. Y la dejó.

Esa noche, Emma se durmió con la mente atrapada en el pasado. Cada vez que pensaba en Lucas, algo nuevo surgía en su memoria, obligándola a replantearse por qué siempre lo había odiado.

A la mañana siguiente, Emma se levantó sintiéndose renovada.

Se vistió con rapidez y bajó a desayunar.

La cocina estaba vacía. Se preparó un café y, mientras removía el líquido oscuro, sus ojos se fijaron en la taza entre sus manos. La misma en la que, días atrás, Lucas le había preparado un café.

Sintió un nudo en el estómago.

Sacudió la cabeza y bebió de un trago antes de dejar la taza en el lavavajillas.

Al coger las llaves del coche, su mirada se posó en el llavero.

Aquel conejo rosa…

¿Acaso todo iba a recordarle a Lucas?

Bufó con frustración, guardó las llaves en su bolso y salió de casa.

El trayecto hasta la revista se le hizo corto. Tenía ganas de ver la nueva edición de la semana.

Al llegar, subió las escaleras y fue recibida por Alicia, que la saludó con una gran sonrisa.

—¡Buenos días! —dijo Emma con la misma energía antes de seguir su camino hasta el despacho de Daniela.

La puerta estaba abierta.

—Buenos días —la saludó Daniela, visiblemente emocionada.

Emma frunció el ceño.




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