Ni soy una dama, ni él un caballero

CAPÍTULO 13

Catalina

Durante la semana que tuvimos, traté de matar a Diego en innumerables ocasiones. Y no lo digo como exageración poética, no. Lo digo con la seriedad de quien ya buscó en Google: “formas legales de eliminar a tu esposo sin ir a prisión”.

Un ejemplo: el lunes cambié su bebida energética por lo que él considera veneno mortal: una soda. No sé qué esperaba, pero la cara que puso cuando sintió las burbujas en la lengua fue digna de un Oscar.

El martes fue aún más mágico: le metí el pie mientras presentaba un proyecto y casi se parte la cabeza contra la mesa. Lamentablemente, no conseguí mi objetivo. (Y sí, antes de que alguien me juzgue, lo habría hecho con cariño).

El miércoles, mientras comía, se atragantó y su rostro empezó a volverse rojo. Él me miró con desesperación, pidiendo ayuda. Yo solo observé en silencio, preguntándome si ese sería el momento en que el universo finalmente se alinearía a mi favor. Pero no… Diego sobrevivió. Una lástima, porque ahora mismo él es un enorme muro entre mis objetivos y yo.

Y aquí estoy ahora, viendo cómo mi jefe nos espera con una sonrisa digna de anuncio de pasta dental, junto a su esposa, vestida con ropa veraniega y un bronceado que claramente no se gana trabajando. Casi quiero tomar mis maletas y salir corriendo lejos de aquí, porque estoy en total desventaja. No sé cómo se supone que actuaremos como el matrimonio feliz si todo lo que siento es el impulso de empujarlo al mar y fingir que fue un accidente.

No pido mucho, de verdad. Solo que mi competencia desaparezca del mapa. Eso es todo. Y entonces, seré la mujer más feliz del mundo. Pero Dieguito parece reacio a colaborar con ese pequeño detalle. Así que tengo que conformarme con verlo pasearse por el lugar con lentes de sol que cubren sus ojos y esa sonrisa arrogante que me da ganas de tirarle una piña colada encima.

Lo peor de todo es que Diego ya se dio cuenta de mis constantes intentos de homicidio pasivo-agresivo, y algo me dice que no se quedará quieto hasta cobrarse venganza.

—¡Catalina, Diego! ¡Los estábamos esperando! —la voz de mi jefe suena demasiado alegre para el calor infernal de las Bahamas.

—Señor, señora, qué gusto verlos tan alegres y sanos —digo con una sonrisa fingida como todo mi matrimonio.

—Ay, por favor, llámame Lorenne —responde ella, guiñándome un ojo—. Me alegra tener compañía estos días. El hotel ofrece lo mejor para las mujeres casadas. Pero antes de todo, queremos que se acomoden. Descansen, porque este fin de semana será agresivo.

Trago en seco. A mi lado, Diego se acerca un poco más, y ya empiezo a sospechar que su plan de venganza podría implicar lanzarme a la piscina con vestido y todo.

—Cariño —dice con esa voz encantadora que me da urticaria—, supongo que estás feliz de tener una buena amiga como Lorenne. Catalina estaba emocionada con todo esto, siempre ha tenido una gran admiración por la esposa del jefe.

Yo giro la cabeza lentamente hacia él, evaluando mentalmente cuántos testigos hay alrededor antes de cometer un crimen.

—Oh, cariño, no sabía que te agradaba tanto —dice Lorenne, encantada.

—De verdad que sí, me agrada muchísimo —miento sin pudor. La verdad es que apenas he cruzado tres palabras con ella en las fiestas, pero si quiere vivir feliz en su burbuja de falsedad, ¿quién soy yo para arruinársela?

—Bueno, vayan a buscar su habitación y pónganse algo más cómodo. Supongo que tienen calor —dice Lorenne sonriendo.

—Le tomaremos la palabra. Cariño, vamos —responde Diego, tendiéndome la mano.

Casi quiero morderla, pero me controlo. Finjo una sonrisa, deposito mi mano sobre la suya y respondo:

—Nos veremos más tarde —mientras nos alejamos, sonriendo para las apariencias, aunque por dentro estoy haciendo una lista mental de formas en que podría desaparecer a Diego sin dejar rastro.

La entrada del hotel parece sacada de un comercial de viajes: palmeras moviéndose con el viento, empleados sonrientes y un aire acondicionado tan fuerte que por poco me congela el alma (si es que me queda una después de convivir con Diego).

La recepcionista, una mujer rubia con sonrisa de amo mi trabajo, pero odio a los turistas, nos recibe con amabilidad exagerada.

—Bienvenidos al Ocean’s Paradise Resort. ¿Reservación a nombre de…?

—De Diego y Catalina Lancaster —responde él con su tono de voz tan seguro, tan encantador, tan irritante. Yo me dedico a poner los ojos en blanco con su apellido en mi nombre.

Tendré pesadillas esta noche.

La recepcionista teclea en su computadora con entusiasmo. Yo, mientras tanto, busco mentalmente el rincón más apartado del hotel para esconder su cuerpo si vuelve a hacerme quedar mal.

—Aquí está —dice ella finalmente—. Una suite matrimonial frente al mar, con cama king size, jacuzzi privado y servicio a la habitación las 24 horas.

—¿Perdón? —pregunto con la voz más aguda de toda mi existencia—. ¿Una sola habitación?

—Así es, señora Lancaster —responde con una sonrisa profesional que no refleja el caos interno que empieza a brotar en mí.

Miro a Diego, que parece estar disfrutando cada segundo de mi colapso interno.

—Debe haber un error —digo, intentando mantener la calma—. Seguro eran dos habitaciones. Yo… soy alérgica al… al espacio compartido.

—No, no, está todo correcto —dice la mujer, sin inmutarse—. Fue reservada como habitación matrimonial.

Diego se inclina un poco hacia mí, su voz tan baja que solo yo puedo escucharlo.

—Cariño, ¿acaso te avergüenzas de dormir conmigo? Después de todo, somos un matrimonio feliz.

Le clavo la mirada con una sonrisa tensa.

—Claro que no, mi amor. Simplemente temo que ronques tan fuerte que me despierte el personal de limpieza.

La recepcionista carraspea incómoda, intentando disimular la risa.

—Si desean, puedo enviar almohadas adicionales… o tapones para los oídos —dice ella, y yo detecto un ligero tono divertido en su voz.



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En el texto hay: comediaromatica, enemiestolover, romcom

Editado: 16.11.2025

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