Ni tan diabla, ni tan santa

Tentación

Ese joven doctor no tenía idea del como esas palabras se habían hundido a Roxana, no sólo estaba preocupada, esa emoción era poco para el nivel de estrés en que ya estaba hasta el cuello.

—Lo siento, sigo sin información del estado de su hermano —respondió por quinta vez la recepcionista.

—Necesito saber cómo sigue, comuníquese con alguien, haga algo —exigió en mal tono.

—Voy a llamar otra vez, es todo lo que puedo hacer —sentenció la chica, levantado el auricular.

El sonido del celular de la castaña la distrajo un momento de la recepcionista, la que en secreto rogaba a Dios que alguien respondiera el teléfono de pediatría.

—¿Diga? —preguntó acariciando el puente de su nariz.

—Roxi, perdón, ¿te desperté?

La voz de su jefe, llegó a ella con un tono de falsa preocupación.

—Descuida, estoy en el hospital...

—¿En el hospital?, ¿te pasó algo? —cortó, ahora si preocupado por una de sus mejores bailarinas.

Roxi resopló, mirando de reojo a la recepcionista que seguía intentado hacer que la llamada entrara.

—No, es Alex. Está internado —respondió, tratando de contener las lágrimas.

—Oh, me asuntaste bombón...

—¿Qué quieres Luciano? —cortó ya a punto de dejarlo colgado.

—En la mañana hable con Mazzini —Con solo escuchar ese nombre Roxi comprendió en sentido de la llamada—. Hizo una nueva propuesta, que creo que te puede caer perfecto en estos momentos de crisis.

—Son un par de asqueroso...

—Bombón, solo escúchala...

—¡No! Y es mi última palabra —sentenció acabando con la llamada.

Se quedó observando el móvil por un momento. Recordando el día en que no estudió para su examen de matemáticas y una compañera le vendió las respuestas. No supo cómo fue que su madre terminó enterándose, y las palabras que le dijo jamás las podría olvidar: Las tentaciones suelen presentarse cuando más la necesitan.

El sonido de un mensaje de texto la llevó a bajar la cabeza para leerlo.

Roxi, sé que no quieres escucharme, pero sabes que el señor Mazzini es un excelente cliente y no entiendo ese capricho que te trae. Pero bombón, creo que debes aprovecharlo mientras le duré. Te mandó la cantidad que me ofreció, aclaro que no estoy ganando nada en esto, Roxipiénsalo.

La cantidad de ceros en ese mensaje sumaba casi diez veces más de lo que ofreció la última vez. Roxana resopló, negando con la cabeza bloqueó el celular para volverlo a meter a su bolso.

—Señorita —llamó la recepcionista, trayendo a la joven al presente.

—¿Tienen noticias? —indagó con el corazón desembocado.

—Familiares de Alex...

—Yo, soy yo —dijo Roxi, poniéndose frente a Mauro, el que, al verla cambió su semblante.

—Roxana. Alex tuvo una fuerte convulsión a causa de la alta temperatura. —La joven se llevó ambas manos a la boca intentando esconder con eso el sollozo—. Logramos que la fiebre cediera, pero no se sabe cuáles puedan ser las repercusiones. Puede que tenga o no.

Y entonces los sollozos si salieron, y las lágrimas comenzaron a bajarle por  el rostro, sin permiso, llenas de dolor, preocupación, reproches, culpa y frustración.

Mauro no sabía qué hacer, la acababa de conocer, pero algo en su interior se moría por abrazarle y consolar su tristeza, y así lo hizo, la hundió en su pecho olvidándose de la escena que seguramente sería comentada por las enfermeras por algunos meses.

—Te juro que haré todo para que se reponga —dijo, dándose cuenta lo mal que hacía prometiendo cosas que quizá no podría cumplir.

Roxana asintió, secando sus lágrimas con la maga de su suéter.

—Gracias Mauro. Un ángel te mandó.

El joven sonrió, embelesado en los ojos de la castaña. Hasta que un hombre mayor lo llamó y tuvo que volver a su trabajo.

—Señorita —llamó la recepcionista, después de presenciar la escena en silencio—. Perdón por la molestia pero en la hoja de ingreso le faltó colocar la forma de pago, sería, ¿efectivo o tarjeta?

Roxana leyó como pudo. Buscó su tarjeta que enseguida le extendió a la chica, la que la tomó revisando datos en su ordenador. La castaña vio como la pasaba más de cinco veces, hecho que comenzó a angustiarla.

—Disculpe, ¿tiene otra? Está cancelada.

El estómago de la joven se instaló en su garganta, mientras negaba.

—No se preocupe, no tiene que pagar hasta que den de alta al niño —dijo ella, tratando de consolar el evidente mal estado de la chica—. Pero si necesito agregar una forma de pago.




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