Los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana, iluminando suavemente la habitación. Emma parpadeó, confusa al principio, sin saber exactamente dónde se encontraba.
Pero entonces lo sintió.
El calor de un cuerpo a su lado la hizo recordar todo lo que había sucedido la noche anterior. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras giraba la cabeza y lo veía dormir. Lucas, boca abajo, respiraba pausadamente, ajeno a su mirada.
Lentamente, sin poder resistirse, deslizó la yema de los dedos por su espalda desnuda, recorriendo cada músculo, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel.
Lucas abrió los ojos y la observó en silencio. Emma, absorta en su exploración, no se dio cuenta de que él ya estaba despierto.
—¿En qué estás pensando, Em? —murmuró con voz ronca.
Emma apartó la mano como si la hubieran sorprendido haciendo algo indebido y se escondió bajo las sábanas, riendo suavemente.
Lucas sonrió y, con movimientos lentos, levantó la sábana para encontrarla. Emma seguía sonriendo debajo, con un brillo travieso en los ojos.
Sin darle tiempo a reaccionar, la atrajo hacia él y la besó. Un beso hambriento, lleno de deseo, como si anhelara devorarla por completo.
—¿Acaso no te bastaron las tres veces de ayer? —bromeó Emma cuando se separaron, intentando recuperar el aliento.
Lucas rozó su nariz con la de ella, sonriendo contra su piel.
—Nunca me cansaré de esto contigo —susurró antes de empezar a mordisquear su hombro.
—Luke… —jadeó su nombre en un intento débil de detenerlo.
Pero lo único que consiguió fue avivarlo aún más.
Pasaron gran parte de la mañana entre las sábanas, perdiéndose el uno en el otro, sin preocuparse por el mundo exterior.
Sin embargo, todo lo bueno tenía que llegar a su fin tarde o temprano. El sonido del estómago de Emma interrumpió la tranquilidad de la mañana.
Lucas soltó una risa baja y se incorporó, revolviéndose el cabello antes de buscar su ropa.
—Creo que deberíamos desayunar algo.
Emma miró su ropa arrugada en el suelo y torció la boca. No podía volver a ponerse eso. Podría ir a casa a cambiarse, pero… ¿cómo llegaba hasta allí sin parecer una fugitiva de la moda?
—¿Me prestarías algo de ropa? —preguntó, observándolo mientras se vestía. Disfrutó de cada movimiento con una sonrisa pícara.
Lucas se giró hacia ella con una ceja arqueada y una media sonrisa.
—Claro.
Abrió el armario y sacó unos pantalones de chándal y una sudadera.
—Supongo que esto te quedará bien. A mí me quedan pequeños.
Emma tomó la ropa y, Lucas, se quedó mirándola con la misma intensidad con la que minutos antes ella lo había observado a él.
Bajaron de la mano y se prepararon un desayuno improvisado. Estaban famélicos.
—Después de desayunar, deberíamos volver al pueblo. Seguro que ya se están preguntando dónde nos hemos metido —comentó Lucas, pensativo. Sabía que Sergio los acribillaría a preguntas en cuanto pusieran un pie en casa.
—¿Podemos pasar por mi casa antes? Quiero saludar a papá y coger algo de ropa.
Lucas asintió, masticando su tostada, sin poder responder de inmediato. Pero, a mitad de bocado, algo hizo clic en su cabeza.
Héctor.
Su gesto se tensó al darse cuenta de lo que eso significaba.
El padre de Emma no era tonto. Sabría perfectamente lo que había pasado entre ellos.
El trozo de tostada se le quedó atascado en la garganta y tuvo que dar un trago rápido de café para bajarlo.
Emma lo miró, divertida. Sabía exactamente lo que le había pasado por la cabeza, pero no dijo nada.
Cuando terminaron de desayunar, recogieron la cocina y salieron de casa. Emma dejó algunas cosas en el coche de Lucas antes de dirigirse a su casa andando.
A mitad de camino, se detuvo abruptamente y miró a ambos lados de la calle, con el ceño fruncido.
—¿Pasa algo? —preguntó Lucas, siguiéndole la mirada sin entender.
—Me pareció que alguien nos estaba observando…
Lucas imitó su gesto, inspeccionando la zona.
Nada.
Ninguno de los dos vio nada extraño, así que, tras unos segundos, retomaron el camino tomados de la mano.
Cuando llegaron a casa de los Vega, Emma se dio cuenta de que no llevaba sus llaves, así que llamó al timbre.
La puerta se abrió y apareció Héctor, todavía en pijama.
—¿Emma? ¿Lucas? —los miró con extrañeza antes de deslizar la vista sobre su hija… y sus pintas. Entonces, lo entendió.
Emma carraspeó y se metió en casa.
—Necesito un par de cosas, papá. No tardo.
Héctor la vio desaparecer por el pasillo, pero no se movió. Se giró lentamente hacia Lucas y lo examinó de arriba abajo. Luego, cruzó los brazos y frunció el ceño.