Ni tan diabla, ni tan santa

Un tintineo

Luciano recibió un mensaje de Roxana, por fin había aceptado la propuesta de Mazzini. De inmediato comenzó a hacer los preparativos para esa misma noche, justo a las 12 cerraría por fin ese trato. 
 

El atardecer encontró a la castaña en esa inmaculada habitación, con la sola compañía del pequeño Alex, que seguía dormido, una enfermera le informó que seguiría así hasta la mañana.

—Creo que deberías ir a casa a dormir un poco —dijo Mauro, entrando sin avisar.

Las grandes ojeras y los ojos hinchados de la castaña, le partían el corazón. Y su madre le había enseñado, que debía hacer todo lo que estuviera en sus manos para nunca dejar a una mujer llorar.

—Mauro, dime que se pondrá bien —suplicó, dirigiéndole una mirada de dolor, la que termino por desarmarlo.

—Claro que si Roxi, es una promesa —respondió, mirándola directamente a los ojos intentando de esa forma transmitirle toda la calma posible.

Y lo logró, pronto la joven asintió y poniéndose de pie fue a darle un largo y apretado abrazo, no en forma de agradecimiento, sino que, necesitaba sentir otra vez sus brazos y su pecho, quería embriagarse de esa manera en que la envolvían haciéndola sentir protegida y segura. Aunque fuese un simple desconocido y sólo durara un par de segundos.

—Mañana a primera hora estoy aquí —prometió obligándose a terminar con el abrazo—. De nuevo, mil gracias.

Un beso en la mejilla a manera de despedida se llevó el perfume de aquella mujer, de esa desconocida, que le causaba la sensación de haberla visto en otra vida y de conocerla de siglos atrás. Mauro salió de la habitación, ahora sólo quedaba esperar a que el niño despertará.

Roxana salió del hospital, después de caminar diez calles al fin encontró la parada del bus que le llevaría a casa. Sentada en ese camión evocó la sensación que la embriago cuando Mauro la tuvo entre sus brazos, sonrió, recordando la manera en que la miró en la cafetería. Y finalmente se obligó a regresar al presente, su vida era otra, ella no tenía esperanzas con ningún hombre respetable y menos después de lo que haría esa noche.

Al llegar a casa notó el silencio total, Axel ya estaba dormido al igual que su tita. Sin tiempo que perder fue a prepararse, escogió un juego de lencería tinta de suave encaje, un vestido corto al mismo tono, y unas zapatillas altas color negro, con insípido esmero se dedicó al maquillaje y peinado. No había manera de sonreír ante el perfecto resultado, al contrario, un ligero sollozo atravesó su alma, conteniendo las lágrimas se obligó a salir de su habitación.

De puntillas se acercó a la recamara de los gemelos, vio a Axel dormir profundamente junto a la cabecita blanca de su abuela, finalmente una efímera sonrisa se dibujó en su rostro, esto era lo correcto, ver por su familia antes que por ella.

Con esa idea fue a tomar su bolso pasando ante el altar que su abuela se empeñaba en tenerle a sus difuntos padres, agachó su mirada, quizá por vergüenza o respeto, o talvez una mezcla de ambos.

Cuando estaba punto de irse algo en el blanco árbol de navidad llamó su atención, un suave tintineo de un cascabel, sumado al destello de una luz rojiza la hicieron detenerse. Con cierto miedo se acercó al pino, al momento el ruido se hizo más intenso y un fuerte viento tiró al piso varios adornos. Asustada la mujer notó una de las ventanas entre abiertas, que con rapidez se apuró a cerrar. En ese momento algo cambió, mientras un inusual viento tibio acariciaba su rostro. No se puede describir a ciencia cierta cuál fue el sentimiento que se apoderó de ella, al ver las velas apagadas del altar, sólo se sabe que fue presa de una ansiedad terrible que la obligó a buscar un encendedor.

—No sé si esto es lo correcto —dijo en voz alta, mientras con calma volvía a encenderlas, mirando intercaladamente el retrato de sus padres—. Solo sé que Alex necesita de mí, al igual que Axel y mi tita, y yo no puedo defraudarlos aunque eso signifique fallarme. Papá, tú me enseñaste a ser valiente ante cualquier problema y, tú madre a ver lo bueno en todo. Pero, estoy hundida, ya no logró ver la bondad y mi valentía se está terminando.

Un fuerte sollozo atravesó su garganta.

—Dios mío, ángeles de protección o amor, santos y santas o alguien que me esté escuchando, por favor, les suplico valentía para tomar las decisiones que favorezcan a mi familia —dijo al momento que encendía la última vela y una triste lágrima recorría su mejilla—. Lo siento papás, les he fallado.

Con esas palabras terminó la breve conversación, apresurada vio el pequeño reloj que marcaba las 11:11 pm, casi corriendo salió de su hogar, sin darse cuenta del brillo mágico que había adquirido aquella última veladora.

El transcurso al bar nocturno le pareció excesivamente corto, quizá el camión había tomado otra ruta o seguramente era el hecho de que no quería llegar.

—Buenas noches capi —saludó al musculoso cuidador.




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