Ni más ni menos

Otro día

Debía de ser mediodía, pisando la tarde, no sabía, llevaba todo el día metido en la cocina, después de las siete solo conocía ese lugar, el trabajo, su vida, alimentar a otros, alimentar al niño, al anciano, a la madre, al padre, al culo del padre, al culo del culo, alimentar a otros para llegar a poder comer él. Era agotador, el calor de la cocina por doce horas seguidas, cuando el día estaba abarrotado y no cabía ni una sola alma más. El viejo, el dueño, un viejo asqueroso, te hago ciento veinte con un plato y me sueltas solo veinte, porquería. Pero es lo que hay, era lo que había, alimentar a otros. Sí, los pedidos hablaban solos, era esa hora del día, rendir el aceite de hace días, cuidado y lo botan, ese aguanta, saldrá de sus bolsillos el próximo litro; la calidad de las manos que preparan la comida daba cierta paz, era agotador estar cocinando todo el tiempo, quitaba el hambre, el olor de la comida congestionando la fosa, hinchando la cabeza y empezar a perder la vista, las manos, el oído, el tacto, el gusto, automático, los minutos debían de pasar rápido. Una hora para almorzar, un descanso rápido, un raspado de olla. No sabía a nada, energía para el cuerpo, insípida, poco nutritiva. Volver a la cocina, cansado, con el estómago lleno y nauseas, otra vez parado por unas horas hasta que se vaya la gente, cómo come la gente, dejen de comer por un momento, quiero parar.

Tarde, tarde, ya, sentado solo, los compañeros de trabajo, una raza peor que la de los de estudios, lejos, conversando entre sonrisas falsas.

Silencio.

Se tomaba un refresco que pudo tumbarle al viejo. No se acercaba nadie a menos que fuera necesario, no mantenía mucho contacto con nadie y los demás le devolvían la misma apatía.

El viejo no se metía mucho con él, cocinaba bien, mantenía a los clientes viniendo, recomendaciones, quién sabe, eso se pensaba, pero no lo consentía.

Las recetas, los ingredientes, una burla. Se cocinaba comida exótica con los ingredientes más baratos y comunes que se pueden encontrar, era mágico lo que hacían un par de manos y publicidad engañosa, cocinar sushi con atún y ver a los demás pensar que se estaban comiendo un manjar.

Un espectáculo.

Era la hora de salida, ya de noche, todos yéndose, pero el viejo los detiene. Que se quedaran un rato más. No de nuevo. Iban a pagar algo más, sí, una miseria que no valía la pena. Venía alguien y no se sabía quién.

No había nada que hacer igual, se quedó. Fue a la cocina, la orden estaba mandada sin nadie haber llegado nadie aún. Cocinaron el pedido. Era muy tarde, les aseguró transporte, el mismo carro del viejo y él el chofer.

Algo dentro de él quería hacerle una maldad a ese pedido, pero llegaron los clientes, una pareja que el mismo viejo recibió. La vio a ella fugazmente.

De su estatura.

Cabello lacio.

Ojos marrones, claros, casi amarillos.

No la pudo ver más. Se perdió detrás de una pared y pasó el sujeto que la acompañaba. La olvidó de inmediato.

Esperaron a que terminaran de comer para cerrar. Se habían metido a una camioneta y salieron los tres que se quedaron para bajar las santamarías y poder irse. Los esperaba el viejo al lado del carro. Se fue en fila a montarse. Iban y venían las luces del calcinante naranja para los ojos, la consciencia se despedía de a poco, automático, despedidas, miradas, pasos laberínticos buscando perderse en una calle, arriba, abajo, de lado, puerta, soledad, cansancio.

Solo tres horas, seis de la mañana de nuevo, no había excusa que valiera, había que seguir la rutina. Seguía haciendo calor. El ventilador no quería funcionar, ¿se quemó? En qué momento, un bajón, no otra vez. Debía de haber agua, mínimo.

La brisa pasaba con suavidad por el concreto desnudo llevando el aire frío de la madrugada, y el sol empezando a ser insoportable. Había agua, lo suficiente solo para llevarse el sudor.

El cansancio pegaba fuerte con puntadas en las sienes, un sueño que no volvería ni durmiendo todo un día, ignorando el azote de la luz por las veredas que sus pies transitaban sin confusión.

La calle y el carro que lo llevaría a la cocina.

Llegar y entrar, ver al viejo, abrir de inmediato y esperar a que llegaran los clientes. Una mañana tranquila, sin mucha gente como pasaba usualmente. Mediodía, la gente llegando, muy poca, trabajando lo necesario para ir a volver a perder tiempo sin hacer nada más que tener la espera de más trabajo.

La tarde, nadie, vacío, no vino nadie, el viejo vino, mandó a cerrar temprano, soltó dinero que le prometió ayer y se fue. Iría directo a dormir, había más trabajo mañana, otra vez, lo mismo. Se le olvidó comer y las órdenes salían como si fueran para él. Había gente, como nunca, no había descanso, parecían salir de un claustro y de una hambruna, llegaba mucha gente, raro era ver las órdenes flotando y esperando. Sopas, pastas, carnes, arroces, pastas, salsas… era de mañana.

El hambre y el cansancio prematuro lo tenían a punto de tirarlo todo, una insultada al viejo, esperar su golpe, regresárselo y salir de allí.

Paró la producción, podría comer algo, un recalentado de algo que apartó y que seguía sin saberle a nada en especial, solo para calmar el hambre estaba bien.

Se fue de la cocina para ahorrarse la náusea de ver el trabajo. Estaba en un lugar visible fuera de la cocina alguien lo veía.




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