Epílogo

Un tiempo después…

Emma y Daniela cerraron sus portátiles con satisfacción.

Habían terminado con éxito la maquetación de la última publicación.

La revista estaba en su mejor momento.

Emma había ganado varios premios por algunos de sus artículos, y la revista también había sido galardonada en los últimos años.

En ese momento, Lucas apareció en la puerta del despacho de Emma con una gran sonrisa.

—Por fin cerré el trato para la exclusividad de las fotos de la boda de los Montenegro.

Emma se levantó y se acercó a su marido.

—Genial —dijo, esbozando una sonrisa.

Él también estaba triunfando en su carrera. Todo el mundo quería que fuera él quien capturara los momentos más importantes de sus eventos.

Los Montenegro eran la familia del momento. Cualquier fotógrafo habría matado por esa exclusiva, pero lo habían elegido a él.

—¿Y podremos publicar alguna de esas fotos en la revista? —preguntó Emma, sin poder evitar querer también la primicia.

Lucas soltó una pequeña risa y le dio un beso rápido.

—Por supuesto. Tú siempre vienes en el pack.

Daniela rodó los ojos al verlos.

—Os tengo dicho que, delante de mí, un poco de control. Que yo no trabajo con mi marido y me dais envidia.

Se puso de pie con cierta dificultad.

Su prominente barriga anunciaba que pronto habría un nuevo miembro en la familia.

—¿Alicia está preparada para sustituirte? —preguntó Emma con preocupación.

—Por supuesto. Además, ¿no estás tú? —respondió Daniela, mirándola como si fuera obvio que ella se quedaba al mando.

Emma suspiró con frustración. Claro que se quedaba, pero su amiga siempre había sido su apoyo en las grandes decisiones.

Lucas, notando la incomodidad de su esposa, decidió cambiar de tema.

—¿Viene Sergio a recogerte?

—Claro —respondió Daniela mientras se acercaba lentamente a la puerta—. Nos vemos en vuestra casa más tarde.

Salió y cerró la puerta tras de sí.

Lucas y Emma se quedaron solos.

Él la observó en silencio.

Ella bajó la mirada, nerviosa.

—Todo saldrá bien —susurró Lucas, levantándole el mentón con suavidad para que lo mirara.

—¿De verdad lo crees? —preguntó ella en un murmullo.

—Por supuesto —afirmó con convicción—. Y yo estaré aquí para ayudarte.

Le dio un beso, sellando su promesa.

Esa tarde, toda la familia se reunió en la casa de Lucas y Emma.

Habían comprado una casa cerca de los Ruiz y de Héctor.

Todos estaban allí para celebrar un día especial.

Elena y Fernando conversaban animadamente con Sergio y Daniela sobre si estaban preparados para el gran reto que se avecinaba.

Mientras tanto, Héctor jugaba con una preciosa niña de ojos grises y cabello castaño, tan parecida a su padre.

Isabella.

Los padres de la pequeña aparecieron en la puerta del jardín.

—¡Mamá! —gritó Isabella antes de correr hacia ellos.

Emma la atrapó al vuelo y la abrazó con fuerza.

Lucas le revolvió el pelo, y la niña le sacó la lengua con picardía.

—A ver… ¿quién cumple hoy tres años? —preguntó Lucas con fingida ignorancia.

—¡Yo! —exclamó la pequeña con entusiasmo.

Saltó de los brazos de su madre y corrió hacia su abuelo, que seguía sentado frente a una mesa de juguete, tomando un café imaginario.

Las risas llenaron la casa mientras celebraban aquel día tan especial, compartiendo anécdotas y contando las nuevas travesuras de Isabella.

Pronto, la pequeña tendría un primo que le robaría parte de la atención y llenaría los hogares de aún más amor y alegría.

Emma observó la escena con el corazón rebosante de felicidad.

Tenía a su padre cerca. A los Ruiz. A su preciosa familia frente a ella.

Lucas la miró en silencio.

Era un sueño hecho realidad.

Esa noche, apoyados en el marco de la puerta, contemplaban a Isabella dormir plácidamente.

Emma se giró hacia Lucas.

—Luke… —susurró.

A Lucas le daba igual cuánto tiempo pasara, escuchar ese maldito apodo en su boca seguía provocándole un estremecimiento.

—Tengo algo que contarte —dijo ella, de repente, con seriedad.

Él la miró y vio la duda cruzar fugazmente su rostro.

—Vamos al salón, no quiero despertar a Bella —propuso él.

Una vez sentados en el sofá, entrelazaron sus manos como siempre hacían para darse valor el uno al otro.