Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo veintiséis

: El fin del camino es también un nuevo inicio.

 

Era el cuarto jueves del mes de noviembre, eso significaba un acontecimiento para la sociedad estadounidense: Día de Acción de Gracias.  Lo odiaba porque, como siempre pasaba, no tenía nada por lo que agradecer. Pero el verdadero motivo de mi aversión por dicho día no era precisamente ese, sino que mi abuela y mi tía se la pasaban completamente deprimidas —una recordando a mi fallecido abuelo; la otra, su matrimonio fallido. — y ahora también me unía yo a su club, porque tenía unas ganas de remojar una galleta en leche y cortarme las venas con esta o ahorcarme con un fideo o con papel higiénico. Todo era un asco.

Sin embargo, eso no impidió que hiciéramos los platos típicos de la ocasión: pavo horneado, puré de patata con gravy, pastel de calabazas y manzana; entre otros tantos platos de acompañamiento que se han quedado de adornos en la mesa porque ninguna ha probado un bocado de comida, principalmente porque los ánimos estaban por los suelos. No había ganas de nada, ni siquiera de abrir la boca para deglutir.

Miro las sillas vacías y suspiro.

Se supone que los Morris vendrían, pero a última hora han declinado la invitación. Mi abuela los excusó diciendo que trabajarían el día de hoy, pero sé que es eso: una excusa. No soy tan tonta para creerme ese cuento, por lo menos no cuando a Sofía hace días le dieron la baja y el señor Seb está de vacaciones. Lo que pasó realmente es que decidieron quedarse con Sean ya que este no quiso venir para no verle la cara a la responsable, según él, de que su querida novia por poco pasara a mejor vida.

No puedo evitar recordar lo sucedido aquella vez y como dicho problema se agravó con el paso de los días, porque algo de esa magnitud no podía quedarse estancado sino que tenía que pasar a mayores cuando Sean ni corto ni perezoso vino a contarle todo a mi abuela y pidió que me alejara de él. Si no fuese por él, Baley nunca se hubiera dado cuenta de nada y yo no hubiera visto la decepción reflejada en sus ojos. Decepción que se encargó de expresar con palabras: quiero creer que no estoy formando a una mala persona, fue lo que dijo ese día; desde entonces la comunicación ha sido pésima y con eso me di el lujo de odiarlo, porque si hay algo que atesoraba era la relación que tenía con mi abuela, pero él la ha jodido tanto que ni siquiera puedo verla a los ojos sin sentir vergüenza.

Mi rabia no sería tan latente si por lo menos hubiera dicho la verdad de lo ocurrido, pero él solo contó lo que le convenía y se olvidó de narrar la historia completa, dejándome ante mi abuela como la chica que lanzó a Elvira a la piscina para que se ahogara y no la que la salvó, porque vaya que omitió ese hecho y a mi se me trabó la lengua para esclarecerlo. Las palabras quedaron atoradas en mi garganta y ahí murieron; no pude decir nada.

— Saldré un momento. — aviso, levantándome.

— Ponte el gorro; hace frío. — habla mi abuela, sin mirarme realmente.

Haciéndole caso, salgo de casa.

Las calle solitaria es lo primero que me encuentro. No hay coches transitando por el lugar; ancianos caminando tan rápido como sus piernas se lo permiten; estudiantes corriendo para llegar temprano; niños jugando... tan solo la melancolía de un día lluvioso.

Pienso entrar nuevamente, pero veo sentado en los peldaños que llevan a su casa a Jerome leyendo un libro. Es el tiempo sin saber de Vanessa, por ella andar siempre detrás del culo de su novio, lo que me lleva hasta él para preguntarle.

— Ha de estar en su trabajo.— informa.

Asiento, recordando que Ellen decidió ser avariciosa y no dejó de abrir la cafetería pese a que era día de fiesta. Tomo la decisión de ir a a visitarla; doy unos cuantos pasos cuando el enigmático hermano de mi amiga pregunta:

— ¿Te pasa algo?— lo miro extrañada.

Jerome no es de los que pregunta ni se mete en la vida de los demás. Vamos, ¡él ni siquiera habla!, bien, sí habla pero no conmigo. Sin embargo, debía reconocer que últimamente él está extraño y eso está haciendo enojar a Ebba más de la cuenta, porque en ocasiones la he escuchado discutiendo por el chico llegar un poco tarde y con algunos tragos demás.

— ¿Te estás drogando?— me da por preguntar.

Estoy sacando conclusiones apresuradas, lo sé, pero me parece algo de otro mundo que sea precisamente él quien inicie una conversación. 

— No, ¿por qué?— pregunta, con su entrecejo hundido.

— Por nada, tal vez la drogada sea yo.— digo por lo bajo, pero sé que escuchó.— Bueno, iré a ver a Vanessa.



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En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

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