Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo nueve:

A las santas se les ofrece misas; a las perras, algo que no es precisamente hueso.

 

Estaba enojada.

Realmente enojada.

No enojada del tipo que me dio por llorar hasta revolcarme en mi miseria, no. El tipo de enojo en el cual me dio por soltar solo algunas lágrimas, llamar a Sean y decirle lo imbécil que podía llegar a ser y no pensaba hablarle más nunca en la vida, correr de arriba a abajo las escaleras cuando apenas me habían retirado la escayola y todo para no ir y romperle la cabeza al involucrado, e ir a comprar una botella de vodka y emborracharme en mi habitación el primer día. 

Mierda, si lo veo de esa manera por supuesto me revolqué no solo en mi miseria sino hasta en podrida mierda que lanzaron aquellos dos sobre mi. Sigo preguntándome cuán loca tuve que verme. 

El segundo día vino la resaca, el dolor de cabeza y hacer algo que me prometí nunca volvería a hacer como lo era acostarme con el insoportable chico que, como el descarado que es, se ha de encontrar observando cómo se mueve mi trasero o mis tetas mientras lanzo dardos a la foto de Sean que me encargué de colocar hace unos momentos en la puerta de mi habitación.

No era tan santa al punto de no acostarme con alguien hasta esperar que Sean finalmente se diera cuenta de su amor por mi, si ese fuera el caso no dudo que a mi vagina ya le hubiera caído telarañas. Si él se la pasa fornicando con la compañera de Pinky y Cerebro yo también tenía el mismo derecho de hacerlo con alguien. 

Y aunque siempre he sabido que no es bueno hacer algo cuando se está enojada porque eso te lleva a hacer locuras eso no me importó el día de hoy. Claro que yo no había hecho una locura precisamente, solo me había acostado con un chico que sabía como complacer a una mujer, aunque ahora debo escucharlo cómo se ríe a mi costa.

— Solo había venido a darte la enhorabuena porque finalmente te habían quitado esa escayola que no te permitía abrirte de piernas muy bien.— paso mi mano por mi rostro en modo de frustración ante la voz ronca de Drew y sigo en mi intento de que uno de los dardos de a parar en la nariz de Sean.

Sí, Drew no solo era ese amigo que me daba no tan malos consejos y me escuchaba cuando lo necesitaba, también era el vecino con quien follaba desde hace dos años y daba unos muy buenos orgasmos. Ciertamente había dejado de acostarme con él hace ya como ocho meses atrás y todo para enfocarme en conquistar a Sean a tiempo completo, pero hoy nuevamente he fallado. Es culpa de Sean por hacerme enojar.

El resumen de cómo llegamos al punto de compartir intimidad fue sencillo: pena amorosa, celebración de los dieciséis años de Vanessa, yo con algunos tragos demás, él llevándome a casa, yo besándolo, él negándose afirmando que eramos amigos y no quería dañar nuestra amistad, yo desnudándome frente a él, él notando que ya no era una niña y reaccionando a mi cuerpo pero aun negándose a dar rienda suelta a sus hormonas, yo besándolo nuevamente, él perdiendo la razón y pidiéndome perdón porque quizá al día siguiente me arrepentiría pero era hombre y no podía controlarse, y yo descubriendo que perder la virginidad dolía como el infierno pero que pese a eso no me arrepentía de nada.

No voy a negar que la primera vez que lo hicimos al día siguiente me sentí tan avergonzada y por esa razón lo evitaba todo el tiempo, pero luego el pudor se fue al recordar lo bien que se sintieron sus manos sobre mi cuerpo. Disfrutaba sus besos y sus caricias y así fue como empezamos con esta relación de amigos con derecho. 

Aunque lo llegué a creer en un principio, con nosotros no funcionó la profecía de esos dos grandes amigos enamorándose. Reconozco me gustaba estar con él y me reía de sus locuras, pero luego comprendí que eso no sucedería y solo se trataba de química pero jamás aparecerían las benditas mariposas en mi estomago, y agradezco tanto que Drew sea tan puto al punto de no llegar a enamorarse de mi porque entonces nuestra amistad habría acabado en ese momento de empezar a sentirnos incómodos ante el hecho de que el otro no se haya enamorado.

Miro la sonrisa petulante que tiene recostado en mi cama, con sus manos debajo de su cabeza, una de sus piernas flexionada y la otra sobre ésta y quiero asfixiarlo al notar que con sus ojos, como lo pensé, se come mi culo. 

Maldito descarado.

— Me sorprendió que apenas entrando a tu habitación te me arrojaras encima , me besaras y restregaras tu cuerpo como gata en celo. Suerte que soy rápido como un avestruz y te seguí el juego porque entonces en este momento no estaríamos como estamos, sudorosos y jadeando después de haber hecho el mejor ejercicio que puede existir en la vida. — entrecierro mis ojos hacia él en una clara advertencia de que se calle pero en cambio me da una sonrisa que lo hace ver perfecto y, en cierto punto, un buen chico, cosa que no es.



#12189 en Joven Adulto
#45138 en Novela romántica

En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.