Ni soy una dama, ni él un caballero

CAPÍTULO 6

Diego

Estoy abrazado a mis mejores amigos, sintiendo que esta es la noche más feliz de mi existencia. Todos reímos a carcajadas mientras el bar cierra sus puertas y salimos tambaleándonos, sin saber muy bien qué hora es. A mi lado, tan borracha como yo, va Catalina, con el cabello suelto y completamente alborotado.

Cuando ella gira para mirarme, me encuentro con sus mejillas sonrojadas y una sonrisa tan tonta como bonita, quizá la más linda que le he visto en todos los años que la conozco. Sus pestañas largas se elevan con un movimiento leve, dándole ese aire dulce que antes habría jurado imposible en ella. Por un instante, me dan ganas de tirar de su nariz solo para verla fruncirla, tan tierna que me cuesta reconocerla.

Uno de mis amigos me toca el hombro, pero no logro apartar la vista de los ojos marrones que me observan. Son grandes, cálidos, como si fueran dos bombones derritiéndose bajo el sol. Es preciosa.

Parpadeo, y ese mínimo movimiento casi me hace perder el equilibrio. Catalina se ríe, su risa es contagiosa, y justo en ese momento siento algo en mi bolsillo. No sé qué es, pero lo ignoro. Prefiero concentrarme en sostenerla cuando ella se tambalea, en guiarla mientras nuestro pequeño séquito de fanáticos nos sigue entre gritos, haciendo que me sienta el hombre más afortunado del mundo.

Mi sonrisa me duele en la cara, pero no me importa. Seguimos caminando por las calles, riendo, cantando, mientras Catalina intenta sostener la cola de su vestido. El plateado brillante, que al inicio de la noche le daba un aire elegante y casi inalcanzable, ahora parece un recuerdo lejano. Va descalza, igual que yo, y sujeta el vestido con una mano mientras la otra no suelta la mía.

Buscamos una tienda abierta, algún lugar donde conseguir calzado más cómodo o en mi caso, cualquier zapato, porque los míos se perdieron hace tiempo.

—¡Una tienda! —gritan mis amigos.

Catalina también grita, emocionada, y tirando de mi mano echa a correr. Yo la sigo, riendo con ella por las calles vacías, con la brisa fría en la cara. Nuestros dedos se entrelazan con naturalidad, y por un instante, todo parece tener sentido. Entramos corriendo a una tienda de ropa todavía abierta, y sin pensarlo, comenzamos a revolver estantes.

Me lanzan prendas por todos lados, lo mismo hacen con Catalina. Entre risas, pedimos un poco de agua, lavo mis pies y entro al vestidor. Me cambio a un traje negro con zapatos a juego, paso las manos por mi cabello y respiro hondo. Todo da vueltas, pero logro estabilizarme.

Cuando salgo, la veo. Catalina ya no lleva el vestido plateado, sino uno blanco que le llega a los muslos, con unas sandalias bajas que dejan ver sus tobillos delgados. Está preciosa, más de lo que debería admitir. Se ve libre, liviana, feliz.

—¡Vamos a la fiesta! —grita, tirando de mi mano.

Sonrío. Ella también.

Salimos con nuestros amigos, que siguen grabándonos entre carcajadas. Caminamos hacia un tipo vestido de forma ridícula que hace reír tanto a Catalina que casi se cae.

—¡Necesitamos música! —grito, cuando me doy cuenta de que el ambiente está en silencio.

Y entonces, alguien sube el volumen del altavoz. Suena You Rock My World de Michael Jackson, y el ritmo se apodera de todo el lugar. Camino entre la multitud mientras mis amigos —mis fanáticos precisamente— me siguen, riendo y vitoreando. Hago un par de pasos torpes, pero con estilo, y las carcajadas se multiplican.

Cuando llego hasta el hombre vestido de forma divertida, Catalina ya está riendo al otro lado del pasillo. Alguien le pasa un ramo de rosas, y ella lo recibe con esa sonrisa tan amplia y luminosa que me deja sin aire. Comienzo a cantar al compás de la canción, imitándolo a Michael, pero la voz se me corta cuando la miro. No puedo seguir. Estoy sonriendo igual que ella, igual de tonto, igual de feliz.

Mis ojos la recorren de arriba abajo. Es como si el mundo se detuviera un instante, y por fin pudiéramos mirarnos sin esconder nada. Catalina me observa con la misma chispa de locura con la que yo la he observado todos estos años, en silencio, desde las sombras de mi propio corazón.

Mi sonrisa crece cuando se acerca. Su risa lo inunda todo, limpia y contagiosa, llenando cada rincón del lugar. La miro y pienso que es tan hermosa como las estrellas que decoran el techo de la habitación de mi hermana; esas que se iluminan en la oscuridad y parecen vivas.

Es tan bonita.

El hombre vestido de forma estrafalaria dice algo, pero apenas lo escucho. Solo tengo ojos para ella. Luego nos pide que hablemos, que digamos unas palabras, igual que nuestros amigos, pero yo no puedo. La risa me traiciona, y al final lo único que hago es acercarme, posar mis manos en su cintura y hablarle al oído.

—Eres luz y locura —susurro, riendo—. Eres la mujer más desequilibrada que conozco, y también la que más me gusta. Esto te pertenece y mamá me va a matar por hacerlo.

Catalina ríe, de esa forma que desarma y enciende todo a la vez. Entonces saco el pequeño anillo, uno de los regalos que nuestros fanáticos nos lanzaron hace un rato y se lo coloco en el dedo. Ella, entre risas, hace lo mismo conmigo.

—Eres un idiota… ¡pero acepto esto! —grita, con una sonrisa tan enorme que todos aplauden.

—¡Beso, beso, beso! —gritan a coro.

Catalina me mira fijamente. No pienso. No razono. Solo cumplo el deseo que me ha estado quemando por dentro desde la primera vez que esos ojos, tan endemoniados y bondadosos a la vez, me miraron años atrás.

La beso.

Sus labios saben a trago dulce y a chicle, y el contacto me embriaga más que todo el alcohol de la noche. La sostengo con suavidad del cuello, buscando su boca con una urgencia contenida, con ese anhelo que he guardado tanto tiempo.

Por fin la tengo entre mis brazos, por fin esos labios que he soñado mil veces son míos, y el mundo —mi mundo— deja de girar, solo para quedarse quieto en ese instante donde todo parece posible.



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En el texto hay: comediaromatica, enemiestolover, romcom

Editado: 08.10.2025

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