Ni tan diabla, ni tan santa

Algo mágico

La mañana recibió a Roxana en la comisaría, que después de declarar y levantar el acta, emprendió su camino de vuelta a casa. Había perdido todos sus ahorros y con ellos la navidad que le quería dar a sus hermanos.

Una fría lágrima resbaló por su mejilla, se sentía frustrada, molesta con la vida que se empeñaba en patearle el trasero y destruir sus sueños una y otra vez.

Al llegar a casa los pequeños rubios la recibieron en pijama, acompañados por su abuela que la saludó con un dulce beso, para después ir a prepararle un café. La emoción de los nenes no cabía en la casa, sabían que ese día era noche buena y mientras Axel le platicaban a su hermana todo lo que quería hacer con sus nuevos juguetes, ella tuvo que morderse el labio para no soltarse a llorar. Aunque Alex casi no habló y se limitó a sentarse en el sofá y escuchar a su gemelo.

—Gracias tita —dijo ella, agradeciendo la taza de café con leche y tres cucharadas de azúcar que la dulce anciana le había puesto enfrente.

—Anoche Alex tuvo mucha fiebre —informó la mujer, con la vista pegada en lo niños que se entretenían viendo caricaturas.

Roxana soltó un suspiro; Lo que le faltaba.

—Necesitará ir al medico...

—No creo que sea necesario, ya le di un té y le coloqué unos ungüentos —respondió. Sin darse cuenta como agradecía su nieta su presencia—. Creo que con eso será suficiente.

Roxi asintió, regalándole una triste sonrisa que tapó con un sorbo de su café.

—Voy a dormir tita, estoy muerta.

La anciana le mostro una sonrisa, mientras la chica le daba un beso entre el encanado pelo, para después ir a despedirse de los gemelos, depositando un beso en su frente notando así el ardor poco usual en la de Alex.

—Estas ardiendo —dijo tocando su pequeña mejilla, para después ir por el termómetro y colocarlo bajo su axila, esperando el pitido final —, treinta ocho y medio.

Anunció la chica. Con urgencia le pidió a su abuela que le ayudara a cambiarlo para llevarlo al médico. Alex siempre había sido bastante enfermizo y bastaba un leve descuido para que pasará semanas internado.

Por su parte Roxana entró corriendo a su habitación, de un cofre dorado sacó un pedazo de plástico con el nombre de un reconocido banco. No había otra opción si Alex necesitaba atención médica, poco importaba que durará meses en pagarla.

—Tita —llamó saliendo de su habitación—. Te encargo mucho a Axel, no sé cuánto nos tardemos.

La anciana asintió, con un gesto de preocupación ajustó el gorro del pálido nene.

—Cariño, voy a estar atenta al teléfono. Me llamas cualquier cosa.

Roxi afirmó con obediencia, poniéndose frente a su tita, recibió su bendición y un beso en la mejilla.

Al llegar al hospital, Alex ya estaba delirando. Más dormido que despierto  lo bajo del taxi, al que le entrego todo el efectivo que le quedaba. La chica lo canchó entre sus brazos, para correr a la puerta de emergencias, una vez allí una enfermera la hizo pasar al consultorio del pediatra, el que gracias a Dios, no estaba ocupado en esos momentos.

—Cuarenta y uno —murmuró el anciano de bata blanca—. Voy a pasarlo a cuidados infantiles, lo tienen que bañar y se va quedar hasta que la infección ceda y la fiebre disminuya.

La mujer asintió, resignada y ya convencida de que este mundo la odiaba.

—¿Puedo pasar? —indagó con el corazón apachurrado de ver al pequeño Alex en ese estado .

—No, el espacio es exclusivo para pacientes y enfermeros. No se preocupe estará bien cuidado.

—Roxi —llamó el pequeño, extendiéndole una mano—. Me voy a curar.

Roxana intentó sonreír, aunque sus ojos estaban abarrotados en lágrimas.

Al salir del consultorio caminó hasta la cafetería, si quería aguantar el día despierta tendría que prepararse con una buena dosis de cafeína.

—Un café con leche y tres de azúcar. Por favor —dijo ella pasándole la tarjeta, ya tendría que empezar a usarla.

La joven negó con la cabeza.

—En la cafetería no se aceptan tarjetas, no tenemos terminal —respondió la empleada con un gesto apenado. 

Roxi guardó la tarjeta, total, solo le faltaba que un perro fuera a orinarla.

—Yo invito.

Una voz masculina llegó hasta sus oídos, haciendo que volteara enseguida.

—No, no es necesario...

—Insisto, yo también soy nuevo en el hospital —dijo, señalando su bata blanca.

Roxana se dio cuenta que han usaba el traje de falsa enfermera.

—Yo no...

—Vamos insisto, solo es un café —interrumpió dejando las palabras de la joven en el aire.

El sonido de su estómago la orilló a aceptar la oferta del joven médico. Después de que la empleada les entregó su pedido, fueron a buscar una mesa libre.

—¿Cuánto tiempo tienes trabajando aquí? —indagó después de sentarse en una mesa de la orilla—. Nunca te había visto.




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