Ni soy una dama, ni él un caballero

CAPÍTULO 12

Diego

No sé qué ha cambiado entre Catalina y yo desde la cena con su familia, pero puedo sentir que algo sí lo ha hecho. A veces la observo mirarme desde su lugar con ojos curiosos, pero cuando se da cuenta de que la estoy observando cambia la dirección de su mirada o simplemente me ignora. Aun así, es menos grosera de lo que ha sido en todos los años que llevo conviviendo con ella.

Hay factores que hacen que su odio por mí disminuya, y otros que lo aumentan. Una reunión con nuestro jefe parece ser el catalizador que interrumpe nuestra paz momentánea con sus ataques de locura y desprecio. Ver al jefe nos recuerda que Catalina y yo seguimos luchando por el control de la empresa; por eso, cuando nos miramos antes de entrar a la reunión, casi parece que gruñe, viéndose como una mujer odiosa.

No es la Catalina que se reía con su familia —aunque la mayoría de las bromas iban dirigidas a ella—; aun así, la tengo pegada a mi lado donde nuestro jefe nos observa fijamente. La sortija de matrimonio sigue en el dedo de ambos porque ninguno se ha dado por vencido.

Tengo que confesar: necesito ver a Catalina pidiéndome el divorcio porque sería una victoria contra ella. Es un gusto culposo, una fantasía que quiero ver hecha realidad.

—Qué bueno que llegaron, tomen asiento —nos dice ha ambos fingiendo una sonrisa encantadora mientras mi jefe nos observa fijamente—. Sé que esto es extraño, pero debemos hablar de su relación.

Catalina echa el pelo hacia atrás, indicándome lo poco que le gusta el tema que escogió nuestro jefe.

—Por supuesto, lo escuchamos, señor —responde ella—. Aunque, la verdad, me parece confuso saber qué tiene que ver nuestra relación en la reunión de hoy.

El jefe se ríe un poco y se inclina hacia adelante; puedo ver cómo sus ojos se posan en nuestras manos, donde las sortijas costosas que elegí para nuestro matrimonio adornan los dedos.

—El fin de semana su esposa y usted fueron invitados a una reunión de negocios. Como ambos necesitan destacarse, quiero que vayan como la pareja casada que son, para que puedan observar, escuchar y analizar. Ya tengo todo preparado, así que espero que estén de acuerdo. A mi esposa le hace mucha gracia tener una compañera, así que eso se lo dejaré a usted, señorita Catalina. En cuanto a ti, Diego —sus ojos se dirigen hacia mí y casi quiero salir corriendo—: tú y yo tendremos tiempo juntos.

Catalina gira la cabeza, indignada, y yo casi puedo escuchar cómo me insulta en silencio, llamándome traidor y bastardo por haber conseguido tiempo a solas con el jefe.

Yo sí voy a aprovechar la oportunidad que se me está dando, y por eso sonrío, mostrándome tan afectuoso como el maldito pellizco que me regala mi flamante esposa al levantarse de la mesa. Ella finge una sonrisa en mi dirección cuando le lanzo una mirada mortal.

—Estaré encantado, señor —respondo finalmente.

El jefe aplaude.

—Hagan las maletas; por estos días terminen los informes que les faltan y adelanten trabajo porque estaremos muy ocupados. Es bueno ver una pareja tan enamorada como ustedes en nuestro fin de semana.

Quiero poner los ojos en blanco porque él sabe bien que Catalina y yo nos detestamos; si seguimos con esto es porque quiero verla derrotada.

—Gracias por pensar en nosotros —murmura mi esposa levantándose y sonriendo—. Si no hay más, me retiro.

Asiento. El jefe hace un gesto para que nos retiremos y yo no dudo en aprovecharlo para salir de ese salón, caminando hacia el ascensor donde esperamos en silencio. Entramos y siento el aire tenso cuando mi némesis marca el piso que nos corresponde.

Las puertas del ascensor se abren y, en cuanto damos el primer paso fuera, siento cómo el aire cambia. Catalina ya no parece humana; tiene la mirada fija en mí, los labios fruncidos y el cuello girado con una lentitud tan siniestra que me recuerda demasiado a la niña del exorcista. Si empieza a girar la cabeza 360°, juro que salgo corriendo sin mirar atrás.

—No digas nada —susurra entre dientes, caminando despacio hacia mí como si fuera un tiburón oliendo sangre—. Ni una sola palabra, Diego, o juro que esta vez te entierro yo mismo bajo el edificio.

Trago saliva.

—Solo fue un comentario inocente… —digo, retrocediendo un paso.

—¿Inocente? —repite con una risa seca que me da miedo—. Lograste que el jefe te adorara y encima te consiguió tiempo a solas con él. ¡TIEMPO A SOLAS!

—¡No fue idea mía! —intento defenderme, levantando las manos—. Él lo dijo, no podía contradecirlo.

—Claro, claro… el pobre Diego, tan víctima de las circunstancias —responde Catalina con tono venenoso—. ¿Y qué más vas a hacer? ¿Ofrecerle un masaje relajante al jefe mientras yo me hago amiga de su esposa?

—Bueno, si eso ayuda a conseguir el ascenso… —murmuro sin pensar.

Error. Un error fatal.

Catalina da un paso al frente. Yo doy tres atrás.

—¿Qué dijiste? —pregunta con voz suave. Demasiado suave.

—Nada, nada… solo que… me parece excelente que estemos en equipo —improviso mientras retrocedo.

Pero ya es tarde. Catalina se lanza hacia mí con una determinación digna de una película de acción, y yo hago lo que cualquier hombre sensato haría en mi lugar: corro.

—¡DIEGOOO! —grita detrás de mí, con un tono tan demoníaco que hasta el recepcionista levanta la vista—. ¡Te juro que esta vez te voy a arrancar la lengua!

—¡Era una broma! —respondo, esquivando a una secretaria que casi tira el café al verme pasar.

—¡No me importa! —replica, subiendo el tono mientras me persigue con los tacones resonando como disparos—. ¡Nadie se burla de mí frente al jefe y vive para contarlo!

Casi quiero decirle que no me burle, solo que el jefe vio que soy muchisimo mejor que ella y me dará el puesto a mí como debió ser desde el inicio.

El pasillo entero es un espectáculo: empleados apartándose, otros grabando discretamente con el celular (porque claro, nadie pierde una buena telenovela de oficina). Yo esquivo escritorios, sillas, y a un tipo que me mira como si acabara de ver un episodio en vivo de Matrimonios en crisis: edición corporativa.



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En el texto hay: comediaromatica, enemiestolover, romcom

Editado: 16.11.2025

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