Catalina
Mi camino de la vergüenza comienza cuando llego a la empresa y todos mis compañeros me lanzan la mirada de: eres una idiota.
Tengo que morderme la lengua para no soltar algunas de las cosas que suelo decir mientras finjo calma; no, que me muero de la vergüenza después de que el troglodita de Diego y yo arruináramos la fiesta de aniversario.
Las risitas de burla me las trago mientras subo a mi piso y la puerta se abre: me encuentro con los ojos de Diego, cruzado de brazos, con un café en la mano y el rostro no tan sereno como pretende.
En cuanto estoy cerca me toma de la mano y me arrastra hacia la sala de juntas, que está solitaria en este momento. Lo miro fijamente cuando cierra la puerta y deja de fingir el aire de hombre “no preocupado” para parecer muy preocupado.
—Por tu culpa perderé mi trabajo —esas son sus primeras palabras mientras me tiende el café que, sorprendida y muy intrigada, tomo en las manos.
—¿Qué le echaste? ¿veneno? ¿drogas? —inquiero desconfiada, oliéndolo un poco. Diego pone los ojos en blanco y suelta un suspiro mientras se acerca a mí.
—Tendrá algo peor: el sabor de quedarnos desempleados —hago una mueca y niego.
—No es para tanto, solo arruinamos por completo la fiesta, destruimos mucho material y somos la burla de la empresa, algo que ambos podemos superar —me encojo de hombros, pero no bebo de su café, porque ni muerta lo haría.
—Es tu culpa —frunzo los ojos.
—Es tu culpa, por querer chantajearme, Dieguito. Te dije que no te metas conmigo y sigues haciéndolo, ¿tanto te gusto? —lo molesto un poco.
—Aunque fueras la última mujer en el mundo, nunca le haría caso a quien necesita un psiquiatra urgente —él respira hondo—. O nos mostramos como los mejores amigos frente al jefe o estamos de patitas en la calle, ¿entiendes? —inquiere, y yo me muerdo el labio inferior.
—Pero no me caes bien —le digo; verlo perder la postura me hace gracia.
—Finge, así como finges tu novio no es un inútil —hago una mueca.
—Exnovio; le terminé luego de llagar de la fiesta y contrarlo en casa arruinando unas botas costosas que tengo —Diego se enerva y suspira.
—No sé cómo ese hombre te aguantó tanto tiempo —casi quiero tirar su café.
—No tienen coherencia tus palabras y verás que no hay problemas. Iré a ver al jefe y todo estará bien porque soy su favorita —lo dejo ahí y me alegro camino al despacho del jefe.
Diego me sigue observándome con cuidado mientras yo toco y luego abro la puerta. Con una enorme sonrisa ingreso para dar fe de que soy una chica buena y que todo está en orden, pero casi no entro a la oficina porque cuando la mirada de mi jefe se levanta en mi dirección, casi quiero darme la vuelta y salir corriendo, como si el mismo diablo me estuviese saludando y diciéndome: te toca pagar con todo el dinero que tienes en tu cuenta.
Quedo tiesa en la entrada, dando una sonrisa que seguramente me hace parecer algún espectro, y cuando miro por encima de mi hombro, Diego está igual de paralizado que yo. Aun así, me recuerdo que no puedo verme igual de idiota que él, así que aclaro mi garganta y entro con pasos que fingen seguridad, porque la única seguridad que siento ahora es que me van a despedir.
Diosito, soy yo de nuevo. No dejes que me despidan porque la cuota de la casa ya me respira en la nuca.
Imploro mientras me sitúo en el centro de la oficina, al lado de la versión más blanca que la nieve: Diego.
—Señor —saludo, aclarando mi garganta y ganándome una mirada mortal.
—Así que aquí están, luego de arruinar por completo la celebración… —me muerdo el labio inferior buscando una excusa válida, porque después de la fiesta él solo se fue y nos dejó intentando disculparnos.
—Sentimos los inconvenientes que hubo —murmuro como puedo, mientras Diego hace una mueca.
—Señor, lamento el desastre causado. Ambos estamos arrepentidos —masculla entre dientes, como si disculparse por los dos fuese un error monumental.
—Bien, quiero aclarar algunas cosas ya que están aquí —me tenso de pies a cabeza, porque se siente como si se viniera un castigo digno del apocalipsis, y mi corazón empieza a latir como tambor—. ¿Tienen pareja? —miro confusa a Diego, que niega rápidamente, mientras yo aclaro la garganta.
—No, señor, ambos somos personas solteras —digo, porque es cierto: luego de la pésima noche en la fiesta terminé con mi inútil exnovio, que solo servía para darme problemas.
—Perfecto. Ya que han sido la burla de la empresa, los dos irán al proyecto de Las Vegas —tanto Diego como yo fallamos miserablemente en ocultar lo poco que nos entusiasma la idea. Teníamos planes de escalar en algo más impresionante que el proyecto de Las Vegas. Algo malo debe tener, porque todo el mundo huye de él.
—Entendido… —murmuramos al unísono.
—Y ya que están tan dispuestos, el recorte de gastos será sencillo: una sola habitación para los dos. A ver si conversando aprenden a comportarse como personas adultas. Las Vegas es el lugar más relajado que pueden encontrar, así que pueden volverse amigos y dejar de actuar como niños —me muerdo la lengua porque me siento regañada, como una niña muy, pero muy regañada.
—Por supuesto… —susurramos, casi coreografiados.
—Otra cosa: me llega una queja más de ustedes dos y mi idea de que alguno quede como director quedará descartada. Espero que este proyecto salga perfecto o ambos verán una hermosa carta de despido en sus escritorios. ¿Soy lo suficientemente claro?
Asentimos y suspiramos.
—Pueden retirarse hoy. Los quiero en Las Vegas en dos días.
Y con esas palabras, ambos salimos.
Porque el objetivo de la semana es: lograr que el proyecto de Las Vegas pase de ser una basura a ser el mejor.