Ni tan diabla, ni tan santa

Hundida en el infierno

El sonido de los aplausos parecía acorde con el suave movimiento de sus caderas, el mismo, que del modo más insinuante y provocativo tentaba e hipnotizaba a los atentos espectadores, todos del género masculino, todos absortos en su cuerpo, deseando poder tocar un poco de su cielo, probar un atisbo de esa miel, o estar bajo su hechizante mirada gatuna.

Por su parte, Roxana se esforzaba por concentrarse en la música, intentando ignorar los asquerosos gritos de esos patéticos tipos, aferrándose de alguna manera a sus fines; Los cuales estaban muy lejos de ese antro, dentro de una casa, quizá ya dormidos, un par de gemelos huérfanos de padre y madre, al igual que ella. 

Cuando la música aumentó el ritmo, la ropa de la joven cayó al piso, con una sonrisa fingida arrancó el pequeño sostén, dejándose sólo su pequeña tanga negra. Los frenéticos gritos de los hombres aumentaron, al igual que sus movimientos. Lo que la llevó a recordar el primer día en ese trabajo su "debut" como lo llamaban sus compañeras. Se prometió que sólo lo haría por seis meses, tiempo durante el cual costearía los gastos de la muerte de sus padres, y pagaría algunas de las deudas que habían adquirido en vida. Los meses pasaron y por más que lo intentó, los gastos de mantener una casa sola no la habían dejado abandonar ese mundo, estaba esclavizada a esas noches donde bailaba para satisfacer la lujuria de esos tipos. Cada vez sintiéndose más vacia, odiaba con todas sus fuerzas estar atada a ese empleo.

La música cesó y despidiéndose del público Roxana volvió a camerinos, donde un tipo alto de barba pobrada y tez morena, la esperaba con una bata.

—Excelente, como siempre —halagó el hombre, con un tono gentil.

—Gracias capi —respondió ella, regalándole una amable sonrisa.

Roxana se encaminó a los vestidores, pero antes miró el enorme reloj de la pared que marcaba las diez en punto. A su mente vinieron los gemelos, Alex y Axel, los que esté año habían hecho su carta de navidad especialmente extensa, quizá si se apuraba podría llegar a comprar algunos de los encargos y dejarlos ocultos antes de que despertaran. También pensó en obsequiarle algo a su abuela, que últimamente no andaba con los mejores ánimos, ya que esta fecha le recordaba a su difunta hija. Suspiró, faltaban unas cuantas horas para noche buena y ella, aún no compraba nada.

—Roxi.

Una voluptuosa rubia vestida de policía se acercó a ella.

—Wendy, ¿qué pasó? —indagó dirigiéndole una sonrisa a su compañera.

—Es Mazzini, preguntó por ti —soltó la mujer con gesto de preocupación—. Dice que te estará esperando.

—Pues que espere, ese no es mi problema...

—Que espere, ¿quién? —interrumpió Luciano, el dueño del establecimiento.

—Mazzini, quiere ver a Roxi —respondió Wendy, bajando la cabeza.

Luciano le dirigió una mirada de mando a la castaña, la que le devolvió el gesto sin dejarse amedrentar ni un momento.

—¿Hasta cuando vas a seguir con esto? —indagó el hombre en tono de reproche.

—Sabes que ese no es mi trabajo Luciano...

—Pero Mazzini es un excelente cliente, ¿sabes cuánto dinero te podría dar por una noche? —reprochó tratando de convencerla, al tiempo que la tomaba por los hombros.

—Ya te lo he dicho a ti y al mismo Mazzini, yo no estoy en renta —respondió mirándolo a los ojos. 

Luciano soltó una risotada cínica.

—Cariño, te rentas para bailarle a esos hombres, ¿qué más da...?

—Mucho, hay una gran diferencia, y lo sabes. Tengo que bailar en 10 minutos, con permiso —respondió, zanjando el tema se dio la vuelta para entrar a un vestidor.

Luciano negó con la cabeza en gesto de cansancio.

—Wendy, ve y atiende a Mazzini bombón.

La rubia asintió con obediencia saliendo del camerino.

La noche continuó con normalidad, no volvió a recibir otro llamado del mafioso y Luciano no le dirigió la palabra hasta la hora de pago, cuando le dio su sobre y esta lo guardó con rapidez. Miró el reloj, en quince minutos abrirían la juguetería de la esquina. Sin tiempo que perder buscó entre sus cosas el traje de enfermera que usaba para disfrazar su verdadera profesión ante sus hermanos, abuela y vecinos. Revisó uns vez más su cartera y colocó en el sobre todo el dinero que tenía deparado para los gastos navideños, sonrió pensando en lo estupenda que sería esa navidad.

—¿Ya te vas? —preguntó capi, al verla colocarse el grueso abrigo.

Roxi asintió.

—Voy a comprar los regalitos de mis hermanos, que tengas buen día capi. Nos vemos —dijo despidiéndolo con un beso en la mejilla.

Una ola de frío intenso la recibió y ajustando su saco apresuró el paso, todo a su alrededor era de una blancura deslumbrante, esa noche había nevado mucho. Notó que la juguetería seguía cerrada, justo cuando el ruido de una moto la hizo voltear; Un tipo tiró de su bolso y después de forcejear un momento huyó con él, llevándose todos sus ahorros. 




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