Emma se acercó al mismo banco que, en el pasado, había compartido tantas veces con él. La sombra que había visto antes seguía allí, pero no lo suficiente cerca como para distinguir si realmente era Lucas.
Con un solo paso, lo supo.
Lo era.
Lucas estaba sentado en ese banco, en el mismo sitio que tantas veces había ocupado. Su postura era tensa: tenía los codos apoyados en las rodillas y la vista fija en el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse.
No dio ninguna señal de haberla escuchado llegar o, quizás, simplemente estaba ignorando todo a su alrededor.
Emma avanzó con cautela, como si cada paso pesara. Su pecho se sentía apretado, el nudo en su garganta apenas le dejaba respirar. Sin embargo, sus pasos resonaron sobre la gravilla que rodeaba el banco, y Lucas levantó la cabeza.
Sus miradas se encontraron.
El silencio se volvió insoportable.
Emma sintió que el corazón le dolía. La expresión de Lucas la desarmó. Sus ojos, cargados de emociones contenidas, reflejaban el peso de las palabras que se habían dicho ayer. Parecía cansado, como si la conversación aún lo estuviera aplastando.
—Te encontré —susurró Emma, acortando la distancia entre ellos.
Lucas apartó la mirada y tardó unos segundos en responder.
—No sabía que me estabas buscando —murmuró, sin despegar los ojos del atardecer.
Emma se humedeció los labios y se mordió el inferior con nerviosismo antes de dar otro paso adelante.
—Siempre te encontraré —afirmó con suavidad.
Lucas soltó una risa baja, incrédula. Sonrió, pero la tensión seguía marcada en su rostro.
—Emma… —empezó a decir, pasándose una mano por el pelo, pero ella lo interrumpió.
—Lo sé todo, Luke —confesó con la voz entrecortada.
Lucas sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Sé lo que Marcos hizo en el pasado. Sé cómo manipuló a Mía. Y sé cómo ha intentado separarnos.
Lucas la miró fijamente, esperando más.
—Y sé que fui una idiota al dudar de ti —continuó ella, dejando escapar un suspiro tembloroso—. No te dejé explicarte, no te di la oportunidad de defenderte porque… —bajó la mirada, como si le costara admitirlo—. Porque tenía miedo.
Lucas frunció el ceño.
—¿Miedo de qué?
Emma tragó saliva y lo miró a los ojos.
—Miedo de perderte.
Lucas se tensó.
Emma respiró hondo, reuniendo el valor para seguir.
—Marcos jugó con mi cabeza, sembró la duda… y yo caí en su juego. Porque, en el fondo, una parte de mí siempre ha pensado que esto, lo nuestro, es demasiado bueno para ser verdad. Que en cualquier momento algo lo destruiría.
Lucas apretó la mandíbula. Sus palabras le pesaban como una losa.
—Pero no quiero que sea así —susurró Emma—. No quiero que nadie más tenga el control sobre mi vida… sobre nuestra relación.
Lucas desvió la mirada hacia el mar, procesando todo.
—Tú tampoco confías en mí —dijo finalmente, con la herida aún abierta.
Emma acortó la distancia hasta que no quedó espacio entre ellos.
—Sí confío en ti, Luke —afirmó con determinación—. Y quiero demostrártelo.
Lucas la miró, y en sus ojos Emma vio un torbellino de emociones. Dolor, rabia… amor.
Armándose de valor, tomó sus manos entre las suyas y las apretó con fuerza.
—Vamos a arreglar todo esto —susurró—. Y quiero que lo hagamos juntos.
Lucas cerró los ojos por un momento y exhaló con fuerza. Cuando los abrió de nuevo, su mirada se había suavizado.
—¿De verdad quieres arreglarlo?
—Sí —aseguró Emma y tiró de él para que se pusiera de pie—. Y tengo un plan.
Lucas alzó una ceja, intrigado. La observó desde su altura y, sin poder evitarlo, le acarició la mejilla.
—Voy a salvar la revista sin Marcos —declaró con firmeza. Llevaba días pensándolo.
Lucas frunció el ceño y su mano quedó suspendida al lado del rostro de Emma.
—¿Cómo? —preguntó, confundido.
Emma sonrió genuinamente, y el corazón de Lucas se alborotó tras ver esa sonrisa.
—Fusionándola con tu estudio fotográfico.
Lucas parpadeó.
—Espera… ¿qué? —se alejó unos centímetros para mirarla bien a la cara.
—Piénsalo —dijo Emma con entusiasmo—. Tu estudio es increíble, tienes un espacio amplio, un equipo de primera y contactos en el mundo de la fotografía. La Bruma Matutina necesita un impulso, un cambio… Y juntos podemos convertirla en algo más grande.
Lucas la observó en silencio y, poco a poco, su expresión cambió. A él también se le había ocurrido algo. Sonrió.
—Tienes razón —dijo, dejando que la idea se asentara en su mente—. Pero podríamos llevarlo aún más allá.