Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 22

Emma observaba todo como si estuviera viendo su vida en tercera persona.

¿Acaso todo eso era real?

¿De verdad estaba a punto de recoger un premio esa noche?

Para la ocasión, habían elegido un vestido largo de terciopelo color borgoña con detalles dorados. Era ajustado en la parte superior, con tirantes finos, y la falda fluida caía con suavidad sobre su cuerpo.

La última vez que se había preparado de esa manera, Lucas iba a acompañarla.

Emma se arrepentía de haber reaccionado así el día que se había enterado de lo de Mía.

Suspiró profundamente, tratando de apartar el sentimiento que la embargaba al pensar en él.

Se miró una y otra vez en el espejo sin acabar de reconocerse en su reflejo.

Daniela y Elena estaban con ella, alabándola sin cesar. Ambas estaban tan orgullosas.

—Siéntate aquí —le indicó Daniela—. Vamos a peinarte.

Elena charlaba animadamente con Daniela sobre cómo debía llevar el cabello, pero Emma apenas las escuchaba. Seguía sintiéndose como una espectadora externa, como si lo que estaba ocurriendo no fuera realmente con ella.

Le hicieron un recogido alto que estilizó su rostro y la maquillaron con tonos neutros que realzaban sus ojos color avellana.

Después de ponerse los tacones, unos pendientes y un collar, volvió a mirarse en el espejo.

—¿Se puede estar más guapa? —exclamó Elena con una enorme sonrisa de orgullo.

—La verdad es que hemos acertado con todo —añadió Daniela—. Tienes muy buena mano para estas cosas, Elena.

Ellas siguieron hablando mientras Emma seguía observando su reflejo. Debía admitir que, tras esos últimos retoques, el vestido le gustaba aún más.

En un abrir y cerrar de ojos, la realidad la envolvió. En pocas horas, recogería un premio.

Ella.

El peso de la situación cayó sobre sus hombros, y su pecho se comprimió con una mezcla de emoción y nervios.

—No sé si estoy preparada para esto —dijo finalmente. Su voz sonó pastosa, como si llevara demasiado tiempo sin hablar.

Elena y Daniela la miraron sorprendidas.

—¿Por qué dices eso, Em? —preguntó Elena acercándose y tomándole la mano.

Daniela también se aproximó y la observó con detenimiento.

—Te mereces esto y mucho más —dijo con sinceridad—. Tienes un talento natural. Deberían habértelo dado hace tiempo.

Emma le dedicó una mirada agradecida. No podía hablar; un nudo en la garganta se lo impedía. Daniela se había convertido en algo más que su jefa. Era una amiga en la que podía confiar.

—Gracias —susurró tras un largo silencio.

Las tres se miraron y sonrieron.

—Venga, que tu padre está a punto de llegar —dijo Elena, empujándolas suavemente hacia la salida del vestidor.

Daniela iba a acompañarla esa noche y ya había llegado a casa de los Ruiz, lista para la ocasión.

Llevaba un vestido largo de color esmeralda, corte sirena, con un elegante escote en V que realzaba su figura. No pasó desapercibido para Sergio, quien, al verla llegar, se quedó completamente abrumado. Tanto, que no había pronunciado una sola palabra desde su llegada.

El timbre de la puerta interrumpió el momento.

Al abrir, apareció Héctor, impecable en su esmoquin. Saludó a todos con una sonrisa.

—Guau, Héctor —exclamó Sergio con admiración antes de soltar un silbido—. Estás hecho un pincel.

Todos coincidieron con él.

—La ocasión lo merece —respondió Héctor con orgullo, echando un vistazo a su hija.

Emma lo miró con ternura. Agradecía poder compartir ese día tan importante con él.

—Es una pena que no podamos acompañarte todos —dijo Sergio, fingiendo un puchero.

—Tranquilo, lo grabaré todo y después os aburriréis de tanto verlo —bromeó Héctor, señalando la cámara que llevaba en el bolsillo.

Emma negó con la cabeza, sonriendo.

—Vamos a llegar tarde —advirtió Daniela tras revisar su reloj.

Las despedidas fueron rápidas y entre risas, con gestos efusivos de adiós antes de que los tres subieran al coche rumbo al hotel donde se celebraría el evento.

Emma no podía ocultar su nerviosismo. Se frotaba las manos una y otra vez mientras miraba por la ventanilla. Daniela y Héctor conversaban animadamente, ajenos a su inquietud.

El trayecto duró casi una hora, aunque para Emma pareció eterno.

Cuando Emma llegó al hotel junto a su padre y Daniela, los tres quedaron maravillados por el lujo del lugar. Las luces resplandecían sobre los suelos de mármol, las mesas estaban impecablemente dispuestas y el murmullo de las conversaciones llenaba el aire con un matiz de expectación. Se dirigieron a su mesa asignada y, mientras su padre y Daniela intercambiaban comentarios sobre la elegancia del evento, Emma se concentró en respirar hondo y calmar los nervios.




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