Emma se había marchado a la ciudad, a casa de su padre, sin mirar atrás.
Cuando llegó, la casa estaba vacía; su padre aún no había vuelto del trabajo. Se encerró en su habitación, se dejó caer al suelo y enterró la cabeza entre sus rodillas.
¿Cómo podía haberse arruinado su vida en apenas unos minutos?
¿Por qué era tan impulsiva? Odiaba esa parte de sí misma.
No supo cuánto tiempo pasó así, con la mente atrapada en un torbellino de pensamientos, hasta que el sonido de unas llaves girando en la cerradura la sacó de su trance.
Su padre.
Levantó la cabeza de golpe y, al ponerse de pie, sintió un hormigueo doloroso recorrerle las extremidades entumecidas.
—Papá —susurró con voz ronca al salir al pasillo.
Héctor pegó un respingo, llevándose instintivamente una mano al pecho. Por un momento, su hija le pareció un alma en pena.
—¿Qué haces aquí? —Su mirada recorrió el rostro de Emma con detenimiento, percibiendo al instante que algo no iba bien—. ¿Qué ha pasado?
Emma abrió la boca para responder, pero ningún sonido salió. Un sollozo se le escapó antes de que pudiera evitarlo y, sin pensarlo, se abrazó con fuerza a su padre.
Héctor la rodeó con los brazos, sosteniéndola con ternura, aunque aún no entendía qué le había ocurrido.
Esa noche, Emma se quedó dormida en la cama de su padre, como cuando era niña.
Aprovechando el silencio, Héctor tomó su teléfono y llamó a Elena.
—¿Está Emma ahí? —preguntó ella en cuanto contestó.
—Sí, está aquí —respondió él con un suspiro.
Elena exhaló con alivio al otro lado de la línea.
—¿Alguien puede explicarme qué está pasando?
Puso la llamada en altavoz, y la familia Ruiz comenzó a relatarle lo sucedido. Llevaban todo el día buscándola después de que Sergio recibiera una llamada de Daniela contándole todo.
De Lucas, en cambio, no sabían nada. No respondía a los mensajes ni a las llamadas.
Héctor miró a su hija, que dormía profundamente, con el rostro relajado, como si el peso del día la hubiese dejado completamente agotada. Entendía por qué había huido hasta allí. Justo cuando parecía que las cosas al fin le estaban saliendo bien…
Siguió hablando un rato más con la familia hasta que, finalmente, todos concluyeron que no había nada más que pudieran hacer esa noche.
Cuando cortó la llamada, Héctor se frotó la cara con cansancio. Se acomodó nuevamente en la cama junto a Emma y la observó dormir. Ojalá pudiera protegerla de todo lo que el mundo tenía preparado para ella.
Poco a poco, el sueño fue venciéndolo, pero antes de rendirse a él, una idea se instaló en su mente con firmeza.
No sabía quién era ese tal Marcos, pero algo tenía claro: pagaría por lo que le estaba haciendo a su hija.
Al día siguiente, el sonido de la tormenta la despertó.
Se incorporó bruscamente y se dio cuenta de que su padre ya no estaba a su lado. Miró el reloj: era tarde. Probablemente estaría en el trabajo.
Suspiró y volvió a recostarse. No tenía nada que hacer.
Se quedó mirando el techo, sintiendo el peso de su propia indecisión.
Finalmente, cogió su móvil y volvió a releer el correo de Marcos.
¿Por qué lo había enviado? ¿Qué pretendía con eso?
Gruñó frustrada y tiró el teléfono sobre la cama.
Era una idiota.
¿Por qué se había comportado así ayer?
Ahora, con la mente más clara, veía lo exagerada que había sido su reacción. Lucas no se merecía eso.
Rodó en la cama y miró el móvil otra vez. La pantalla seguía en negro.
Ni un mensaje.
Ni una llamada de Lucas.
Sintió un vacío en el pecho.
Ayer se había despertado entre sus brazos. Hoy… hoy estaba sola, y todo porque ella había metido la pata hasta el fondo.
Suspirando, volvió a coger el teléfono y leyó el correo una vez más.
Cada vez que lo analizaba, más claro veía que Marcos solo había querido sembrar discordia entre ellos.
Pero ayer…
Ayer, entre el golpe de la revista y ese maldito correo, su mente se había nublado. No había sido capaz de pensar con claridad.
¿Y si…?
¿Y si Marcos lo había planeado todo?
Soltó el móvil con brusquedad, se puso boca abajo y ahogó un grito contra la almohada.
Se sentía la peor persona del mundo.
De repente, el timbre de la puerta sonó.
Se incorporó de golpe.
¿Quién será?
Su corazón latió más rápido.
¿Podría ser Lucas?
Corrió hacia la puerta con la esperanza escrita en cada paso.