Emma se despertó a la mañana siguiente con un plan en mente.
No perdió tiempo. Se levantó de un salto y fue directo a la habitación de Sergio, sacudiéndolo suavemente hasta que abrió los ojos con un gruñido somnoliento.
—Necesito tu ayuda —susurró con urgencia.
Sergio la miró con el ceño fruncido, pero al notar su expresión decidida, suspiró y se incorporó. Tras explicarle lo que quería que hiciera, Emma salió de casa rumbo al trabajo, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.
Mientras conducía, tarareaba una canción sin darse cuenta, dejando que los detalles de su plan tomaran forma en su cabeza. Todo tenía que salir perfecto.
Sin embargo, la mañana se hizo eterna. Cada vez que miraba el reloj, los minutos parecían avanzar con una lentitud exasperante. No podía concentrarse, su mente estaba en otra parte… en alguien más.
Cuando por fin el reloj marcó la hora de salida, se levantó de un salto y prácticamente salió corriendo por la puerta.
Ya en el coche, sacó el teléfono y le escribió a Sergio:
"¿Todo según el plan?"
La respuesta llegó casi al instante.
"Está donde esperabas."
Emma sonrió, sintiendo un cosquilleo de anticipación.
Arrancó el coche y tomó rumbo a la ciudad. El trayecto se le hizo corto y largo a la vez. Sus pensamientos iban y venían, llenándola de emoción y de un nerviosismo creciente.
A mitad de camino, hizo una parada rápida para comprar comida para llevar. No podía llegar con las manos vacías. Después, retomó su camino hasta el estudio de Lucas.
Cuando aparcó frente al edificio, su corazón latía con tanta fuerza que casi podía escucharlo. Se quedó unos segundos con las manos en el volante, respirando hondo para calmarse.
"Vamos, Emma, no puedes echarte atrás ahora."
Salió del coche con la comida en la mano y avanzó con paso decidido hacia la puerta de su despacho.
Vaciló solo un segundo antes de abrir la puerta sin molestarse en llamar.
—Espero que no hayas comido aún —dijo con una naturalidad impecable, apoyándose en el marco de la puerta mientras levantaba las bolsas de comida con una pequeña sonrisa.
Lucas alzó la cabeza de golpe, apartando la vista de la pantalla de su ordenador.
No daba crédito a lo que veía.
¿Emma?
¿Allí?
Frunció el ceño, tratando de entender qué estaba pasando.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, aún desconcertado.
Emma mantuvo su sonrisa, aunque sentía el corazón desbocado. Desde que había entrado, intentaba disimular su nerviosismo, pero la ligera tensión en sus labios la delataba.
—¿Acaso no es obvio? —respondió con un tono ligero—. He venido a comer contigo antes de volver al trabajo.
Lucas se levantó lentamente, queriendo verla bien, como si necesitara comprobar que realmente estaba allí.
—¿No te dijo Sergio…? —empezó a decir, pero ella lo interrumpió con una mirada resuelta.
—Dijiste que no fuera el resto de la semana. Es lunes. —Se encogió de hombros como si fuera lo más lógico del mundo—. Es una nueva semana y he venido a trabajar.
Sin darle oportunidad de responder, se dio la vuelta y caminó hacia su despacho.
—Te espero en la mesa de mi oficina —soltó antes de desaparecer por la puerta.
Lucas se quedó inmóvil, mirando el espacio vacío que Emma había dejado tras de sí.
¿Qué demonios acababa de pasar?
¿La seguía?
Su estómago rugió en ese preciso instante, inclinando la balanza a favor de la decisión más simple.
Suspiró, dejó lo que estaba haciendo y caminó hacia el despacho de Emma.
Cuando entró, ella ya estaba sacando la comida de las bolsas y colocándola sobre la mesa con tranquilidad, como si nada de esto fuera extraño.
—¿Sushi? —preguntó él, arqueando una ceja.
—Por supuesto —respondió ella sin dudar—. Sé que te encanta. —Le deslizó una caja rebosante de nigiris—. Y he traído doble ración de nigiri de salmón porque sé que es tu favorito.
Lucas bajó la mirada hacia la caja y luego volvió a observarla.
Emma Vega.
La misma mujer que solía desafiarlo con la mirada y gruñirle en cada discusión ahora le traía su comida favorita y se sentaba a compartirla con él como si fuera lo más normal del mundo.
¿A qué se debía ese cambio de actitud?
Y lo más inquietante… ¿por qué sentía que no quería cuestionarlo demasiado?
Lucas la estudió en silencio por un momento. Algo en ella era diferente. Esa confianza, esa cercanía… ¿qué estaba tramando?
A pesar de su reticencia, terminó sentándose frente a ella y compartiendo la comida, pero la duda persistía en su mente.