Ni contigo, ni sin ti

Capítulo 27

Daniela se encontraba aquella mañana en su despacho de La Bruma Matutina, la revista que tanto sudor y lágrimas le había costado levantar.

Ayer, aquella llamada quitándole la financiación que tanto ansiaba había sido un mazazo.

Dirigió la mirada a la pared, donde colgaba, enmarcada, la primera edición que había publicado tantos años atrás…
Había pasado por demasiado. ¿Acaso todo iba a terminar así?

Unos golpes firmes sonaron en la puerta.

—Adelante —dijo, suponiendo que sería Alicia o incluso Emma.

Cuando la puerta se abrió, por un instante se quedó inmóvil.

—¿Marcos? —preguntó, confundida—. ¿Qué haces aquí?

—He escuchado que estás buscando financiación —respondió él con calma mientras se sentaba en el sillón frente a ella.

Daniela lo observó con atención. Había algo en su actitud, en su tono medido y seguro, que le decía que lo que estaba a punto de escuchar no le gustaría.

—La verdad es que estoy aquí porque tengo una oferta para ti —continuó Marcos, con esa serenidad ensayada que le provocó un escalofrío.

Daniela lo miró, buscando en sus palabras alguna promesa de esperanza. Pero su voz era demasiado calculadora, demasiado perfecta.

—Hay una condición, ¿verdad? —preguntó, sintiendo que cada oferta siempre venía con un precio.

Marcos sonrió con una seguridad inquietante y se incorporó, como si estuviera a punto de revelarle la clave del éxito absoluto.

—Emma debe irse —soltó, sin rodeos, como si fuera lo más lógico del mundo.

Daniela parpadeó, aturdida por la frialdad de sus palabras. El nombre de Emma la golpeó como una bofetada.

—¿Emma? ¿Por qué? Ella es una parte fundamental del equipo.

—Lo sé —admitió Marcos, sin perder su aplomo—. Pero su presencia aquí impide el tipo de crecimiento que tengo en mente para La Bruma. Y —hizo una pausa, prolongándola lo suficiente para que sus palabras calaran—, para que quede claro, es una decisión sin vuelta atrás.

El golpe fue certero. Daniela sintió su corazón acelerar. Sabía que aceptar la oferta de Marcos podría ser la única forma de salvar la revista… pero ¿a qué precio?

Marcos se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se giró con una expresión de confianza absoluta.

—Espero tu respuesta esta semana. La oferta estará sobre la mesa hasta entonces.

Y con eso, se marchó con una sonrisa que dejaba claro que, al menos por ahora, tenía el control.

Daniela apoyó los codos en la mesa y hundió la cabeza entre sus manos.

¿Cómo iba a elegir entre la revista y Emma?

Emma no era solo una periodista más, era el corazón de La Bruma Matutina.

Se mordió el labio, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros. Sabía que cualquier camino que tomara sería arriesgado. Llevaba meses de trabajo, sacrificios y desvelos invertidos en la revista… pero también conocía la realidad de la situación.

Si rechazaba la oferta de Marcos, perderían mucho más que una oportunidad de financiación.

Podría ser el final.

La contradicción era un nudo en su pecho, y la presión de los días por venir la dejaba sin muchas opciones.

No muy lejos de allí, Lucas hablaba por teléfono, su voz baja pero firme.

—Gracias, Mía —dijo—. Pásame toda la información que tengas por correo y le echaré un vistazo.

Finalizó la llamada y, con discreción, miró a su alrededor. No quería que nadie lo hubiera escuchado.

Un zumbido en su móvil lo hizo bajar la mirada.

Un nuevo correo.

Era el que estaba esperando.

Lucas abrió el mensaje y recorrió el texto con los ojos. A medida que leía, su expresión se endureció.

No podía ser verdad.

Sintió un nudo en el estómago.

Tenía que ir a hablar con Emma.

En la oficina, Daniela hablaba con Emma.

—Sí, tiene una condición —dijo Daniela, tomando una gran bocanada de aire para armarse de valor—. Quiere que te vayas de la revista.

Emma sintió un golpe seco en el pecho. Como si le hubieran arrancado el suelo bajo los pies. Su sueño hecho pedazos en un solo instante.

No necesitaba que Daniela le dijera nada más. Lo veía en su rostro, en la culpa que oscurecía su expresión.

Ella… o la revista.

—¿Por qué? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Lo siento, Em —murmuró Daniela, mirándola con pesar—. No sé qué más puedo hacer.

Emma quiso responder, pero en ese instante, una notificación iluminó la pantalla de su ordenador. Su mirada se deslizó, atrapada por un nombre que resaltaba como un semáforo en rojo.

Marcos Navarro.

El estómago se le encogió. Sin poder evitarlo, hizo clic y abrió el mensaje.




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